Carlos Mazón se pellizca incrédulo por lo que está viviendo, se tumba en la nube en la que le tiene recostado Génova ante el interés de Feijóo de controlar la Comunidad Valenciana para gobernar España; Carlos es de esos que están deseando que llegue el verano, de los que ven el paso del rubicón navideño como una señal de que queda poco para dejar atrás el frío pre-electoral y avanzar al calor de los aplausos de la victoria. Se encuentra en Fitur con un Ximo Puig que acaba de enviar un mensaje a Pedro Sánchez para que Ferraz siga avivando la llama de la fantasmagórica extrema derecha; ni la glamurosa cita turística llena de faranduleo puede parar la maquinaria de demonización del previsible socio del Partido Popular.
Vox va a tener una relevancia importante en la campaña electoral. La formación liderada por Santiago Abascal está creciendo, haciéndose mayor y tiene que pensar a lo que aspira el día de mañana, si a la extinción y al ostracismo como los precursores de la nueva política, o a la relevancia construyendo un sólido suelo electoral; pensando no en la trascendencia política de sus siglas sino a la viabilidad empresarial de la marca. A nivel orgánico coexisten diferentes almas políticas y desde su fundación en 2013 ha habido un matrimonio de conveniencia entre sí para fundamentar su ideario. Por un lado, tenemos a un ala liberal encabezada por Iván Espinosa de los Monteros; una vertiente ultra-conservadora con vínculos con la secta católica el Yunque, representada por Jorge Buxadé; complementadas ambas en la figura de Abascal, que ejerce como moderador de todas las corrientes.
En sus inicios, cuando el partido conservador centró su discurso en temas controvertidos como el aborto ,apenas consiguió unos 40.000 votos siendo doblegado en los escrutinios incluso por PACMA; cuando han focalizado su dialéctica en temas fiscales o de inmigración imitando el mensaje de una Marie Le Pen en Francia que ignora el aborto, ha sido cuando han conseguido tener éxito electoral. La gente sabe que Vox está en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, pero les votan porque hasta ahora su discurso se centraba más en asuntos relacionados con la crisis en Cataluña (erigiéndose como un dique de contención del nacionalismo catalán) o poniendo a la inmigración en el ojo del huracán del aumento de delincuencia en nuestras calles. En los últimos compases, con el supuesto protocolo provida esbozado por el vicepresidente de Castilla y León, la formación de Abascal abraza su alter ego más anacrónico, el que estaba metido en el armario y huele a naftalina.
Faceta más conservadora de Vox que beneficia tanto al PP y PSOE, y que a Carlos Mazón y Ximo Puig les compensa que se acentúe de cara a los comicios. Algo que ocurrirá teniendo en cuenta que la supervivencia de la formación conservadora pasa por diferenciarse al máximo del Partido Popular. El problema que hay, y ahí es donde sacará tajada el presidente de la Diputación de Alicante, es que adoptando esas posturas tan tradicionalistas tan solo va a contentar a un determinado nicho de votantes, no a un segmento social considerable. José María Aznar cuando emprendió su icónico viaje al centro en 1990 dijo que para ganar elecciones se necesitaban diez millones de votos; siguiendo esas tesis conservadoras van a perder miles de votantes. No todos los millones de electores de Vox son extremistas, muchos que les han votado vienen de haber metido la papeleta de Ciudadanos en elecciones pasadas; soy escéptico en esa teoría de que los votantes de Albert Rivera se quedaron en casa aquel noviembre de 2019.
Cada vez se escucha más la objeción de “Iba a votar a Vox, pero…”, es en este adverbio donde reside la clave electoral: Carlos Mazón puede conseguir el voto de los perfiles más moderados, de esos que ven demasiado verdes a los de Vox. Más teniendo en cuenta el candidato de Abascal en la Comunidad Valenciana, el catedrático de Derecho Constitucional Carlos Flores, conocido por ser un firme opositor de la ley del aborto de 2008. En la aritmética actual en la que ya no existe el bipartidismo, este Vox es lo mejor que le podía pasar al PP para conquistar el centro político; transversalidad reforzada con fichajes como el de Borja Sémper. Con el ejemplo de Andalucía, pueden mover al electorado para que todos voten a los dirigentes Populares y así no depender de los conservadores para formar gobierno.
Ximo Puig también está encantado de las ocurrencias de Juan García-Gallardo, Carla Toscano y compañía. Cada comentario controvertido es una nota en la cantinela de que hay que votar a la izquierda para evitar que Vox gobierne con el Partido Popular. Seguro que ya hay muchos valencianos pensando en cómo sería una hipotética Conselleria de Sanidad gestionada por un antiabortista o un vicepresidente que se encargue de debilitar la armonía institucional; con ese marco mental el PSPV puede llevarse un buen cargamento de votos moderados, más teniendo en cuenta que el actual presidente de la Generalitat no genera animadversión entre el electorado y es percibido como un hombre sosegado y calmado. Solo el caso Azud, que señala directamente a la financiación de sus campañas, podría minar ese efecto.
Lo que marcará la diferencia y el que conseguirá hacerse con el espacio de los indecisos será el que sepa llevar el relato a su terreno dialéctico: votar al PSOE para evitar que la Comunidad Valenciana tenga un vicepresidente como el de Castilla y León o apostar por el PP en masa para que Mazón pueda gobernar en solitario como Juanma Moreno Bonilla en Andalucía. El que vaya primero en las encuestas será el que tenga la sartén por el mango; pondrán toda la carne en el asador.