Con la emergencia climática en ciernes, las crecidas de ríos y barrancos aumenta mientras los instrumentos urbanísticos quedan obsoletos.
ALICANTE. “Todas las infraestructuras y asentamientos que se han realizado en los últimos quince años han influido en los flujos de inundación: el comportamiento que tenían el río y las ramblas hace veinte años no es el mismo que ahora”, señala Armando Ortuño, profesor en la Universidad de Alicante y miembro del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (CICCP).
Aprobado en 2003 y revisado en 2015, el PATRICOVA -el primer plan urbanístico a escala valenciana para la prevención del riesgo de inundación- cartografía las zonas más susceptibles de sufrir una riada y limita la urbanización en las zonas de mayor riesgo. “El PATRICOVA responde a una escala autonómica y estamos hablando de una escala mucho más local. Las medidas que se aprobaron en su momento y han tenido efecto se han visto desbordadas por la falta de conocimiento acerca de estos flujos”, responde Ortuño.
“Por ejemplo, la infraestructura del AVE que no existía en la primera redacción del PATRICOVA, ha modificado los flujos y algunos municipios se han beneficiado del efecto presa y en otros casos la cuota de inundabilidad ha aumentado”. El ingeniero advierte que “ahora hay que analizar con mucho detalle cuales son los nuevos flujos que se han producido y se van a producir. Es necesario una escala comarcal con una mirada muy local, muy intensa”.
Además de los cambios que el territorio de la Vega Baja ha padecido durante los últimos veinte años, ahora se enfrenta a una nueva realidad: la emergencia climática. “Las infraestructuras no crean barreras necesariamente, pero con los efectos del cambio climático las avenidas extremas se van a convertir en habituales y las obras de drenaje transversal no serán suficientes”, predice el ingeniero civil.
“Las infraestructuras no están mal proyectadas, pero cuando se proyectaron, aquello que se consideraba excepcional, hoy en día empieza a ser frecuente. Además de los errores de la planificación urbanística, con núcleos que se sitúan íntegramente en zonas inundables”, apunta Ortuño.
"El PATRICOVA es una herramienta muy buena, pero desde mi punto de vista llegó tarde", asevera el catedrático de Geografía Física Juan Antonio Marco Molina. "En buena parte de las construcciones afectadas como las ampliaciones del núcleo urbano de Almoradí, Dolores o San Fulgencio, la mayor parte de la planificación ya estaba hecha".
Sobre la posibilidad de trasladar la población que vive en las zonas del País Valenciano con mayor riesgo de inundación, "en la Declaración de Sendai sobre desastres naturales uno de los principios de actuación es la traslocación de población, pero estamos hablando de una barbaridad", señala Marco Molina.
"Bajo mi punto de vista, la relación que hemos tenido con los ríos es vertical. No pensamos en vivir en el río, sino dominarlo. En cambio, en Zaragoza ahora se está testando una relación horizontal con el río", apunta el catedrático de la UA Marco Molina.
Es el caso de los meandros, las curvas que van formando los ríos y que "surgen buscando un equilibrio. A veces se olvida que también forman parte del cauce y el agua circula en toda la sección completa", advierte Marco Molina. "Pero lo que han hecho es anular los meandros y hacer un cauce de trazado rectilíneo. El recorrido del río es más corto pero el desnivel del lecho es el mismo, así que aumenta la pendiente y el río va más deprisa. A mayor velocidad, más arrastra el agua".
Ante la posibilidad de desviar el cauce como sucedió en València con el rio Turia, Ortuño apunta que cabe preguntarse “cuál sería la disminución del riesgo que se conseguiría en relación a otras medidas. Cada medida tiene que aprobarse económicamente, socialmente y ambientalmente. Ahora hay una colección de medidas, pero ¿cuánto nos cuesta y cuanto minimiza los riesgos de inundabilidad?”.
"Todavía estamos a tiempo de conectar los antiguo meandros con el actual cauce a modo de parques fluviales. Además, se generaría mayor diversidad con vegetación y hábitats como los humedales. En estas zonas sería más fácil traslocar dos o tres casas que tener que expropiar barrios enteros. Tendremos que dejar que el río desborde, pero al menos vamos a decirle por dónde puede hacerlo mejor", sugiere Marco Molins.
