VALÈNCIA. Ojalá hubiese un crítico musical como Lester Bangs hoy en día. Ojalá alguien así, capaz de molestar y cuestionar continuamente a medio planeta, la voz enervante que en un párrafo está alabando a un artista y al siguiente lo está despeñando por un precipicio. De joven yo quería ser como Lester Bangs. La pura verdad es que era imposible descifrar los artículos suyos cuando abría alguna revista de música en inglés. Lester tenía una sintaxis compleja y retorcida, pero su espíritu trascendía la barrea idiomática y al final, muchos de quienes nos dedicábamos a esto queríamos ser Lester Bangs. Ser como él. Apasionarnos hasta la hiperventilación. Hace mucho que este nada humilde servidor de ustedes tiene otras aspiraciones en la cabeza, pero, a mi manera, creo que cada tanto vuelve a mí el deseo deser Lester Bangs, aunque al final no sea ni Lester ni Bangs ni tampoco me haga falta ser ninguna de esas cosas.
La cuestión es: ¿Puede haber alguien así en el periodismo musical de hoy? Somos insectos atrapados en las redes sociales, abonados a los clubs y las capillas que se fundan en torno a ellas. Llevar la contraria es una mera estrategia para poder brillar y ser una celebridad de Facebook. Llevar la contraria de verdad, quiero decir, llevar la contraria y ser consecuente con ello cuando uno abandona a su avatar y se queda a solas consigo mismo es otro cantar. De haber tenido X / Twitter, a Lester Bangs le habrían abierto la cabeza de una pedrada hace ya tiempo. Tal vez algún espabilado sin escrúpulos pero con más predicamento le habría robado sus conclusiones. Pero sobre todo, ¿qué pintaría en medio de todo este desorden alguien como él? La industria de la música propicia un periodismo que no cuestione su avaricia y su desinterés por el arte. No quiere a nadie que ponga en entredicho sus productos. Su enésima reedición de Nirvana, los lanzamientos que no aportan nada, la avalancha de basura con la que llenan las radios. Todo está bien con tal de que la rueda siga girando. Todo está bien con tal de que tus seguidores vean que has escrito algo, lo que sea; si legitimas a un cantamañanas te van a jalear igual, nadie va a llevarte la contraria en esa pequeña secta que en ese instante gira alrededor de ti.
Así que no, a Lester Bangs lo dejamos que descanse tranquilamente en su tumba. Si hay que resucitarlo, que sea leyendo sus artículos, que desde hace algunos años están siendo concienzudamente traducidos al castellano. Primero vino Reacciones psicóticas y mierda de carburador, una selección de textos editada por Greil Marcus, la biblia del universo Bangs, que Libros del Kultrum puso en circulación aquí en 2018. Ahora llega Venas al frente, festines de sangre y mal gusto, una segunda antología con ejercicios de prosa, publicados e inéditos, que no fueron incluidos en el volumen anterior. Esta vez es su colega John Morthland –coincidieron en la redacción de Creem- quien se ha encargado de recopilar los textos de un cronista tan flamígero, tan fiel a lo que escribía, que falleció a los treinta y tres años por abusar de un fármaco opiáceo. Venas al frente, festines de sangre y mal gusto contiene una selección realizada entre las piezas mejor escritas y que, siempre en palabras de Morthland, refleja el amplio temario del autor. Da igual el asunto del cual hable, el hiperbólico Bangs somete el lenguaje a su voluntad. Era tan chulo como para comenzar unas notas redactadas para una antología de los Mekons diciendo: “Son el grupo más revolucionario de la historia del rock & roll”. En un artículo firmado en The Village Voice y titulado “Mejor que los Beatles (Y mejor que el ADN)” se dedicaba a ensalzar a The Shaggs. Hoy, el trío formado por las hermanas Dot, Betty y Helen Wiggin está unánimemente considerado de culto, pero en 1981, fecha en la que vio la luz el texto, The Shaggs no pasaban de ser una excentricidad que o bien podía seducirte, o bien hacer que te entraran ganas de dejar su disco en el asfalto y atropellarlo con el coche. Bangs era necesario en una época en la que todavía quedaba tanto por discernir. Lo sigue siendo hoy porque ya forma parte de un tiempo que cada vez tiene más que ver con el pasado y menos con el presente.
Leo a Lester Bangs y me doy cuenta de que me interesa más como escritor que como crítico musical. No suelo compartir muchas de sus opiniones pero el modo volcánico que tiene de expresarlas me fascina. Lo que me gusta es su estilo, porque transmite toda la pasión del rock & roll, un concepto que para mí lo mismo incluye a Elvis que Soft Cell o a Prince. A veces no estoy para nada de acuerdo con él, e incluso me irrita, como sucede en su crítica del Warm Leatherette de Grace Jones. En ella destrata a la jamaicana y le dice que mejor le valdría grabar una versión de “Wrap Your Troubles In Dreams”, un tema de Velvet Underground que acabó registrando Nico en solitario. Sin embargo, la virulencia con la que desarticula aquello que él ve como falso o innecesario es hipnótica. Una forma de energía que aplica también en sus reseñas positivas. Uno de los mejores ejemplos de esto es el texto que le dedicó al Horses de Patti Smith en la revista Creem. En otoño de 1975, Horses era el debut más esperado de los últimos tiempos. Él lo ponía a la altura de ciertas obras de Mingus y Davis, del Dylan de los conciertos del Royal Albert Hall a lo largo de un texto que te convertía en creyente de la Smith a la vez que te dejaba sin aliento.
En esta categoría destacan sus reflexiones y encuentros con Lou Reed, artista con el que mantenía una relación de admiración / desprecio, amo / esclavo, amante despechado / novio de la muerte. Lo mismo le ocurre con los Stones y Miles Davis, otros de los nombres sobre los cuales se despacha a gusto en Venas al frente... A veces no es más que un asqueroso machista y un cerdo misógino; a veces es brillante y solamente necesita un par de frases para contagiarte su pasión por algo. Puede que nos gusten los mismos artistas, pero casi siempre los veo de una manera muy distinta a él. Y, sin embargo, su escritura sigue siendo como una gripe que es necesario pasar. El rock & roll ya es historia, lo mismo que el jazz, lo mismo que otras corrientes musicales que en su día marcaron el ritmo de la sociedad. Lester Bangs también lo es, así que vamos a leerlo de la misma manera que él escribía: como si hubiera que sabotear este mundo y puede que nuestra propia vida.