VALÈNCIA. Año 2016, los artistas Sun Yuan y Peng Yu exponen por primera vez Can’t help myself, en el Guggenheim de Nueva York. La obra, que se podía ver encapsulada en el marco de la exposición Tales of Our Time, mostraba a un gran brazo robótico que intentaba a toda costa limpiar el líquido color granate que desprendía… pero cuanto más limpiaba más ensuciaba.
Esta fue la primera pieza robótica del museo, y consiguió generar un gran debate sobre la “ternura” que podía provocar un robot, en un momento en el que intenta cumplimentar una tarea simple y se tiene que ver en un momento de frustración. Esta sensación de empatía con el robot, similar a la que generan los perritos teledirigidos, se rescata ahora en Gabinete de Dibujos a través de Retrato del artista como máquina, una exposición en la que el artista Ignacio García Sánchez consigue situar a los robots en acciones humanas del arte con torpeza y delicadeza a partes iguales.
Sus obras muestran a toscas máquinas intentando llevar a cabo las funciones de un artista, que tal y como reza el texto de la sala “junto a psicoanalistas, filósofos y trabajadores sociales” son aquellos que aún se creen irremplazables, el último bastión humano frente a la máquina. Ignacio contempla la obra, como una investigación de los puntos en común y de la emocionalidad compartida.
La clave para establecer esta conversación viene de una imagen mecánica “sin cuerpo ni cabeza” que puede llevar a cabo una acción que pueda parecer muy humana, que además complementa con gestos delicados como aguantar un pequeño pincel: “Pensamos que la máquina lo hace todo con gran velocidad, pero para imitar al ser humano tendría que hacer las cosas con más detenimiento. Desarrollar es una tecnología compleja y aparatosa para cosas que tal vez podemos hacer los humanos como tal”.
El proyecto comenzó a gestarse hace dos años, y desde ahí hasta el momento de la exposición ha coincidido con el auge de la inteligencia artificial, que busca la automatización de las máquinas sin la emocionalidad humana. La idea para desbancarse un poco de este discurso que vive en la red (y acercarlo a un concepto más cercano) es la atención que se ve en sus obras. “Al final lo que hace la máquina es remezclar un poco todo, pero yo hablo de algo más especializado. Lo que hacen las máquinas en este caso es imitar lo humano, y errar en cualquier caso”. De esta manera vemos máquinas mastodónticas que sin una expresión facial pudiera parecer que viven una situación de agobio a la hora de representar lo que tienen delante.
Al artista este trabajo le sirve para hablar de los clichés de su profesión: “Me servía para hablar al mismo tiempo de los clichés de los artistas a través de las máquinas, con una tradición iconográfica del artista trabajando en su taller”. Para ello lo que hace es poner al robot trabajando en escultura y pintura, para representar los mitos del trabajo manual. El acercamiento humano viene a través de la posible equivocación de las máquinas a la hora de representar, algo que también hace la IA a día de hoy, ya que la máquina puede “imitar al humano, pero sin la emocionalidad y lo que caracteriza a nuestro arte como tal”. El paseo por Gabinete de Dibujos se hace como si fuera dentro de una pantalla de ordenador, pequeños píxeles grisáceos y pinceladas de naranjas y verdes entintan una sala blanca en la que un robot de limpieza podría llegar a quedarse encallado en cualquier esquina, y sentir agobio como lo haría un humano.