VALÈNCIA. ¿Cómo construimos el boceto de nosotros mismos que mostramos a los demás? ¿Qué narrativas nos contamos en soledad? En definitiva, ¿quiénes, somos, qué piezas nos componen? Y, si nos rompemos, ¿cómo podemos recoger los fragmentos y recomponernos para seguir con esa sucesión de lunes y sábados; de aperitivos y lavadoras; de triunfos y derrotas que llamamos vida?
Esa búsqueda de la propia identidad, pero también de la conexión con el resto de humanos es uno de los ejes que vertebran tanto la serie Maricón Perdido como la novela Mansos, las dos propuestas con las que el escritor y periodista Bob Pop (Madrid, 1971) explora su pasado para explicarnos nuestro presente. En el caso de la producción audiovisual, se estrenó en TNT el pasado 19 de junio. Coincidiendo con este lanzamiento, Alfaguara reedita ahora Mansos, publicada en 2010 por Caballo de Troya. Dos periplos en pos del amor propio y el ajeno con los que Roberto Enríquez -quien ha sido colaborador en diversos medios, subdirector de Late Motiv y autor de volúmenes como Un miércoles de enero y Días ajenos- nos ofrece un imaginario en el que brotan la ternura y la violencia, el dolor y la belleza, las fugas y los hogares elegidos, los abismos y la luminosidad.
Maricón Perdido consta de seis episodios en los que se nos muestran de forma paralela tres momentos vitales de Bob Pop: infancia, juventud y la madurez. No hay aquí espacio para nostalgias tramposas y almibaradas. Este juego de saltos temporales hilvana un retrato íntimo en el que se entremezclan ilusiones y desesperanzas, valentías y vulnerabilidades, tristezas y destellos de éxtasis. Parte de su trama enlaza también con Mansos, un relato ácido y descarnado de una accidentada noche en una sauna. Fans valencianos de Bob Pop, sacad la agenda y apuntad: el creador estará el 8 de julio con Mariola Cubells presentando la novela en la librería Bangarang.
-El estreno de Maricón Perdido coincide con la reedición de Mansos. Se trata de dos obras con varios puntos en común, interconectadas por diversos hilos. ¿Cómo crees que se complementan?
-Pues de varias formas. Primero porque en la serie la novela aparece como un personaje más de la trama, porque yo no cuento solo los hitos de mi propia vida, sino que también reviso mi propia obra. Eso puede sonar muy petulante, pero es verdad. Para mí, Mansos es un momento fundamental, porque coincide con la primera vez en que alguien me dice “tú eres un escritor”, en concreto, fue Belén Gopegui quien me lo dijo. En ese libro cuento un montón de cosas que hasta ese momento no había narrado. Hay varios asuntos que coinciden en Mansos y en Maricón Perdido, pero que se abordan de maneras distintas, y creo que eso es interesante para exponer que el ejercicio que estoy realizando es ir mostrándome en distintos formatos, pero en realidad soy yo todo el tiempo contándome y escribiéndome de maneras variadas.
-Una de las ideas más presentes tanto en la serie como en el libro es, por una parte, el relato sobre nosotros mismos que nos contamos a nosotros mismos (gran parte de Mansos es un monólogo interior) y, por otra, el relato sobre nosotros mismos que contamos a los demás… De hecho, el protagonista juega a inventarse identidades cuando habla con desconocidos.
-Sí, porque en realidad es un intento de búsqueda de aceptación. Esos cambios de identidad tienen que ver con descubrir quién quieren los demás que sea y cómo me van a querer. Más en la serie que en la novela, lo que hay es el hallazgo de que lo único que funciona es ser uno mismo.
En Mansos me hago un ajuste de cuentas, mientras que en Maricón Perdido, después de diez años de la publicación inicial de la novela, tengo una relación más cordial conmigo y estoy más reconciliado con quien fui. De hecho, me gusta mucho haber tenido la oportunidad en la serie de cambiarle el final a la novela. Es decir, no solo puedes decidir sobre cómo quieres que sea tu vida y quién quieres ser, sino que la ficción también te permite modificar una ficción anterior. Y eso me parecía un juego arriesgado, pero también divertido.
-Las referencias a los cuerpos gordos son también una constante. En los últimos tiempos están comenzando a surgir discursos contra la gordofobia y ha crecido el activismo al respecto, pero hasta hace muy poco era algo completamente normalizado.
-Claro, estaba muy asimilado. En parte, porque tenía que ver con eso que tenía de exclusión. No bastaba con ser raro porque eras marica. Pensabas que cuando te encontraras con otros como tú en el mundo LGTBI sería diferente, pero de repente resultaba que tu cuerpo también ahí era un obstáculo. Y se ha hablado mucho de tendencia sexual, de género..., pero ahora estamos empezando a hablar de qué significan los cuerpos. No es lo mismo un cuerpo de hombre gay normativo que uno no normativo. Ahí estamos luchando por derribar barreras y es muy importante porque al final son nuestros cuerpos con los que recibimos los golpes, es con ellos contra los que impactan los ataques.
