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desde zonas sectorizadas a recintos con mesas

Prueba y error: así son los festivales de la nueva normalidad

6/08/2021 - 

CASTELLÓ. Son las siete de la tarde pero el sol cae fuerte sobre Benlloc. Los más puntuales, los que no quieren perderse ni un minuto del festival, ya aguardan sentados a que empiece el concierto de BlackFang. Es la vuelta del Feslloc, porque aunque el año pasado se celebró, fue en pequeño comité. Solo 160 personas pudieron disfrutar de los directos que se dieron a 13 kilómetros del recinto habitual. En sillas separadas, reagrupadas de dos en dos y con un público mucho más descolocado que ahora por eso de bailar sentado, la edición se esforzó con todo por ofrecer doce horas ininterrumpidas de canción. Pero aun así, aunque el Feslloc sirvió como empujón, hacía falta algo más para volver a sentir ese hormigueo que produce ir de festival. El pasado mes de julio, la cita de música valenciana lo volvió a intentar. Con más público, con otra distribución y de vuelta al recinto que lo vio nacer. ¿Pero fue suficiente?

Junto al Feslloc, otros ciclos han querido hacer menos raro y frío aquello de cantar, y compartir recinto, con el rostro tapado. El calendario de este verano está lleno de propuestas nuevas que han aparecido de la nada para mantener, mínimamente, encendida la llama del directo. Ni el FIB y el Low Festival en julio, ni el Arenal Sound y el Rototom en agosto. Todos, o prácticamente todos, los macrofestivales han preferido esperar hasta 2022 para llevar a cabo sus conciertos en el formato habitual. En su lugar, otras citas, con conciertos y entradas individualizadas han tomado el control. 

Propuestas que están saliendo adelante, aunque lidiando con problemas de última hora. La cancelación de alguno de los conciertos por tema de covid no ha dejado de estar y lamentablemente son muchos los factores que hacen imposible que estas citas nos ayuden a recordar lo que era disfrutar de una experiencia igual. Eso sí, si hay algo que ninguna medida sanitaria puede impedir, es que la música nos agite y nos consiga emocionar. 

Foto: CARME RIPOLLÉS

Cada festival tiene su 'librillo'

Hasta ahora las diferencias entre los festivales se limitaban básicamente a su cartel. Aunque no siempre. Cada vez se repetían más los nombres, es verdad. Pero, generalmente, era lo que les hacía diferentes, o así se intentaba. En cuanto a sus infraestructuras, sí eran más parecidas. Recintos que abarcaban entre uno y tres escenarios, con puestos de comida y bebida, y con una zona de descanso (o vip) a su alrededor. Sin olvidar, además, la zona de acampada. El símbolo casi por excelencia para identificar un festival frente a cualquier otra propuesta musical.

No obstante, Sanidad dejó claro que este año tampoco habría acampadas. Motivo por el cual festivales como el Rototom Sunsplash decidieron cancelar y esperar. "No podemos invitar a nuestro público a un concierto de una o dos noches y ¿después qué hacen? ¿Dónde se van? Falta el alma del festival. Nosotros no somos un festival de conciertos. Para muchos son sus vacaciones", explicaba el director de Comunicación, Claudio Giust a Castellón Plaza, quien no veía en el ciclo de conciertos una solución. 

En su lugar, promotoras como The Music Republic, encargada de la organización del FIB, sí optaron por reinventarse. Con el Luce Benicàssim o Les Arts Lite en València, se han planteado conciertos de más de mil personas, con entradas individualizadas un tanto elevadas -especialmente si quieres encadenar más de una cita- y con carteles, generalmente, poco arriesgados.

Pero más allá de esto, si algo resulta curioso de los ciclos de conciertos es cómo está planteando cada uno su celebración. La única pauta que daba Sanidad es que no se superase un aforo de 3.000 personas, que se guardara la distancia de seguridad entre el público y que este permaneciera sentado durante los conciertos, alejándolo así de la barra y limitando su movilidad por el recinto. A partir de aquí, cada uno ha optado por un modelo. 

