VALÈNCIA (EFE).Tubos, probetas, sistemas de trituración y cultivos celulares permiten reproducir en un laboratorio la digestión humana para conocer en solo seis horas los efectos que determinados fármacos, alimentos o probióticos pueden llegar a tener en el cuerpo humano.
Este ingestor dinámico in vitro, que ha desarrollado el Instituto Tecnológico de la Alimentación (Ainia), “copia” en el laboratorio órganos como el estómago, el intestino o el colon y tiene multitud de aplicaciones, desde el desarrollo de una medicación personalizada para una persona en concreto hasta medir el efecto real que pueda tener añadir omega 3 la margarina, por ejemplo.
Así lo explica en una entrevista con EFE la responsable de estudios de digestión in vitro de Ainia, Blanca Viadel, que detalla que el equipo, instalado en la planta de Ainia en Paterna (València) “reproduce la digestión bucal, gástrica e intestinal”.
El proceso en el digestor de Ainia, que forma parte de la Red de Institutos Tecnológicos de la Comunitat Valenciana (Redit), comienza cuando se reproduce la entrada del alimento o el medicamento en la boca, con una trituradora que simula la masticación, y al resultado se le añaden componentes presentes en la saliva.
A esa fase, que no dura más de dos minutos, le sigue la digestión gástrica, donde el compuesto pasa a otros tubos que simulan el estómago y donde se incorporan enzimas presentes en este órgano, controlando también el PH ácido.
Como ocurre de forma natural en el cuerpo, el contenido del este “estómago” mecanizado se va vaciando progresivamente y de forma automática en otro tubo receptor que replica las funciones de un intestino, donde se incorpora bilis y otras enzimas que prosiguen con la digestión.
De esta forma, en solo seis horas de proceso de “digestión” se puede probar si el compuesto que se estudia ha llegado en cantidades suficientes al intestino, un proceso que normalmente se utiliza para probar los efectos de determinados alimentos.
Para probióticos, es decir, alimentos o suplementos que contienen microorganismos vivos para mantener o mejorar la microbiota, el proceso continúa a partir de la llegada al intestino, y en estos casos dura un mes.
De ese mes, los once primeros días se destinan a replicar un colon humano en todas sus partes con la incorporación de heces de voluntarios para estabilizar la microbiota y conseguir que el sistema se parezca lo más posible al de una persona.
Durante los siguientes 14 días, se prueba el probiótico tres veces al día, simulando un desayuno, una comida y una cena, y se comprueba cómo afecta a la microbiota.
El proceso todavía puede hacerse más complejo, y el equipo de Ainia permite incluso estudiar los efectos sobre el sistema cardiovascular de partículas de Omega-3, un ácido que ayuda a regular el colesterol, mediante el desarrollo de modelos celulares que reproducen sus efectos sobre las arterias.
No solo eso, sino que, entre las aplicaciones más novedosas del digestor, financiado por el Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial (Ivace) mediante fondos Feder, está la posibilidad de ensayar productos de nutricosmética, es decir, todo aquello que se comercializa en forma de pastilla o cápsula pero actúa sobre la piel, como las píldoras de colágeno o el protector solar de vía oral.
Ahora, desde Ainia están utilizando este equipo no solo para replicar la digestión humana, sino también la de animales como los cerdos, con el fin de probar nuevos piensos y mejorar la alimentación del ganado.
“Se buscan alternativas al uso de antibióticos en piensos, cosa que ahora está prohibida a nivel europeo, que permitan evitar diarreas y gastroenteritis en los animales”, explica la responsable de estudios de digestión in vitro de Ainia.
A futuro, desde el instituto tecnológico tienen la vista puesta en el potencial de esta tecnología para la medicina personalizada, ya que, del mismo modo que se replica un organismo humano genérico, se podría replicar el de una persona concreta.
“Ya trabajamos por grupos de población, es decir, que testamos fármacos o alimentos en condiciones que replican el sistema digestivo de personas con determinadas patologías o alergias, para comprobar sus posibles efectos secundarios”, explica Viadel.
Las empresas “ya utilizan estos sistemas de forma generalizada”, aunque el de Ainia fue de los pioneros en España, asegura la investigadora.
Y es que este tipo de pruebas permite a la industria “comprobar que sus productos funcionan de verdad”, algo que les da “una base sólida para comunicar las funciones de su medicamento o alimento” en una era en la que “un consumidor cada vez más exigente no va a creerse que tu producto es bueno para la microbiota solo porque se lo anuncies así”.
Además, a partir de los resultados del testeo, las empresas pueden comenzar procesos de certificación al margen, o tener las bases legales y científicas para utilizar determinado etiquetado o “claims de salud”.
“Es un proceso menos costoso y menos largo que la prueba en animales o humanos”, señala Viadel, que afirma que sobre todo se utiliza como complemento a estos otros tipos de pruebas.