ALICANTE. Andrés Calamaro, que siempre ensaya con la puerta abierta ("y ni por esas consigue que no se le cuelen los ladrones", como cantaba hace años el 'regresado', en terminología calamariana, Lichis de La Cabra Mecánica), y que al parecer regenta un 'todo a cien' donde comprar es como "mudarse al país de Gulliver", o así lo asegura el soneto de Joaquín Sabina (que no tiene intención de regresar) incluido en su libro Ciento Volando de Catorce (poco más de 3 euros en La Casa del Libro; corran), se llama Ezra Pound en la red social antes conocida como Twitter.
Andrés no ha vuelto a vislumbrar siquiera la cima de la lírica que alcanzó a finales de los noventa con Alta Suciedad y Honestidad Brutal, dos de los mejores discos de rock en español de todos los tiempos. Está pasado de peso, se ha quedado sin voz y sin imaginación, y pasa los días debatiendo con otros tuiteros (o como se llamen ahora los usuarios de lo que Elon Musk ha bautizado con nombre de web porno) sobre una política argentina que no conviene analizar en este texto, so pena de que se haga más largo que su ida de olla más mítica, El Salmón (más de cien canciones, el 95% descartables, en un quíntuple CD publicado en 2000).
Ariel Rot (cuyo apellido, curiosamente, no lleva 'h' al final, como el de su hermana, la actriz Cecilia), que venía de saltar, de tocar un rocanrol en la plaza de tu pueblo, de querer besarte y de pedirte que le dijeras que le querías con Tequila, tampoco ha vuelto a cantar nada destacable desde la extraordinaria colección de genialidades que es Cenizas en el aire, su LP de 1999 con temazos como la insuperable 'Dos de corazones'. Pero sigue interpretando en directo, ya de viejito, 'La milonga del marinero y el capitán', o 'Me estás atrapando otra vez', sobre esa adicción de la que usted me habla.
Pero hubo un momento, aproximadamente entre 1990 y 1996 (sí, fue más breve que una serie de Netflix que no cumpla las expectativas en su primera temporada), en que Andrés y Ariel, argentinos, que siguen siendo amigos, engañaron a los españoles Julián Infante, guitarra, también ex Tequila y tristemente desaparecido en 2000, y Germán Vilella, batería, para formar Los Rodríguez. Por cierto, Julián no murió "tras una batalla con una larga enfermedad", como la mayoría de famosos, sino (ya se lo digo yo) de SIDA. Son cuatro letras, prueben a pronunciarlas y a aceptar que existe. Y que se puede tratar. Vilella sigue vivo.
Los Rodríguez solo existieron (formalmente, claro) seis años. Y de esos, solo sonaron en la radiofórmula cuatro. Un periodo en el que les dio tiempo (ojo, que Calamaro es capaz de montarte un disco de cien canciones en quince días) a entregar cinco discos: tres de estudio, un directo y un recopilatorio. Bueno, y a contar con las colaboraciones de Antonio Flores o de Raimundo Amador. Y a marcar a una generación. O a más de una, en realidad, porque si ahora mismo jura usted por lo más sagrado que nunca ha escuchado 'Sin documentos' en una verbena de agosto en Quatretondeta, caerá fulminado por un rayo divino.
Hace varios años (taitantos, en realidad), un joven argentino trataba de explicarme, en lo más duro del Corralito de los primeros dosmiles, quiénes eran Los Rodríguez (sí, efectivamente, la banda interpretaba Sin Documentos tal festivo como ayer en la verbena de Alcosser de Planes, en la comarca alicantina de El Comtat). Y, aunque el grupo se fundó y triunfó en Madrid antes de volver al Río de la Plata, me callé. Hace dos semanas, cansado del ruido blanco y de huir de Radio 3 y Radio María mientras circulaba por la autovía A-43 entre Villarrobledo y Puertollano (pregunten a Mónica Nombela) de camino al pueblo de mi futura esposa en Badajoz, ella me preguntó "qué es esta mierda" cuando puse el CD 'Hasta luego'. Y me volví a callar. Y, bueno, puse la Cope.
Así que entre que he considerado procedente contestar dicha pregunta, que la semana que viene se cumplen treinta años de la publicación del LP que hizo famosos a Los Rodríguez ('Sin documentos', 1993), que sigo siendo fan de Calamaro (y, vaya usted a saber por qué, de Eduardo Mendoza), y que mi querido Dani Terol se ha vuelto a ir de vacaciones y no hay filtro, pues están ustedes leyendo (si han llegado hasta aquí) esta digresión. Las dos anécdotas vienen muy y mucho a cuento, porque aunque ahora sobre todo los más jóvenes (y jóvenas) los hayan conceptuado como "carrozas que cantaban cosas que riman en un compás de dos por cuatro antes de que Daddy Yankee inventase el puto reguetón", lo cierto es que el éxito fue esquivo a Los Rodríguez.
