Me sigue impresionando el cinismo de nuestro mundo político, y me asombra más todavía la tibieza con la que actúa la ciudadanía ante determinadas circunstancias surrealistas. Antes, cuando todo era campo y había cierto decoro, ciertos movimientos habrían sido censurados o la sociedad civil habría reaccionado activamente ante flagrantes sensaciones de impunidad. En el momento de que un dirigente político hubiera cometido un desliz todo el peso de la vergüenza hubiese caído sobre él. El dirigente que había ocupado un cargo público se iba a su casa y se tomaba un tiempo prudencial para volver a la actividad, hoy en día eso ha quedado como mero atrezo protocolario en la obra teatral en la que se ha convertido la política; nuestros políticos disimulan renunciando a las aptitudes actorales y haciendo gala del engaño.
Ya no se estila el rincón de pensar, ese espacio coge polvo mientras son blanqueados los sepulcros de los dirigentes amortizados. El narcisismo ha inoculado unos aires de autosuficiencia a los que han servido en la cosa pública. Da igual que hayan sido unos nefastos dirigentes, se atreven a dar lecciones de su catadura moral a pesar de que ha quedado contrastada su incompetencia manifiesta. No sé por qué me está viniendo a la cabeza Irene Montero, ex ministra de Igualdad, una que se llenó la boca de proclamas cool cuando algunas de sus decisiones no han hecho más que perjudicar a la causa que decía defender; en otro tiempo no se atrevería a encabezar una manifestación feminista, tendría que ir de incognito entre la masa enfurecida. Sin embargo, es aplaudida, ovacionada, protagonista de una turba envalentonada con el mundo cuando con quien tendría que estar cabreada es con la que está encabezando su causa. Después de sus pifias políticas, de sus errores garrafales, ya verán cómo será la candidata de Podemos en las generales; surrealista.
Estuvo atinado Javier Alfonso en su pasado billete dominical. Si permanecen en el candelero personajes como Irene Montero, que no ha hecho gala precisamente de su talento político siendo culpable de negligencias procesales con su legislación, quién nos dice que Carlos Mazón no será un icono pop en unos años. Desde luego, tiene a donde mirarse, a reflejos de colegas en los que consolarse en el muro de las lamentaciones de donde tenía que estar y no estuvo. Me llama mucho la atención observar, por ejemplo, la impunidad con la que Nuria Montes sigue teniendo relevancia pública y se la impulsa como un liderazgo femenino al que tener en cuenta. Creo que a las víctimas de la Dana no les hará mucha gracia verla pasearse cuando no demostró en su momento estar a la altura de las circunstancias. Aunque también les digo, había otros consejeros que merecían ser cortados políticamente antes que ella. Es más, creo que perfiles como el de la ex consellera de Turismo perdieron la oportunidad de convertirse en alternativa a Carlos Mazón. El nivel ofrecido por el Consell ha sido tan bajo que no hay por donde coger a ninguno para que sea un relevo digno a su jefe; de existir alguien capacitado para el cargo Alberto Nuñéz Feijóo ya habría movido ficha en favor del sustituto, el problema es que los dos únicos que podrían dar el perfil, José Antonio Rovira y Francisco Gan Pampols son una apuesta personal del president.
En este mundo intoxicado por la inmoralidad a Alberto Nuñéz Feijóo le importa más ganar en 2027 que lo sucedido en la Dana. Lo mismo le sucede al PSOE, que promociona a Pilar Bernabé mientras su telonera Diana Morant gesticula disimuladamente como candidata en las próximas autonómicas. No será ella, se quieren marcar una campaña como la que hicieron con Salvador Illa en 2021 encabezada por la delegada del Gobierno en Valencia. Pasma observar cómo a cada minuto que pasa a los socialistas les crece un centímetro sus dientes hambrientos de ganar los comicios autonómicos pasando por encima del barro y de lo que este dejó. Aunque aparenten cierto semblante responsable, el entorno está lleno de plañideras.
En un mundo ideal Irene Montero no sería eurodiputada, Carlos Mazón no sería president de la Generalitat, ni Nuria Montes seguiría teniendo relevancia pública.