El pasado lunes fue la toma de posesión de la nueva subdelegada del Gobierno de Alicante. Y la verdad, hay que decirlo, este acto formal, que suele reunir a otras autoridades en la sombra, como policías, guardia civiles y jueces, trajo cosas que habíamos olvidado, y otras, que cuando menos novedosas, se echan en falta en política: a veces es mejor no decir nada, no comprometerse algo para después de no fallar y que en el PSOE, pese a estar en el poder en Madrid y Valencia, sigue conviviendo dos partidos en uno.
Pero la gran novedad de esta puesta en escena es que los sanchistas han logrado que fuera algo original en sí. En primer lugar, porque supuso su reunión otra vez. Tras el espectacular triunfo de Pedro Sánchez en las elecciones internas del PSOE en mayo de 2017, se pudo ver junta a esa parte parte del partido que es muy diferente a la de Ximo Puig. Un PSOE dentro de otro PSOE, hermanos que conviven a sabiendas que son distintos.
Por ejemplo, fue curioso observar que no hubo presencia de representantes del Gobierno valenciano, nadie; ni el alcalde de la ciudad, Luis Barcala; también destacó la ausencia de los hombres de Ángel Franco, sólo el concejal Carlos Giménez, que ejerció más de mirón para ver que hacía su portavoz y alcaldesa fallida, Eva Montesinos -quizás necesite a los sanchistas (y ximistas) si quiere ir a las primarias de Alicante para disputarle el partido de vuelta al senador -; precisa y oportuna la presencia, como siempre, del presidente de la patronal (que ejerce de Alicante), Salvador Navarro, y uno de sus nuevos hombres, Javier Reina, el hombre de moda en los negocios office en la ciudad, tras la espantà Rosana Perán (todos esperan a Perfecto Palacio, pero para eso hay que decírselo, y por aclamación), y como no, el resto de peones sanchistas, sorprendidos, como todos, de pisar ahora moqueta, después de morder polvo y tener que pelear en las ochenteras sedes socialistas por el mando del partido contra las turbulentas maniobras del clan de Gandia.
Fue, sobre todo, una toma de posesión muy sanchista, una oda al líder del Falcón ante los mandos policiales, militantes y judiciales. Primero por haber elegido otro escenario más luminoso, la Casa Mediterráneo, frente la lúgubre sala de reuniones de la Subdelegación del Gobierno de Alicante. Y segundo, por el mensaje, o el no mensaje de la nueva inquilina, Araceli Poblador.
Su primeras palabras fueron para honrar a esos compañeros que con el coche y petate recorrieron durante los meses de febrero, marzo y abril de 2017 los pueblos de Alicante para convencer al personal de que Pedro Sánchez era el hombre del futuro. Original, pero inaudito o novedoso, según se mire, en un acto de estas características, y de tanta formalidad. Los comisarios flipaban. Sí es sí.
Después del laudatorio peaje a Sanchez, Poblador soltó la retahíla de frases de conveniencia que se dicen en este tipo de discursos. He de decir que agradezco que pusiera en primer plano la autoobligación de la escucha activa ante la ciudadanía, muy de moda en la nueva política de las personas que tanto ha pregonado el Compromís de Mónica Oltra -hasta el punto de que Césár Sánchez (PP) la hizo suya hasta que supo de las ayudas a dedo a sus vicepresidentes, después felizmente corregida-, pero también que no cayera en las promesas de siempre.
Hubiera sido recomendable que Araceli Poblador afinara más en sus objetivos pero para decirnos lo de siempre, más vale que se quedara en la nebulosa de retos que nos dibujó; es decir, en nada. Otro u otra nos hubiera recordado el trasvase Tajo-Segura, el aeropuerto, el Corredor Mediterráneo, las desaladoras, la carretera de aquí o la de allá...para a veces para no saber si uno puede cumplir, era (es) mejor no prometer nada, como hizo la nueva subdelegada. Ante lo urgente, lo efímero, como la política de hoy en día. Si alguno de los antecesores o inquilinos de otras instituciones recordaran lo que pregonaron y prometieron el día de su toma de posesión, hoy se pondría colorados.
Araceli Poblador no tendrá, por lo menos, cargo de conciencia. Dijo lo que quiso, sin decir nada. Por lo menos, su superior, el delegado del Gobierno, Juan Carlos Fulgencio, sí que dejó algo claro: lealtad y cooperación con todas las instituciones, incluidas las diputaciones, justamente lo que no le acaba de convencer a Puig y lo que pregonan los sanchistas (veáse lo dicho por Mercedes Caballero). Pues eso, dos partidos en uno, como en el PP. Nueva política.