Pero llegó 1993, y tras el injusto ninguneo a 'Buena Suerte' (1991) e himnos como ' Mi enfermedad', 'Engánchate conmigo' o 'A los ojos'; y el inexplicable vacío al directo 'Disco Pirata' (1992) y su sublime versión de 'Copa rota' de José Feliciano (además de los directos de los éxitos antes citados), Andrés y los suyos dieron con la veta: la rumba rock 'Sin documentos' (pa ra ra ra ra ra, pa ra pa pá, pa ra ra ra ra ra, pa ra pa pá), punta de lanza de un disco que se puso a la venta a finales de agosto de 1993, hace treinta años (algunos de ustedes, a los que a partir de ahora interpelaré como 'vosotros' porque si no fuera por la alopecia ya peinaría canas, no habían nacido y por ello los odio profundamente), y que cambiaría para siempre la historia del rock castellano.
Tanto, que durante una década a cada grupo que siquiera oliese de lejos a la fórmula Calamaro/Rot se les llamó sin pudor (Fernandisco y demás tropa) "los nuevos Rodríguez", aunque fuesen espantos como Los Cucas, o inclasificables trasuntos de Hombres G como El Canto del Loco. En fin, "el tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos", pero cada vez que se me cae una cuchara al suelo pienso en la letra de 'La puerta de al lado', y de vez en cuando me traiciona la melancolía de mis antiguas relaciones con la banda sonora de 'Diez años después' (ambas en 'Palabras más, palabras menos', 1995). Los Rodríguez, señores. Y bros.
Calamaro, que hace veinte años provocó la humorística apostilla de "en este disco no colabora Andrés Calamaro" debido a su prolificidad, que cantó como nadie más podría la letra escrita por Sabina en una servilleta ('Todavía una canción de amor' o cómo llorar un litro de lágrimas sin motivo), que compuso 'Tuyo siempre' para Rosario, que nos enamoró de Paloma y (media) Verónica, metió un monólogo de Antonio Escohotado ("cuentan de Alejandro", "mecaguën la leche, os dais cuenta lo que tengo que hacer para que me tengáis respeto") en 'Nunca es igual' (1997), parió homenajes a Maradona, Miguel Abuelo, Jaime Urrutia, que montó una gira con el 'ex Platero' (llama ahora a seguridad, Adolfo) Fito Cabrales que pasó por Benidorm... fue también el argentino que nos descubrió a los españoles post Franco lo que era ser un rodríguez.
Dicen las biografías autorizadas que a Andrés le fascinó un concepto que hoy tiene poco sentido: el del padre de familia que se queda en agosto trabajando (en Madrid, claro) mientras su familia veranea (en Gandía, claro). Más o menos, eso es "estar de Rodríguez", y eso es lo que quiere expresar el nombre del grupo. A alguien nacido en la Costa Blanca, el concepto le suena a argumento de Cristopher Nolan, claro.
A no ser que lo asimile a esos días de agosto de la década de los ochenta en los que, preadolescente, mientras veraneaba vestido con un bañador olímpico y la piel tostada en la casita de campo de su abuelo en Turballos, pedanía (desnuclearitzada i desmilitaritzada) de Muro de Alcoy a los pies del Benicadell, veía cómo su padre, agente comercial autónomo de un mayorista textil valenciano que quebró con la 'crisis china', se subía a su Peugeot 505 para visitar clientes en Albatera. Pero ni por esas.
Ser 'un Rodríguez' es una de esas cosas que no entendemos porque no somos Alfredo Landa ni Paco Martínez Soria, ni nos han atrapado en una cabina (qué gran excusa para ponerse hasta las trancas con los amigotes) como a López Vázquez. Pero, gracias a dos argentinos que tuvieron que venirse a España a triunfar para que luego nos explicasen quiénes eran desde el Hemisferio Sur, hemos pillado el concepto. Hace treinta años que lo pillamos, concretamente, y desde entonces lo seguimos buscando. Pero no se dejen engañar, porque no hay 'nuevos Rodríguez'.
Eso sí. Si quieren (queréis) intentar entenderlo, no dejen (dejéis) de ir a la verbena de Alcosser de Planes. Pa ra ra ra ra ra, pa ra pa pá, pa ra ra ra ra ra, pa ra pa pá...