-En estas ficciones abordas tu propio diagnóstico de esclerosis múltiple. Y me parece interesante cómo lo abordas porque a menudo en la conversación pública la enfermedad (sobre todo el cáncer) se oculta, se romantiza o se presenta como una batalla en la que el enfermo debe luchar. ¿Hasta qué punto crees que estas narrativas pueden resultar perjudiciales para los propios pacientes y su entorno?
-A mí me parecen siniestras y, sobre todo, muy neoliberales, pues reproducen el mantra de “si quieres, puedes”. Y no, los que en todo caso están luchando contra la enfermedad son los profesionales sanitarios e investigadores que trabajan para encontrar una cura o un tratamiento. La suya no es una lucha épica, sino un objetivo colectivo que nos engloba a todos, porque nuestros impuestos deben ir a ello. No es algo individual, sino social y excluir ese elemento social es terrible.
Además, hay otra cosa terrible. Y es que cuando una persona célebre anuncia que tiene una enfermedad, de repente se convierte en un referente. Y eso no puede ser porque tenemos que entender que no hay dos enfermedades iguales. El diagnóstico puede ser el mismo, pero el desarrollo completamente distinto. Tenemos que ser muy cuidadosos para no acabar creando efectos nocivos en otras personas con la misma dolencia. Yo hablo de mi enfermedad, pero no quiero ser un ejemplo de nada porque no sé cómo va a evolucionar. Porque si yo me pongo fatal o fenomenal no quiero que nadie piense que a ellos les va a pasar lo mismo.
-Estamos asistiendo a un auge de la ultraderecha en distintos puntos del planeta, también aquí. En los últimos días se han denunciado varias agresiones homófobas. Frente a esta ola reaccionaria, ¿qué papel juega contar historias que se salen de lo heteronormativo?
-Pese a todo yo soy bastante optimista. Siento que esta ola reaccionaria es una rabieta. La extrema derecha ha estado siempre en el poder, pero hasta ahora no han necesitado dar la cara y hacer el trabajo sucio. Ahora ven cómo muchos colectivos están en marcha trabajando para crear un mundo mejor para todos. Y tengo la sensación de que este auge de violencia es como la última pataleta de los chulitos del barrio que se dan cuenta de que ya no pueden seguir dando balonazos en el patio, que los demás también hemos cogido el balón, que queremos jugar y que ya no tienen la propiedad del patio ni de la pelota. Tengo la sensación de que están muy rabiosos porque ven que se les acaba el privilegio de la crueldad. Espero que mi impresión sea correcta, que nos encontremos ante los últimos coletazos, desgraciadamente violentos, de esas dinámicas y signifique que nos dirigimos a un lugar mejor.
-Y a pesar de ello, hay un sector de la sociedad que se autodenomina de izquierdas y que considera que hablar la realidad LGTBI o de feminismo es perjudicial para los intereses de la clase trabajadora. Como si fueran categorías excluyentes…
-Negar al colectivo LGTBI o a las feministas su condición de clase trabajadora es muy cruel. Es cierto que, sobre todo la G de ese colectivo se vio fagocitada durante un tiempo por el movimiento neoliberal. Aprovecharon nuestra necesidad de reconocimiento y afecto para ser su sostén de un sistema perverso. Pero creo que esto está cambiando y cada vez el colectivo está luchando no solo por el sexo y el género, sino también por la clase, el cuerpo, la discapacidad… Pretender que la clase obrera pertenece solo a un señor con mono azul y un palillo en la boca es un poquito reaccionario y un poquito de otra época.
-Durante mucho tiempo, el personaje LGTBI de los productos culturales ha estado condenado a ser ‘el amigo de’, un secundario cuyo único rasgo de personalidad es no ser heterosexual. ¿Por qué crees que es importante historias como las tuyas en las que esa persona y todo su universo ocupan el centro del argumento y se convierten en protagonistas?
-De hecho, si era protagonista acaba siendo castigado, acaba pagando su pecado…
-Ahí está, por ejemplo, el ‘síndrome de la lesbiana muerta’ (tópico que implica un final trágico para los personajes femeninos no cisheterosexuales).
-Exacto, y ese discurso lo tenemos que cambiar. Sobre todo porque la ficción nos da posibilidades de ser. Y cuando nos muestran la posibilidad de un desenlace feliz y satisfactorio, nosotros mismos entendemos que tenemos derecho a ello. Es fundamental que nos convirtamos en protagonistas y lo hagamos con nuestra propia voz, contando la historia nosotras mismas. En los productos culturales encontramos muchísimos modelos de ser una persona heterosexual cis, pero no hay tantos para ser alguien LGTBI. Y creo que cuantos más opciones tengamos más posibilidades daremos para ser y ser de un modo más sencillo.
-En ese sentido, ¿hablar desde y de la intimidad también es un acto político?
