El nubarrón de la tasa turística ya ha descargado. Es y era un debate que sobrevuela en la Comunitat Valenciana desde hace años, sobre todo, con el cambio de Gobierno, en 2015, y que ha sido aplacado en diferentes ocasiones, y que ahora, si se sigue el mandato de las Cortes Valencianas, debe diseñarse en los próximos meses. La fórmula elegida es que se arbitrará un instrumento legal y que será cada ayuntamiento, desde su autonomía, quien decida si la aplica.
Podríamos decir que en caso de que finalmente ese instrumento legal vea la luz, se habrá adoptado por un modelo mixto, a diferencia del que hoy está vigente en Baleares y Cataluña y las principales capitales europeas. Es más, las posibilidades que tienen las Cortes Valencianas pueden ser, incluso, más amplias si se decide que el recaudador de esa tasa sea otro diferente al establecimiento hotelero, que pudiera ser.
De la tasa se ha hablado ya mucho, y en repetidas ocasiones. Para que la tasa tenga al menos una benevolente acogida (casi nunca un tributo es bien recibido), debe tener claros dos preceptos: el político quien la establezca debe estar convencido de ello y que la tasa tenga un fin en sí mismo. Es decir, que lo recaudado tenga una consecuencia en dos direcciones; que el dinero se destina para corregir o compensar los excesos o impacto que genera el turismo -que los genera, pese a quien pese- y que tenga un efecto disuasorio en determinadas zonas saturadas por la afluencia y que, por lo tanto, genera situaciones de insostenibilidad, que las hay.
Es decir, que sea de carácter municipal o autonómico, quien la aplique, si es que finalmente se aprueba, debe convencer de que su puesta en marcha tendrá consecuencias positivas para el entorno o para la aminoración del impacto. De lo contrario, no hace falta que se lo plantee. El postureo, en todo caso, puede ser un sonoro fracaso.
Ahora bien, que la denoste o rechace, también debe saber que allí donde se ha implantando, ha permanecido. El caso más paradigmático, Baleares. Entrevisté a Abel Matutes junior (Palladium Hoteles) en junio de 2017 en el Foro de Turismo y reconoció que la tasa no había espantando a los turistas.
¿Qué efectos puede tener en la Comunitat Valenciana? ¿Y cuándo? Quizás el argumento del "ahora no toca" pueda pesar en estos momentos. Y posiblemente, sea una baza para no aplicarla en estos precisos instantes por razones obvias: la crisis sanitaria ha impactado más en el sector turístico. Pero si de verdad se cree en la tasa como impuesto finalista y disuasorio, nadie impide que ahora se elabore un instrumento legal -en las condiciones que se quiera, global o local- y que se aplique cuando se considere; es decir, cuando haya una recuperación sólida.
En principio, la fórmula elegida, si es que se aprueba finalmente, es la de aplicación de ámbito local. Quizás esa inicial idea se adapte mejor al modelo de la Comunitat Valenciana, que como dice el propio Francesc Colomer, no tiene un modelo turístico único, sino que es una tierra de varios modelos. Quizás donde más justificación la aplicación de la tasa sea en modelos urbanos como València o Benidorm, pero a lo mejor ahora es más urgente en modelos donde el atractivo es el alto valor medioambiental y paisajístico y, en el que, curiosamente, es, donde, a consecuencia de la covid, donde más ejemplos de saturación se han dado, y quien precise de medidas disuasorias o compensatorias, como una tasa, llámese turística o medioambiental.
Dénia, Xàbia o Altea han sufrido esos efectos, con gastos extraordinarios, para evitar masificaciones. Y aquí no se trata de que una administración municipal sufrague esos gastos, no. Lo que necesitan esos destinos no es sólo que se les compense, sino ofrecer la garantía suficiente al que lo elige que el servicio que encontrará el turista es el de un buen anfitrión, y no un destino saturado porque el emplazamiento en sí no lo permite. En algunos casos, el dinero (y máxime si viene una administración superior o de los fondos europeos) no lo puede tapar todo en pro del destino. Se trata de hacer ver al que paga -la hipotética tasa- de que con su modesta contribución mejora el entorno, y a la financiación de su mantenimiento. O evita desplazamientos o mejora sus servicios.
Como ven, no todo es blanco o negro en la cuestión la tasa turística. Hay muchos grises. Por ejemplo, quien debe recaudarla. A lo mejor, la fórmula municipalista que ofrece el Botànic introduce alternativas en esa dirección. También puede ser una oportunidad para aquellos que soportan tasas de recogida de residuos más altas, como los restaurantes o los hoteles; es decir, si hay una contribución extra, se les puede reducir el recibo o premiar por un mejor tratamiento. Es decir, la tasa, aunque se reduzca al simplismo del sí, o del no, tiene muchos matices, y también puede ser una oportunidad. Lo más fácil, en muchos casos, es sumarse al coro del no, que parece que son más, o que hacen más ruido, pero lo responsable es poner sobre la mesa todas las ventajas e inconvenientes.
Para los que están a favor, el consejo es que nos convenzan de que mejorará el entorno y la calidad del servicio. Y para que los están en contra, que sepan que los impuestos verdes, que ya existen en la movilidad, están a la vuelta de la esquina, y los acabará regulando Europa si antes no lo hace el Estado. Y si no es forma de tasa turística, será en forma de peaje (el conocido pago por uso), que viene a ser muy parecido (también con matices). Y como todo, se puede modular. Esa creo que es la gran virtud de lo que Francesc Colomer calificó la balada triste de la tasa.
Feliz Navidad, Bon Nadal.