ALICANTE. "La esencia de Hollywood no ha cambiado", cuenta Javier Moro. El escritor, que presenta hoy en Alicante su novela Mi pecado, trabajó en la industria de Los Ángeles durante cinco años en la década de los 80. Aquella experiencia le ha servido para entender mejor la historia de Conchita Montenegro, la protagonista de su historia, una actriz que española que marcha a América cuando la Meca del cine reclamaba a los profesionales de todo el mundo para versionar sus películas.
Después de que el cine mudo permitiera una exhibición global de las películas, el salto al sonoro supuso un terremoto. La primera solución que encontraron los americanos fue que al mismo tiempo que se rodaba la versión americana, equipos llegados de otros países aprovecharan toda la infraestructura para hacer su trabajo. Fueron solo cinco años, antes de que se optara por el doblaje. Y en ese tiempo algunos intérpretes tuvieron su oportunidad de conocer un mundo que se nos antoja mítico.
Era también un tiempo en que los derechos de las mujeres no se solían respetar. Han tenido que pasar casi noventa años para que las mujeres estén apoyadas en sus denuncias sobre el machismo de la industria y los abusos que sucedían en los llamados casting de sofá. "Le ocurrió a Conchita Montenegro con el sobrino de Louis B. Mayer que era el capo de los capos en aquel entonces, el dueño de la Metro", comenta Moro, "el sobrino se enamoró locamente de Montenegro y quiso, digamos, beneficiársela". "Harvey Weinstein existe desde que existe Hollywood porque son situaciones muy desequilibradas entre alguien con mucho poder y gente que está muy desesperada por cambiar de vida", concluye.
"Me resulta fascinante volver a dar vida a una época que era muy interesante", explica Moro, "allí se encontraron un grupo de españoles entre los que estaba Edgar Neville, Jardiel Poncela, Luis Buñuel... y cuando se encuentran un grupo de españoles en el extranjero ya sabemos el nivel de alboroto y diversión que se producen". Ellos sabían que eran populares por eso. Es el caso de Charlie Chaplin, a quien según Moro, le "encantaba estar con españoles porque le parecían muy alegres". Hasta el punto de que "Neville llamaba a Montenegro y le proponía ir a tomar un cocido en su casa y ese era un plan de domingo".
Otros planes podían ir peor. Aunque fuera en la playa. "Cuando le tocaba cocinar a Jardiel Poncela, todos le miraban mal porque cocinaba fatal, sus croquetas eran incomibles y las escondían en la arena", relata. Estas y muchas otras anécdotas las va colando en su texto. Una labor de investigación "complicada pero utilizo todo el armamento que está a mi disposición: los archivos de los periódicos americanos y españoles; entrevistar a gente que la ha conocido, como Alfonso Ussía que coincidió con ella en su última etapa, cuando fue embajadora; libros de memorias, las de Chaplin son fantásticas y las de Buñuel también, Mi último suspiro, uno de los libros más bonitos que he leído".
Otros clásicos, como Hollywood, Babilonia de Kenneth Anger, le sirvieron también de documentación. "Cuenta muy bien lo que fue el trauma del cine mudo al sonoro, cuando empezó la moda de suicidarse desde lo alto de las letras de Hollywood. No pasaban ni quince días sin que pasara un actor o actriz que se tirara", comenta. Es solo una de las muchas "anécdotas jugosas" que ha encontrado. Aunque también al investigar ha descubierto cosas como que el "primer marido de Conchita Montenegro, Raul Roulien, fue quien descubrió a Fred Astaire y Ginger Rogers porque David O'Selznick había dictaminado que Astaire no servía y este les dijo que eran un tesoro y en Volando a Río el gran éxito se lo llevaron esos actores".
Mucho material del que abastecerse aunque fuera "trabajoso". Eso sí, se siente satisfecho porque cree que "juntando todo te queda el cuadro perfecto". "La parte de la investigación", concede, "ha sido la más divertida porque conoces gente, viajas, ves películas y fotos para poder describir cómo van vestidos... O sea, que alimentas tu mente y sueñas tu libro". En cambio, la parte más dura es la de escribir sobre todo eso, "para eso sí necesitas método, no hay excusa que valga. Tienes que hacer un esfuerzo de mucha concentración en mucho tiempo, eso es escribir una novela". Para lograr ese objetivo, "lo único que funciona es todos los días a la misma hora, un número de horas seguidos frente al ordenador y así es como va saliendo".
Si en la novela habla del glamour de las estrellas del cine, cuando eran iconos por todos admirados, en lo que respecta a su día a día lo despoja de ello. "En esto de la escritura, cada maestrillo tiene su librillo", agrega sobre sus hábitos de trabajo. "Los hay que escriben borrachos a las tres de la madrugada. Yo no puedo. Tengo que haber dormido bien", apostilla. "Es un gremio en el que cada uno va por libre", prosigue, "tengo algunos amigos pero no creas que hablamos de literatura tanto como de contratos con editores, la amenaza de la piratería o cómo hacemos la promoción en tal sitio. Cosas prácticas. Y eso pasa en todos los gremios".
Un informe presentado esta semana hablaba precisamente de que los libros son el sector cultural en el que más ha aumentado la piratería en 2017. "Es lamentable que pase esto. Hasta que el Gobierno no tome medidas drásticas y no acabe en la cárcel un pirata no va a cundir el ejemplo", lamenta. Por eso se pregunta qué medidas se han tomado en otros países occidentales para que "allí no se pirateen libros pero aquí sí, ¿por qué no hacen lo mismo?".
Con el premio Primavera en sus manos por este libro y presente de forma habitual en las listas de lo más vendido, Moro considera que "me defiendo y me he defendido hasta ahora, hasta que los piratas me quiten de en medio como sigan así". Aún así, puntualiza que lo suyo no es quejarse, "tengo un núcleo de lectores fieles y eso es muy importante, es de lo más agradecido de este trabajo. Me lo paso bien en los encuentros con los lectores y suelen ser gente que ha quedado conmovida por lo leído y es muy agradecida. Me parece sensacional encontrarme con ellos".