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SERIES VINTAGE

‘Fauda’: otra serie para machotes

Abrazada por la crítica, la serie israelí arrasó el año pasado entre la audiencia de Israel y Palestina, y se vendió a multitud de países. Es la primera vez que la televisión de Israel muestra personajes de ambos lados del conflicto, aunque el producto caiga en algunos estereotipos de género

17/12/2016 - 

VALENCIA. Caos: confusión, desorden. Anarquía. La serie producida por una de las televisiones por cable más importantes de Israel, ahora disponible en Netflix, sitúa el drama dentro del conflicto israelí-palestino. Estamos en Cisjordania pero bien podría ser Alepo. Asistimos a un thriller de acción violento, repleto de armas, detonaciones, crímenes en ambos bandos, víctimas civiles y tipos duros que no dan valor a la vida, ni la suya ni la de los demás. Un lugar donde es muy difícil saber realmente quién es quién, incluso dentro de tu propio bando. Una cadena de muertes se acumulan consecuencia de las anteriores y provocan otras nuevas. “La violencia crea más problemas que los que resuelve, y por tanto no conduce a la paz”, dijo Martin Luther King.

Un género popular en las webs de calificaciones

El género está de moda. Véase Gomorra o Narcos. Las webs especializadas en calificar series y cine, como IMDB o Filmaffinity, puntúan este tipo de series la mayoría de las veces de igual forma. El patrón se repite. ¿Thriller de acción sobre cualquier mafia o guerra? No baja del 8.

Algunos expertos tienen la teoría de que estas páginas, populares en el entorno online, son tierra de espectadores masculinos. Tal vez por ahí venga el sesgo. Después llega la crítica de medio mundo y amplifica el mismo mensaje: producción de máxima calidad y punto. Alabado sea Alá. Todo encaja. Con todo a favor, por un lado su género tan demandado, unido a la otra moda, la de la ambigüedad moral, series como Caos se venden como churros en multitud de territorios. Llámenlo predilección del público, obsesión o efecto contagio. Pero empieza a ser una plaga.


La serie posee méritos de sobra en su defensa. Seguramente se trate de una de las mejores producciones no norteamericanas del año pasado, principalmente por el hito de haber sido pionera en su país en ampliar el punto de vista no solo hacia las víctimas de Israel en una historia de ficción televisada. Vemos agentes especiales israelíes y a palestinos cometiendo barbaridades por igual. Vemos corrupción en ambos frentes. Vemos desorganización y, dentro de cada bando, la dichosa cadena de mando: un político que quiere arreglar las cosas a su forma, los que están en primera línea de otra muy distinta, el soldado que se rebela, el que se mueve por intereses particulares… cuestiones que les recordarán a The Wire, pero con un protagonista que se parece al de The Shield, tanto físicamente como por algunas pinceladas del perfil de su personaje.

El retrato es una sangrienta lucha que se mueve por un solo motivo: la venganza. Ninguno sabe ya ni por qué está en guerra con el otro. Como el protagonista, Doron (Lior Raz), que se mete de nuevo en líos simplemente por aburrimiento, porque su matrimonio no funciona. En el último eslabón contemplamos los daños colaterales: sus familias. Civiles que pierden la vida como consecuencia de la barbarie.

Doce horas que mejor si hubieran sido seis

Sin embargo hay aspectos que no terminar de encajar. Con títulos como Caos les confieso que lo paso bastante mal. Porque si escribiera lo mismo que el 99,9% de las opiniones publicadas, sin estar del todo de acuerdo, no estaría siendo honesta. Tampoco me siento cómoda en este papel a contracorriente. Pero no les voy a vender Caos como una obra maestra. Son doce horas que podían haberse quedado en seis perfectamente y hubiera mejorado ostensiblemente. El visionado se hace eterno. Soporífero. Tedioso. Y plano.

Por ejemplo: el protagonista, Doron, que es agente israelí, entra en una mezquita como uno más, porque allí es difícil reconocer a unos y a otros. Se lava lentamente las manos y los pies. La cámara nos muestra todo el ritual religioso. Después se sienta a observar la oración del resto de hombres que hay en la mezquita. No pasa absolutamente nada más. Con esta secuencia se nos ofrece tres minutos y medio de contenido. Recomendarles, si tienen intención de verla, que aprovechen estos momentos para ir al baño, mirar el correo electrónico, prepararse un piscolabis, o felicitar las fiestas a algún amigo, porque no se pierden nada.

Otro caso: Doron va en un taxi camino de un encuentro con unos rebeldes de Hamás. El taxista habla sin parar, mientras él conversa por teléfono con su hijo para indicarle que ha dejado cordero en la nevera. Los diálogos no tienen nada del otro mundo, y la situación tampoco enriquece la descripción del personaje. Incluso no cuadran, porque de un día para otro, después de casi diez horas de visionado, Doron, un machista de libro hasta entonces, resulta que nos había salido un padrazo y no lo sabíamos. La escena tampoco sirve de antesala para romper con algo cotidiano, como podría ser una explosión que no estuviera prevista. Otros tres minutos y medio de serie.

