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del derecho y del revés / OPINIÓN

Lo que va delante, va delante

5/12/2021 - 

Alicante se prepara para las fiestas. El Belén gigante ya preside la Navidad en su enormidad desde la Explanada de España, mientras los días corren inexorables hacia los hitos navideños señalados en el calendario. La cuenta atrás es imparable. Me parece bien que hayan querido aprovechar la inversión del año pasado reutilizando las figuras del Belén, pues en los nuevos tiempos reciclar y aprovechar están de moda y más falta que nos van a hacer a este paso. Pero no me voy a poner apocalíptica, que les amargo el café dominical a mis lectores. Estos hábitos no dejan de ser ciertamente interesantes y prácticos, sobre todo ante la nueva realidad que nos viene tras la pandemia, si es que algún día termina esta pesadilla generalizada y podemos pasar página.

Se aproximan, como digo, los días más importantes del año, los que marcan los encuentros familiares y con amigos más destacados. Los que llevamos tanto tiempo esperando. Al final, aunque nos pese, todos acabamos pasando por el aro y lo tradicional entra en juego en casi todas las casas por estas fechas, al margen del sentimiento religioso. A estas alturas tenemos demasiadas celebraciones pendientes y una duda enorme, que consiste en si realmente podremos reunirnos o no con los seres queridos a pesar del pasaporte Covid, al que muchos están accediendo debido al pánico causado por las prohibiciones de acceso a discotecas y restaurantes. El incremento de contagios hace que nos planteemos si tendremos que volver a evitar a nuestros hermanos, cuñados y sobrinos en las comidas y cenas navideñas, como ya nos sucedió el año pasado, porque al final prohíban las reuniones y desplazamientos entre Comunidades. Hay quien dice que las vacunas no serán suficientes para poder impedir la propagación de la nueva variante de coronavirus, denominada Ómicron, que amenaza con echar por tierra nuestros planes más ansiados. De hecho, muchas personas creen que la vacunación no sirve para contener esta variante. A pesar de todo, y mientras algunas personas tienen pánico de los encuentros con otras que estén fuera de su círculo íntimo, hay otras muchas ajenas a todo esto, dándose de tortas para ir a presenciar el volcán de La Palma en erupción: vivir para ver. Lo del morbo es consustancial a las personas y ni con la pandemia se aplaca. Es cierto que hay gente para todo, incluso para asistir en directo la destrucción causada en la isla, como digo. Pero es que la gente no se corta y el pasado viernes las colas kilométricas, de horas, a la salida de las ciudades evidenciaban el ansia vacacional, demostrado en el deseo de aprovechar los días de este puente. En Benidorm, sin ir más lejos, en algunos hoteles están desbordados, con el nivel de ocupación prácticamente al máximo, pues está claro que muchos piensan que lo que va delante va delante y se han lanzado en plancha a cogerse estos días por lo que pueda pasar más adelante, incluidos posibles confinamientos tras las fiestas. No hay dolor y ya saben eso del vivo al bollo, como demuestra la fiebre por comprar lotería este año más que nunca, dado que se ha incrementado el número de billetes puestos en circulación. Tal vez pensemos que el hecho de estar aún inmersos en la pandemia nos va a ser compensado por la diosa fortuna que, si nos tocara con su varita, nos permitiría hacer ese viaje siempre añorado o cumplir un deseo. Muchos supersticiosos andan como locos buscando el número de lotería que coincida con la fecha en que empezaron las erupciones.

Qué quieren que les diga, la llegada del virus ha puesto todo patas arriba, pero por suerte no necesariamente ha ido solo a peor. En estos días, por decir algo, en un partido de fútbol le han dedicado un minuto de silencio a Almudena Grandes, algo insólito porque nada más alejado del mundo de la cultura que el fútbol y aledaños. Puede que no esté todo perdido. Y es que el dichoso virus ha tenido efectos ya inevitables en nuestras vidas. Uno de tantos consiste en que se ha rebajado la formalidad en muchos ámbitos, por ejemplo, en los juzgados, creo que con carácter definitivo. Después de la pandemia no se ha recuperado aún el rigor que imperaba con anterioridad en los juicios, y los abogados seguimos estando exentos de utilizar la toga cuando defendemos algún asunto en el estrado; antes la mayoría de los abogados utilizaba las togas comunes del Colegio de Abogados y hoy no se permite debido al riesgo de contagios. Muchos jueces y fiscales siguen la misma tendencia y van con su ropa de calle, lo que no deja de ser chocante para los que llevamos demasiado tiempo ejerciendo y estamos acostumbrados a la formalidad y teatralidad anteriores.

Tenemos que adaptarnos a lo que nos vaya viniendo, sea lo que sea. El cambio de paradigma ha de servir para que relajemos las costumbres trasnochadas en aquello que lo requiera y -¿por qué no?- también puede tener algunos efectos positivos en nuestras vidas, como que empecemos a apreciar lo que de verdad importa.  

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