El programa de debate, nacido en plena transición española y que perduró en TVE hasta 1986, fue pionero al mostrar diversidad de opiniones, un alto nivel intelectual, material cinéfilo de culto, y participación de mujeres, “melenudos” e invitados extranjeros que daban la sensación de país moderno. Con ello se fomentó el relato de la transición y la normalización democrática en nuestro imaginario colectivo.
VALENCIA. Si hay un formato fundamental en la historia de nuestra televisión no solo por sus características técnicas y narrativas, sino por su papel esencial en el desarrollo de un nuevo imaginario colectivo, fue sin duda el programa de debate La clave. Los lectores de más de cuarenta recordarán el emblemático espacio de TVE que dejó una profunda huella en nuestra retina durante la transición y en nuestra recién estrenada democracia. Un estilo de televisión que hoy día por su tempo catalogaríamos más bien como Slow TV: extenso de duración, sosegado y hasta relajante. Aunque con otro añadido en este caso: intelectualmente rico.
Cuarenta y un años después del nacimiento del mítico espacio de José Luis Balbín, resulta difícil imaginar que alguien recuperase hoy un programa como aquel. En cuanto los espectadores sociales escuchasen a los tertulianos intervenir con aportaciones largas, sin ataques frontales y sin subir la voz, tardarían décimas de segundo en volcar en las redes sociales opiniones en las que tildarían a los participantes de “muebles que no dan juego” y al programa de “estar acabado”. Un tipo de crítica que se muestra cada día una y otra vez en gran parte de los formatos televisivos cuando las aguas vienen mansas.
Pongamos un ejemplo: el discurso de Ana Belén el pasado día 4 de febrero en los Goya. Su intervención tiene aproximadamente la misma extensión en minutos que el turno de cualquier invitado de La clave de finales de los setenta o principios de los ochenta. Sin embargo, pese a lo interesante de sus palabras, los tuiteros manifestaron con ingeniosas bromas lo tedioso que les resultó aquello. Porque nuestra mirada y ritmo como espectadores ya no son los mismos. Entre tantos avances tecnológicos, nuevas fórmulas para la participación social, consumo multipantalla y zapeo entre decenas de canales, se nos ha olvidado lo gratificante que resultaba contemplar en la madrugada del viernes o del sábado programas como La clave. Y lo agradable que es, todavía hoy, visionar contenidos de ritmo tranquilo, como cualquier buen programa de radio nocturno, aquellos que nos han acompañado muchas veces durante el insomnio. Compruébenlo con este ejemplo llevado al extremo, un verdadero producto de Slow TV noruego. Relájense y déjense llevar:
Al menos estos últimos meses, tras el reencuentro de OT en TVE, cierto público reivindica con nostalgia lo mejor de determinadas épocas de nuestra historia televisiva. Momento ideal para poner en valor aquellos que fueron una pieza clave (nunca mejor dicho) en el proceso de la transición y la normalización democrática.
Los inicios
Fue un 28 de enero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco, cuando el segundo canal de TVE, entonces llamado UHF, estrenó el mítico espacio dirigido y presentado por el periodista Jose Luis Balbín, hasta entonces trabajador en París de la televisión pública y antes corresponsal del diario Pueblo. Según cuentan los investigadores de la Universidad Carlos III Manuel Palacio y Carmen Ciller “en los últimos meses de 1975, el en aquel momento director de RTVE, Jesús Sancho Rof”, solicitó ideas a Balbín “para poner en antena algún programa”. Entre ellos estaba la versión de Le dossier de l’ecran, un espacio de debate de la televisión francesa. “No es un hecho fútil el remarcar que La clave traslada a los hogares españoles la experiencia foránea de un país avanzado y democrático como Francia”, explican. Como tampoco era coincidencia que entre los tertulianos siempre hubiera algún invitado extranjero que interviniera a través de traducción simultánea, un sistema que quedaba de lo más chic en pantalla tras treinta años de oscuridad. España se modernizaba a golpe de auriculares. Era la representación visual de una puerta que se estaba abriendo. Estábamos presenciando, en nuestro imaginario, un debate tan internacional y de alto nivel como cualquiera de la ONU.
La clave estaba dividida en cuatros bloques, explica el Catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III Manuel Palacio en su libro “La televisión durante la Transición española” (Editorial Cátedra): “una presentación del tema a desarrollar en el programa”, “la emisión de un largometraje tendencialmente alusivo, el coloquio siempre en directo entre una media docena de expertos invitados y, según épocas, un epílogo en el que se daba entrada a la lectura de preguntas de espectadores y a una bibliografía y filmografía para aquellos que quisieran conocer más ampliamente el tema”.
La selección de films corría a cargo de Carlos Pumares. Se exhibieron películas de Kubrik, Truffaut, Bergman, Billy Wilder, Passolini, Polanski, Berlanga, Bardem, Fernán Gómez, o José Luis García Sánchez, entre otros. Por tanto, ya de por si, desde el punto de vista de espacio contenedor de cine, contenía una selección tremendamente atractiva para un núcleo de espectadores. “Indudablemente, parte consustancial del suceso de La clave estuvo basado en una elección de largometrajes verdaderamente notable. Éste es un factor esencial para su éxito, que entre otros aspectos permitía al programa conectar con los públicos culturalmente más avanzados autoidentificados por su cinefilia, que a su vez había sido tan importante en la constitución de la cultura antifranquista”, explica el catedrático.
