VALENCIA. Hace un par de días se publicaba Miscelánea de canciones para robótica avanzada, reedición con canciones nuevas del que fuera último disco de Fangoria, un dúo formado por dos artistas a cuya carrera y obra me siento muy cercano desde hace décadas. Tiempo más que suficiente como para acumular recuerdos de todo tipo sobre ellos.
La admiración por determinados artistas, y más si ésta se adentra en el pasado, me sirve también para ayudar a situarme en el tiempo. Para verme a mí mismo en determinados episodios de mi vida. Pongo un ejemplo: ¿hay algún músico al que pueda relacionar con el 23-F? Ese día había quedado con mi amigo Javier Martínez y estábamos por la calle de las Barcas cuando me enteré de la noticia. Así que si estaba con Javi, seguramente estábamos hablando de Lou Reed, Talking Heads o Blondie, o de los tres. Siento no poder ser más específico pero el ataque de pánico que me sobrevino, al escuchar las noticias una vez en casa, borró casi todos los recuerdos previos de ese día. Algo parecido me ocurrió con el 11-S. Tardé años en recordar lo vivido antes del atentado. Que no fue moco de pavo, porque había estado grabando una entrevista al músico finlandés HIM, entre consoladores de piedra y monos de látex, en el Museo Erótico de Madrid.
Siguiendo con las fechas de susto y disgusto, contar que el 11-M está muy vinculado a Fangoria. Ese mismo día por la tarde iba a viajar a Valencia (una de las cosas que tenía el vivir en Madrid es que echaba de menos las fallas y quería ir a Valencia en Fallas para luego estar evitándolas y maldiciéndolas todo el tiempo) y quería dejar terminado un trabajo relacionado con ellos. Era el texto promocional para el disco Arquitectura efímera. Aquel disco significó su debut para Warner, multinacional a la que siguen vinculados y que ha publicado sus discos desde entonces. En aquel momento, Fangoria ya había dejado definitivamente atrás una etapa difícil que se había prolongado hasta finales de los años noventa. Álbumes como Una temporada en el infierno (1999) y Naturaleza muerta (2001) les habían devuelto, de manera gradual, a una merecida popularidad.
Los textos promocionales son artículos que se redactan para acompañar la distribución promocional de un álbum entre los medios. Se suelen escribir desde la misma casa de discos, pero en ocasiones se encargan a periodistas, que con su firma abalan el valor artístico de dicho álbum. También hay casos en los que el texto es de un profesional pero, por el motivo que sea, se publica sin firmar. Es el caso de los que he hecho con Fangoria. Cuando escribo ese tipo de textos, el protagonismo es para Alaska y Nacho Canut. No hace falta que yo explique nada porque ellos lo hacen muy bien. Mi única misión es preguntar, transcribir, extractar y editar lo que ellos dicen, que normalmente surge ya bastante estructurado. En ese sentido, como en otros, son una delicia. Puesto que este tipo de trabajos no buscan la objetividad sino todo lo contrario, ya que son textos promocionales, hablar con ellos dos siempre es estimulante. Son divertidos, lúcidos e imprevisibles. Puede que haya quien ya no lo perciba así, pero no se puede negar que durante años –décadas- eran un oasis en medio de un secarral. En un país como España, en el que los artistas sienten culpa y vergüenza por triunfar, Fangoria han replicado con maestría cañí el modelo de estrella anglosajona.
La noticia del 11-M me pilló en el gimnasio, a primera hora de la mañana. Era un gimnasio pequeño y familiar que estaba a una calle de mi casa. Un local humilde pero céntrico, y supongo que ese era el motivo por el que era frecuentado por personajes populares de todo tipo, desde el juez Baltasar Garzón (y su escolta; jamás he realizado ninguna tarea con tanta seguridad) hasta Jorge Javier Vázquez, pasando por Concha García Campoy o Chelo García Cortés, la única persona en el mundo capaz de hablar con la Pantoja mientras hace cinta. En 2004 las noticias no corrían con tantísima rapidez como ahora. En ese mismo gimnasio me enteré, por ejemplo, de la muerte de Carlos Berlanga una mañana de junio. Aquella mañana, tras conocer la noticia del atentado, decidí marcharme a casa. Decidí que no volvía a casa en tren, y saqué un billete de autobús. Luego hice lo que siempre he hecho en momentos adversos, refugiarme en el trabajo. Me puse a transcribir la entrevista con Alaska y Nacho para hacer el texto promocional de marras. Escuchándolos decir cosas tales como que solo hacen canciones de dos tipos, sobre relaciones sentimentales o de autoayuda, conseguí olvidarme durante un rato del horror desatado a tan solo unos kilómetros de mi casa.
Unas semanas más tarde, Fangoria hizo su ronda de firmas coincidiendo con la publicación de Arquitectura efímera. Como la de Valencia coincidía con unos de mis viajes aquí, presenté el disco con Alaska (Nacho siempre prefiere quedarse al margen en este tipo de acontecimientos y estar en la cafetería más cercana hablando con algún fan) en el FNAC. Al terminar volvíamos todos a Madrid en tren así que fuimos directamente a la Estación del Norte desde la tienda, creo que andando. Una vez allí, accedimos a la sala Vip a esperar. Como es habitual, y más en pleno proceso promocional, Alaska iba cargada con bastantes maletas. Las suyas y las de Nacho habían quedado discretamente colocadas en un rincón de la sala mientras esperábamos el anuncio del embarque. Me ofrecí a llevarle a ella algunos de sus bultos y salimos todos en dirección al andén para hacer cola. Entonces, desde la puerta de sala Vip, un hombre vino corriendo hacia nosotros. Venía a recuperar una de sus bolsas que yo me había llevado pensando que también pertenecía a Alaska. Ella, involuntariamente convertida en el centro de atención, sorteó la situación con la naturalidad que le caracteriza. Nacho, con la cara roja por la vergüenza, se giró hacia mí y me espetó: “Marnie la ladrona” La anécdota quedó para los anales del mundo fangoriano durante una temporada.
Cuando tienes relación con un artista cuyo trabajo te gusta, se crea un nexo especial con él. Deja de ser algo unidimensional, imaginario y distante, para formar parte de tu vida de una manera mucho más tangible. No es lo mismo que te guste David Bowie que Fangoria, Miqui Puig o Chico y Chica porque la cercanía altera la posibilidad de relación con el artista admirado. Con Alaska y Canut, con los que he mantenido una cordial relación profesional a lo largo de los años, ha sido así. El primer párrafo de un libro que hice sobre ellos, Alaska y otras historias de la movida, lo escribí el 11-S. Para intentar sacudirme el miedo, el desconcierto y la angustia que sentí durante aquellas horas, opté por refugiarme escribiendo. Así surgió el primer párrafo del primer capítulo del libro, imaginándome a Olvido Gara llegando al aeropuerto de Madrid tras abandonar sin ganas la ciudad de México donde nació y vivió hasta entonces.