Seguramente estas escenas contemplativas pretenden llevarnos hacia el documental para tratar de aportar verosimilitud al relato. Introducir ese toque realista que ofrecían títulos como The Corner de David Simon, por ejemplo. Tal vez a ustedes sí que les atraigan lo suficiente estas situaciones y el problema lo tenga yo. Pero me sacan de la historia.

En segundo lugar, los diálogos resultan planos y los personajes pecan de lo mismo. Tampoco su protagonista, un tipo permanentemente con el ceño fruncido, me resulta particularmente creíble. Seguro que el actor ha ganado grandes premios y soy yo que no he entendido su método Stanislavski. 

Cuando la acción por fin se mueve, cuando el conflicto entre los protagonistas da un nuevo giro, es cuando los espectadores escépticos nos reenganchamos. Lamentablemente ocurre en una escena cada seis.

El antihéroe y el papel de las mujeres como estereotipo

Por último se reiteran tópicos. Su protagonista, pese a que se parezca en el físico al de The Shield, resulta más bien el enésimo Van Damme. Un tipo duro, de gatillo fácil, que se salta las normas, se toma la justicia por su mano, por supuesto es el rey de las nenas, y asesina como un Terminator. El Bruce Willis versión Israel, pero sin su sentido del humor. Jungla de Cristal sin sus guionistas.

Después están las cuestiones de género. Si alguien llora en la serie, por supuesto es una mujer. Todas las esposas pasan por ahí. Otro de los personajes femeninos importantes que no tiene el rol de esposa, es agente especial al mando de Doron. En determinado momento de la temporada no soporta el nivel de violencia y, cómo no, llora a espaldas de su jefe. A ellos, por supuesto, jamás les tiembla el pulso cuando se cuelan en bodas civiles y se cargan a cualquier joven recién casado. Nadie tiene pesadillas ni se replantea la guerra sinsentido. Solo ellas. Las débiles.

¿Realismo o desmilitarización del bando israelí?

Repasemos, por otro lado, su supuesto realismo. El enemigo del agente Doron es un líder de Hamás. Su nombre es Abu Ahmad (Hisham Suliman), un activista dado por muerto oficialmente, pero que Israel sabe que sigue vivo y se mantiene oculto. Al inicio de la serie organizan una operación durante la boda de un familiar de Abu Ahmad porque saben que su familia es su debilidad, y por tanto, acudirá. Se infiltran en el convite como simples camareros, para terminar matando a un par de inocentes civiles a tiro limpio.

Según la prensa en el mundo real Mohammed Deif, jefe en Hamás, salió de su escondite para visitar a su esposa e hijo pequeño, su debilidad, pero un misil destruyó de un plumazo la casa familiar, matándolos a todos. Sin embargo el cuerpo de Mohammed nunca apareció. Después se descubrió que seguía vivo.

Lo que llama la atención de las similitudes y diferencias entre realidad y ficción son las formas de actuar. En el caso real, cuando Israel quiere matar a un líder de Hamás le dispara un misil a distancia, no se infiltra a cuerpo descubierto, y desde luego es mucho menos selectivo. Fulmina a la familia entera.

Doron, alias Geyperman, en acción

Por otro lado, de forma recurrente se utilizan planos desde el punto de vista de un dron, cuya mirilla apunta simpre hacia las viviendas de los barrios palestinos. Un detalle que genera inquietud, sensación de amenaza, de dominio, y de superioridad militar. Tienen el mismo efecto que aquellos barrotes que en la fotografía de la película Casablanca se proyectaban como sombras en muchas escenas, con la intención de representar que sus personajes estaban atrapados.

El detalle de las armas, parece nimio, pero no lo es. En la ficción todos portan ametralladoras y pistolas iguales que las de los palestinos. No se ven misiles por ninguna parte. No solo nos están humanizando a los palestinos, también el bando israelí.

Varios puntos de vista, riqueza lingüística

La serie enfoca hacia personajes de ambos lados de la contienda. En este aspecto tiene razón crítica y público: hasta ahora era impensable en Israel. Vemos personajes de Hamás y a sus familias con sus contradicciones, aunque éstas se resuman en que ellas no entienden esta guerra, lloran y lo pasan mal.

Otro elemento singular es que los personajes se expresen en hebreo y en árabe. Ayuda a la verosimilitud del relato, como antes hizo Gomorra con el acento siciliano, o The Wire con el de los suburbios de los negros de Baltimore.

Es obvio, en vista del éxito de la serie ,que hay un amplio público objetivo que se fascinará con Caos. Para los que no, se agradecería ver algo más de complejidad, riqueza, y variedad, tras la enésima serie sobre un antihéroe televisivo.

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