ELDA. El 21 de enero, la Comunitat Valenciana era la primera autonomía en ocupación de camas por pacientes Covid —un 39,25 % del total según los datos del Ministerio de Sanidad— y la segunda, después de La Rioja, con mayor presión en UCI —el 57,5 % de las plazas estaban cubiertas—. En el Departamento de Salud de Elda, concretamente, la mayoría de municipios superaban (y superan) los 1.000 casos positivos por cada 100.000 habitantes. Cifras de récord que no solo constatan un incremento de contagios, sino también, como consecuencia, un aumento de la presión asistencial en el centro del que dependen: el Hospital General Universitario de Elda.
Con una ocupación de más del 60 % por pacientes con Covid-19, el centro de referencia para el Medio y Alto Vinalopó ha tenido que destinar muchas de sus plantas a personas con coronavirus y, además, doblar camas. Lo avala el enfermero Jorge Valera, quien asegura que la planta en la que trabaja, la de Ginecología, ha pasado a acoger todo tipo de ingresos. No obstante, la saturación se agudiza en la unidad de cuidados intensivos (UCI), donde, según una de sus enfermeras, Andrea Poveda, el colapso es inminente: “Por ahora, quedan camas de críticos, pero si continuamos en esta línea, llegará un día en el que nos quedaremos sin ellas, y no hablo de semanas”. Aunque tranquiliza: “Las camas son una condición, pero los profesionales están mirando por los pacientes. Si se ha de buscar un respirador de debajo de una piedra, se hará”.
El problema, advierten los sanitarios, es que esta situación afecta también a la atención del resto de patologías. Si hay saturación por Covid, se suspenden las cirugías no urgentes y se aplazan intervenciones que pueden derivar en complicaciones. “Algo tan sencillo como una apendicitis, si se retrasa, puede convertirse en una úlcera”, ejemplifica Valera. Además, para pacientes crónicos como los oncológicos, asistir regularmente al hospital —ahora un foco de infección— supone arriesgar más su salud. Ana Poveda, también enfermera en la UCI, confiesa que esto ya ocurrió tras la primera ola: “Cuando acabó el estado de alarma, vino gente que había aguantado mucho porque se nos pidió que fuéramos al hospital solo si era imprescindible. En muchos casos, ya era tarde; cualquier proceso de enfermedad estaba muy avanzado”.
A diferencia de los pacientes con otras afecciones, quienes sí ingresan por Covid-19 deben soportar una carga que, en ocasiones, pesa más que el virus: “Lo más duro de esta patología —apunta Andrea Poveda— es la soledad con la que se vive”. Y con la que se muere. “Normalmente, cuando sufres un problema grave, tienes a alguien acompañándote, bien para la recuperación o bien para tu final de vida, pero esta muerte no es digna”, asiente la sanitaria. Para su compañera Ana, aparte de las despedidas entre familiares y enfermos tras los ingresos, “ver cómo ha muerto gente sola, incluso sin patologías previas y de unos 60 años” ha sido la peor parte de su trabajo hasta la fecha.
Sobre este tema se pronuncia también Jorge Valera: “Estamos normalizando mucho la muerte”, critica. Y en la misma línea, Andrea Poveda respeta pero no comparte un pensamiento generalizado: “Puedo entender que mucha gente prefiera pensar que mueren quienes tienen alguna enfermedad de base o las personas mayores para que, psicológicamente, esta situación no les afecte tanto, pero creo que ninguna patología, tampoco este virus, da derecho a sentenciar la muerte de una persona antes de hora”.
A la presión hospitalaria y la escasez de espacio, se suma una de las grandes preocupaciones de los profesionales sanitarios: la falta de personal. “Estamos haciendo nuestras horas, más las de los compañeros que están de baja, por Covid o por otros motivos, porque no hay suficiente gente para cubrirlas”, asegura Ana Poveda. “La sobrecarga de trabajo para el personal sanitario y, más concretamente, para el de enfermería (auxiliares, celadores y enfermeros) genera ansiedad, depresión y, por tanto, más bajas. Es un círculo vicioso”, confiesa Valera. Un círculo al que se suma el miedo al contagio propio y ajeno cuando la vacuna aún no ha llegado para todos en el Hospital Virgen de la Salud de Elda.
En los primeros meses de pandemia, la esperanza de que todo acabara pronto infundió fuerza y energía al personal sanitario a pesar de las incertezas y el desconocimiento del virus. Casi un año después, aseguran que la experiencia les ha dado pautas para actuar con más rapidez y eficacia: “Hemos aprendido mucho. Al final, es una patología muy rutinaria; los pacientes a quienes afecta tanto esta neumonía siguen un patrón muy similar”, admite Andrea Poveda. Aun así, confiesa: “Es tanta la carga de trabajo, que cuando la pandemia nos da un respiro, incluso los sanitarios nos confiamos porque, psicológicamente, no podemos más”.
Otra de las preocupaciones iniciales fue la escasez de recursos y, sobre todo, de equipos de protección: “Al principio, teníamos ciertos EPI para cada noche, cosa que yo no soportaba. Para mí, ver desde el cristal a un paciente que se estaba muriendo y no poder cogerle la mano para que se fuera acompañado por no gastar un EPI ha sido muy duro; nosotras también hemos tenido que elegir”, relata Andrea, que se alegra al celebrar que ya se haya suplido esa carencia. En la primera ola, además, un equipo de psicólogos y psicólogas les ayudaba a empezar el turno con un ejercicio de meditación. La terapia apenas duraba unos minutos, pero la agradecían. Luego, dicen, estaban más pendientes de sus pacientes que de ellas.
El paso del tiempo ha supuesto el fin de varios problemas, pero también el inicio de otros. “La tercera ola está costando más, porque no vemos un final, no sabemos hasta cuándo estaremos así”, declara Ana Poveda. “Si antes veíamos algo de luz, ahora ya no. Después de tres olas, estamos agotados psicológicamente”, coincide Andrea. La sanitaria manifiesta que, a estas alturas, se acumula “la carga de ver gente morir, familiares llorando por no poder despedirse” y, además, el hecho de que muchas compañeras, como ellas, hayan perdido miembros de su familia por esta enfermedad. “Estamos cuidando a personas de lo que familiares nuestros han muerto. Intentas ser fuerte y convencerte para luchar por quien sí pueda salir, pero, al final, entras en un bucle en el que no ves nada positivo por lo que seguir yendo”, se sincera Andrea Poveda.
Conscientes de que la vacuna no solucionará del todo la pandemia, el personal sanitario recuerda a la población una forma de ayudar para reducir la presión hospitalaria: quienes hayan pasado el virus recientemente pueden donar sangre para que su plasma inmunizado sea “la medicina de la gente que lo necesita”. A las instituciones, por su parte, les recriminan la falta de previsión en la gestión del personal y en el establecimiento de medidas más estrictas para evitar el colapso. No obstante, reconocen que “es una situación excepcional en la que nadie antes se había visto”, por lo que cualquier predicción podría fallar: “Este año —sintetiza una de ellas— nos ha demostrado que todo esquema se rompe”.