La periodista que escribe este artículo ha podido ir a tres: el Feslloc, els Concerts al Pinar y el Peñíscola From Stage. Cada uno con un estilo particular. 

Peñíscola From Stage

Si lo que el Feslloc quería era recordarnos cómo es vivir un festival entre amigos, lo consiguió. Cada grupo, de no más de 10 personas, tenía una mesa asignada y sus respectivas sillas. Desde el escenario debió ser una estampa extraña de ver. Recordaba de alguna manera a las verbenas de pueblo. Como cuando después de cenar, con la gente todavía sentada, arranca a tocar sobre el escenario la orquesta contratada. Y no fue mal plan. Esto aseguró que la gente no se sintiera tan extraña pese a llevar mascarilla y que tampoco se perdiera la energía entre concierto y concierto. El Feslloc consiguió ser muy parecido a los festivales de siempre, con su programación desdoblada en dos días, con el público pudiendo interactuar frente a frente -y no entre codos-, aunque sin su tradicional acampada. Lo "malo", que la euforia colectiva hizo que por momentos la fiesta se descontrolase. 

Por su parte, el Peñíscola From Stage, que nunca ha pretendido ser un festival de los de antaño, resolvió de manera bastante convencional la distribución de sus conciertos. Con sillas agrupadas de dos en dos y dividido por zonas, que iban de más económicas a más caras dependiendo de su proximidad al escenario. Una única pista y sin gradas. Una fórmula bastante habitual entre los ciclos de conciertos y que tampoco resulta mala. El único objetivo allí era disfrutar de la música en directo. No había pues, ninguna zona destinada a comer. Lo que encontrabas al entrar en el Peñíscola From Stage era un concierto, ni más ni menos. 

El que sí sorprendió fue en cambio els Concerts del Pinar. En su caso, el nuevo festival del Grau de Castelló, que se celebró en cuatro jornadas con un par de conciertos cada día, dividió el recinto en dos zonas diferenciadas. La principal, frente al escenario, con sillas y donde no se podía ni beber ni comer. La secundaria, totalmente alejada del escenario, con mesas puestas y donde sí se permitía comer y beber. Esto provocó que en un festival en el que los primeros conciertos empezaban sobre las diez de la noche, la gran mayoría del público se concentrara en la parte de detrás, donde se podía consumir, dejando como consecuencia la zona que más contacto tenía con el público casi vacía. Un modelo que se queda a medio camino entre lo que hizo el Feslloc y el Peñíscola From Stage y que 'penalizó' la experiencia entre amigos. Especialmente de aquellos grupos que se separaron entre las dos zonas.

Con todo, hay que agradecer y valorar cualquier propuesta que decida ofrecer música en directo, porque sea como sea, lo que se observa dentro y fuera del escenario son ganas y mucha esperanza. La música busca recuperar el tipo después de muchos meses de sequía y por eso está siendo muy estricta. 

Feslloc 2021. Foto: Carme Ripollés

Por lo que hace a su futuro, es muy probable que este tipo de propuestas permanezcan en el calendario muchos años más. De hecho, no es algo que la pandemia haya inventado, ya había ciclos de conciertos antes de que la covid llegase. Sin ir más lejos, el Peñíscola From Stage arrancó como ciclo de conciertos en 2019 y el Mar de Sons, inaugurado el año pasado, ya va por su segunda edición. Lo único que cambiará-esperamos- es su forma.

En efecto, ya hay festivales programados como el Red Pier Fest (17 y 18 de septiembre) y el SanSan (29 y 31 de octubre) que prometen conciertos "normales" para este año. Es decir, con movilidad entre escenarios, sin distancia de seguridad y con un aforo doble al actual. La esperanza está puesta en la vacunación. Se confía en que para dichas fechas ya se haya superado el 70 por ciento de personas vacunadas, pero de no ser así la organización de estos eventos baraja otras opciones como los antígenos. 

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