-Por supuesto que lo es. Desde muchos sentidos, además. Desde la capacidad de tener ese espacio para contar lo que nos sucede, como de tener la posibilidad de que el mundo escuche nuestro relato. En mi caso, que una multinacional acoja mi relato y lo sume a otros muchos relatos que tiene. Eso nos pone en una igualdad que tiene que ver con lo político y que es tremendamente justa y muy necesaria.
-En una entrevista en El Español con Javier Zurro, comentabas que odias la nostalgia. Existe una tendencia a edulcorar el pasado y presentar la infancia siempre como un momento idílico. Pero no tiene por qué ser así, hay infancias muy duras y la vida hace unas décadas no era fácil para gran parte de la sociedad…
-Yo he querido ser muy honesto con eso y no dulcificarlo, porque habría sido muy injusto y muy mentira. Entiendo que hay gente que ya vivió los privilegios desde muy pequeño y que no recuerda la época de otro modo, pero yo la tengo que recordar así no solo por mí sino por los que estaban como yo. Me parece un insulto y una aberración que el pasado se convierta en algo tan ñoño como lo quieren convertir. Estoy harto de que la nostalgia se construya con muebles y ropa vintage, los 80 y los 90 no eran vintage, eran feos de cojones.
-Hablando de decoración y de moda, ¿la frivolidad está demonizada o crees que se empieza a entender que desde una supuesta ligereza se pueden abordar asuntos profundos?
-Es que hay cosas que solo se pueden abordar desde ahí en un primer contacto, luego ya sí puedes profundizar. Muchas veces explicamos quienes somos en un primer vistazo con el modo en el que vamos vestidos. Y eso tiene que ver con lenguaje, con comunicación y con abrir espacios para darnos a conocer. Pensar que la moda es frívola es muy reduccionista. Hombre, si solo hablas de moda y solo te interesa la moda, puede que sí te acabes frivolizando, pero si la entiendes como un acercamiento, un primer mensaje o un prólogo al mensaje que quieres dar, no hay nada como la moda para eso. Lo mismo sucede con las casas: los lugares que habitamos nos explican. En qué clase de viviendas vivimos, qué contacto tenemos con la luz...
-Dicen que Orson Welles filmó una escena de Otelo en un baño turco porque tuvo un problema con el presupuesto para vestuario, así que decidió poner a todos los actores con toallas para poder ahorrar. En tu libro no existen esas dificultades de financiación, pues los personajes de papel no cobran, ¿por qué decidiste retratar el microcosmos de la sauna?
-Porque tiene una serie de protocolos y rituales que mucha gente no conoce y porque explica una parte del colectivo gay que no se podría explicar de otra manera. La forma en que nos relacionamos en una sauna tiene mucho que ver con cómo hemos edificado nuestro mundo, con ese punto de distancia-proximidad, el uso del cuerpo para marcar estatus, la tabula rasa que supone la toalla… Y para mí las saunas han sido un espacio de reflexión: ligaba poco, ya que mi cuerpo no era precisamente la estrella de la tarde, así que pasaba mucho tiempo observando, mirando, pensando… Además, había algo también muy importante: en la sauna podías estar solo y nadie pensaba que eras un solitario, no tenías que dar explicaciones por tu soledad y eso tenía un punto relajante.
-En el caso de la serie, estamos ante un protagonista que se siente solo y que busca conectar con otras personas. ¿Hasta qué punto es importante contar una red de afectos? ¿Y encontrar ese afecto en uno mismo?
-Sonará un poco manido, pero es verdad que hasta que no te reconcilias contigo mismo, cuenta mucho generar una red de afectos con otros. Porque sientes que todos los que se acercan a quererte son sospechosos. Cuando tú no encuentras razones para tratarte bien, sientes que los demás que te tratan bien ocultan un interés secundario. Y cuando estás bien contigo se pierde ese concepto de sospecha. Y sientes que cuando más te expones, más fácil es abrazarte.
-Tanto en el libro como en la serie aparecen muchas referencias a la literatura, a los libros. ¿Estamos en cierta manera hechos de las ficciones a las que nos acercamos a lo largo de la vida?
-Sobre todo, estamos hechos de las buenas mezclas de buenas ficciones. No creo que todas las ficciones sean igual de buenas. Si solo ves Dinastía, tu vida va a ser un infierno. Pero creo que lo chulo es ir combinando obras para entender todas las aristas que tiene la existencia y a partir de ahí construirte a ti mismo. Yo no sería quien soy si no hubiera leído todo lo que he leído, además, creo que he sido mucho más sincero cuando he leído que cuando he escrito y esto también me ha ayudado a saber quién soy.
-Esto enlaza en cierto modo con lo que hablábamos de la frivolidad: una puede leerse un día A sangre fría y otro el Hola…
-Y todo eso me da una mirada sobre el mundo que probablemente no habría conseguido de otra manera. Si solo tuviéramos nuestras propias vivencias, sin ninguna de las experiencias vicarias que nos aporta la ficción, seríamos bastante poquita cosa y nuestro universo sería mucho más reducido.