En el documental Las lágrimas del Presidente, emitido por TVE, disponible en su archivo a la carta, y comercializado junto al libro, Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea, recuerda que por entonces la sociedad española estaba “saliendo de una etapa cultural mediocre” y que en ese sentido TVE fue un factor dinamizador. “Se comenzaron a establecer los relatos sobre las bondades de La Transición y la España autonómica postconstitucional”, un matiz peliagudo, por otra parte, para los escépticos de la Cultura de la Transición.
Llama la atención como espectador del siglo XXI que “la opinión especializada se respetaba, se oía y se confrontaba”, tal y como explica en el documental el historiador Rafael Tranche. “De alguna manera se creó un espacio para entender que la discusión política o en torno a las ideas era algo propio de la democracia”. Y creó adicción. “La gente se quedaba hasta las dos de la mañana despierta viendo el debate de La clave, y me pregunto si esa capacidad fue la que provocó la clausura del programa”, analiza en el documental el profesor de Historia Contemporánea Ferrán Gallego.
La trayectoria del programa efectivamente acumuló multitud de escándalos hasta su cierre después de tres etapas en TVE (luego tuvo otra en Antena 3 en los años noventa). “La clave se convirtió desde su inicio en verdadera prueba del nueve de lo que daba de sí el régimen de libertades en la nueva España de la Transición”, indica Palacio. La etapa del postfranquismo fue la más dura en cuanto a confrontación frente a la clase política. “Escogí como tema central un debate sobre el juego, que entonces estaba prohibido en España, y ya provocó un escándalo tremendo: recibí advertencias a nivel incluso de Consejo de Ministros”, cuenta el propio Balbín. Lo más gracioso ocurrió en el tercer programa: “estaba dedicado a los espías y acabé teniendo que declarar ante el Estado Mayor del Ejército porque se creían que estaba conchabado con el KGB”.
Otra anécdota de la tercera etapa fue que los guardaespaldas del dirigente falangista Raimundo Fernández Cuesta intentaron agredir al historiador Ian Gibson tras la emisión de uno de los programas. Y entre las últimas emisiones se recuerda especialmente el programa dedicado al Opus Dei y el de la entrada en la OTAN el 27 de abril de 1985. “Se convirtió en un verdadero alegato en contra de la política del presidente Felipe González sobre la Alianza Atlántica”. Imaginen: se estaba emitiendo en época de gobierno socialista, en la televisión pública, con señores opinando en contra de la entrada en la OTAN. Las fricciones, según cuentan los investigadores, fueron inevitables.
En diciembre de ese mismo año Balbín se inmoló definitivamente con un programa que en un principio iba a tratar de “la movida madrileña” con el título “la movida nacional”. Aprovechando que con ese título cabía cualquier cosa en realidad y que desde arriba creyeron que el programa iba a tratar de los chicos del Rockola, Balbín decidió modificar la lista de invitados, algo por otro lado que está a la orden del día en televisión. El director llamó en el último momento a “dirigentes políticos como Gerardo Iglesias y Ramón Tamames, contrarios a la presencia de España en la OTAN”, relata Palacio.
Ante tanta fricción acumulada en 1986 TVE suprimió el programa. Según el comunicado por “criterios profesionales”, es decir, se clausuró debido a la caída de audiencia recogida por el EGM (no existían todavía los audímetros), que eran tan precisos como las actuales encuestas políticas, ya saben (con pinzas). La rentabilidad social del programa, siendo además un espacio de la segunda cadena que no pelea en la misma liga, no se tuvo en cuenta.
Balbín, acusado por entonces en El País de “megalómano”, aseveró que “en televisión no se puede hablar libremente de la OTAN ni de los socialistas”. “Hay una intención de buscar una disculpa para acabar con un programa en el que pueden opinar todos”, dijo.
Visualmente destaca sobremanera ver, además de la cantidad de humo y cigarros que circulaba, la inclusión de mujeres opinando con sus pares (un 5% de mujeres entre los más de dos mil invitados), o a tertulianos “melenudos”, palabra que se escucha tal cual durante el debate dedicado a la industria musical (Hit parade) donde participó el gran Moncho Alpuente sentado a la derecha de un señor con bigotito que le miraba de reojo con cierto aire de superioridad. En La clave se confrontaban ideas dialécticas, generacionales y también, visuales.
Aunque ni siquiera habían nacido aún los creadores de Facebook o Twitter, La Clave fue uno de los pioneros en cuanto a televisión social. Con una centralita capaz de “recoger quinientas llamadas”, según explican los Investigadores de la Universidad Carlos III, se daba entrada “a las preguntas que hacían los espectadores a los tertulianos”. Los abuelos de los que ahora son los haters de las redes sociales protagonizaban las preguntas que “intentaban poner en apuros” a los contertulios más activos en el coloquio.
Como remate curioso contarles que a los invitados se les regalaba un reloj tras su paso por el programa (si todavía existiera La clave ¡sin duda se habría apuntado al debate toda la Gürtel!). Y por último citar su sintonía, compuesta por Carmelo Bernaloa, que parecía más bien la banda sonora de una película de suspense.
Una época ávida de información que nada tiene que ver con la actual, donde presenciamos precisamente todo lo contrario: un exceso de noticias, que a veces, por salud mental, es necesario dosificar.