VALÈNCIA. Hacía más de veinte años que David Cronenberg no estrenaba una película de ciencia ficción, el género sobre el que había sustentado la mayor parte de su carrera alrededor de un universo propio que él mismo se encargó de construir alrededor del concepto de la nueva carne. Ahora, recupera estos postulados en Crímenes del futuro, escrita precisamente durante la época de eXistenZ, la última obra en la que abordó las mutaciones fisiológicas, en ese caso a través de los videojuegos y la realidad virtual.
Crímenes del futuro también se ambienta en una sociedad distópica, o más bien, en un futuro probable, en la que los cuerpos han comenzado a evolucionar de maneras diversas, formando nuevos órganos o desarrollando extrañas capacidades. Por esa razón, el cuerpo se ha convertido en una especie de espectáculo en sí mismo, para muchos se trata de arte, por lo que a su alrededor se generan performances a través de cortes, extracciones de tejidos y cirugía. Para otros, el concepto de la humanidad, tal y como la conocíamos, se encuentra en peligro y las autoridades investigan estas muestras subversivas de transgresión.
Sobre estos conceptos, Cronenberg desarrolla una intriga noir, en apariencia bastante sencilla, en la que se superponen un sinfín de capas de conceptos casi existenciales y filosóficos, incluso políticos. También encontramos un discurso metacinematográfico en torno a las imágenes, ¿hasta dónde estamos dispuestos a mirar?
El director se muestra de lo más preciso a la hora de abrir con bisturí todo un crisol de paradojas que presiden nuestro presente. Por ejemplo, ¿qué es la belleza? Para los protagonistas de Crímenes del futuro, las malformaciones o los tumores, las incisiones en la piel y las prótesis constituyen una forma de acercarse a la perfección, cambiando el significado entre lo bonito y lo monstruoso.
Por supuesto, otra dicotomía fundamental preside la cinta, la pulsión de sexo y muerte. Al igual que el protagonista de Videodrome lanzaba la máxima, “larga vida a la nueva carne”, aquí el personaje que interpreta Kristen Stewart entona el leit motiv “la cirugía es el nuevo sexo”. Aquello que nos excitaba en el pasado ya no tiene sentido en un mundo en el que se ha dejado de sentir, por lo que la estimulación sensorial tiene que ver con lo visceral en el sentido explícito de la palabra.
Cronenberg vuelve a sus esencias sin perder un ápice de poder de sugestión. Resulta fascinante cómo maneja los elementos de la trama, cómo crea una atmósfera de tensión y de incomodidad absorbente, casi apocalíptica y construye un crisol de personajes solos, en penumbra, que se encuentran perdidos en un mundo oscuro.
Saul Tenser (Viggo Mortensen) vive consumido por el dolor que le genera su cuerpo. Junto con su compañera Caprice (Léa Seydoux) escenifica la extirpación de sus vísceras metamorfoseadas, mientras Timlin (Kristen Stewart), investigadora del Registro Nacional de Órganos, sigue sus pasos, mezcla de curiosidad científica y también de atracción morbosa.
El director sigue siendo un revolucionario constructor de imágenes magnéticas que se quedan clavadas en el subconsciente, no por su especial carácter subversivo, como ocurría en Crash, sino por la potencia expresiva, por su capacidad de sugerencia, de perturbación.