“La primera opción sería delimitar zonas inundables, zonas que puedan minimizar la velocidad del agua, ayudar a contener y bajar la energía con la que viene”, apunta el experto en hidráulica e ingeniero de caminos, canales y puertos Santiago Fumeral. “Pero lo primero que hay que hacer es un análisis al detalle de los flujos que ha habido, porque no los tenemos claro. Tenemos marcadas las manchas de inundación en el PATRICOVA, pero no sabemos por dónde va el agua”.
“Las llanuras de explanación le quitan velocidad al agua, son como un embalse regulador y a la hora de manejar el cauce. Se trata de generar un efecto embalse con taludes artificiales o bajando cotas”, añade el ingeniero agrónomo Miguel Ángel Fernández.
Sobre la necesaria inversión, “en este temporal estamos hablando de 300.000 ha afectadas de cultivo y en gran parte cultivo leñoso. Los leñosos, sobre todo los cítricos, cuando pasan seis ocho días debajo del agua están muertos, respiran como nosotros. Los daños son terribles si tenemos en cuenta la inversión que se ha hecho en los últimos años para insertar el riego por goteo”.
"Con el Guadalentín y el Reguerón trasladaron el problema de Murcia a Orihuela, y después de Orihuela hacia aguas abajo, afectando al barrio de Mariano Casas, el sur de Hurchillo y Molins. Pero en realidad el Reguerón es un canal que funciona como un río la mayor parte del año", señala Marco Molina.
“Algo que ha sacado los colores a todo el mundo es la rambla de Abanilla. Termina y no tiene cauce. Hay un problema con la ordenación del territorio entre la sierra de Callosa y la sierra de Orihuela, justo donde está el polígono”, añade Fumeral. “El agua ha marcado su cauce y ha hecho mucho daño. Sin tener en cuenta los daños a terceros que han tenido la implantación de infraestructuras e industrias”.
En muchos países se cataloga el riesgo sísmico de cada uno de los inmuebles. ¿Sería factible señalar el riesgo de inundación de cada vivienda valenciana? Andrés Díez Herrero, del Instituto Geológico y Minero de España y docente del Máster de Planificación y Gestión de Riesgos Naturales de la UA, ya trabaja testando un índice de riesgo en pequeños municipios, metodología que se podría aplicar también a la Vega Baja.
"Tradicionalmente la gente de la huerta no construía en sótano, incluso las viviendas se situaban en la primera planta y se dejaba la planta baja libre, como sucede en las primeras edificaciones de la Playa Lisa de Santa Pola", apunta Marco Molina. "El centro de Almoradí no se ha inundado, que es donde están las casas tradicionales".
"Uno de los temas pendientes es la concienciación, sobre todo a quien tiene responsabilidad. Ya no los técnicos, sino los políticos. Son medidas muchas veces invisibles, pero generan sensación de seguridad entre la población". Por todas las conversaciones planea el ejemplo de la Marjal de Alicante, el parque inundable de la Condomina que da un uso social a la compleja infraestructura antirriada de l'Alacantí. Un ejemplo aplicable al caso de los meandros y de marjales, “áreas que no tengan construcciones se podrían dedicar a estos usos”, apunta Marco Molina.
“Es un tema complejo y no existe una solución única, debe estudiarse cada caso concreto”, señala Jorge Sánchez Balibrea, técnico de la Asociación de Naturalistas del Sureste. “La caña es una especie que tiene mal comportamiento en caso de avenida porque produce biomasa aérea, que se desprende fácilmente de las raíces y además flota”.
De esta manera, “se generan esas grandes islas llamadas bardomeras que obstruyen puentes y pasos de agua y contribuyen de forma notable a las inundaciones. Por otro lado, las iniciativas que se aplican hasta la fecha se han demostrado que son absolutamente ineficaces. Se han invertido ingentes cantidades de dinero público que sólo han servido para eliminar otro tipo de vegetación”.
“Una caña desbrozada en cincuenta días vuelve a su tamaño anterior. No se trata de escoger entre caña o bosque de ribera, aunque desde el punto de vista de la biodiversidad el bosque de ribera sería más positivo. También hay que mantener la seguridad del encauzamiento y no se puede perder sección, la discusión es si hay que darle más espacio al rio”, apunta Sánchez Balibrea.
Según el experto en restauración de ríos, “mantener un río sin vegetación es imposible, pero quizás necesitamos más espacio para que el rio fluya. Hay que ir viendo donde se puede recuperar el bosque de ribera y donde tengamos un sitio estrecho, podríamos ver si abrir el rio y tener más sección”.