España está como un cencerro, para que la lleven al diván de un psicoanalista argentino. No hay dios que la entienda. Cualquier intento por encontrarle una lógica a este país conduce inexorablemente a la melancolía. El mejor ejemplo es su Gobierno y la muy leal oposición
Claro que España es diferente. ¡Quién lo puede dudar a estas alturas! No hay un país como el nuestro en el orbe occidental. Don Fraga Iribarne sabía lo que se hacía cuando acuñó ese lema, “Spain is different!”, como ministro de Información y Turismo. Con la bendición del general Franco, el gallego de Villalba transformó España en una potencia turística en el mundo. Los españoles, que llegamos tarde a todas las revoluciones industriales, marcamos el paso en el sector servicios desde entonces.
“LA POBLACIÓN FUE ENCERRADA ILEGALMENTE DURANTE LOS PRIMEROS MESES DE LA PANDEMIA, SEGÚN EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL, Y NADIE DEL GOBIERNO HA DIMITIDO POR ELLO”
Pero a lo que íbamos. España, con franquismo o sin él, sigue siendo diferente. Una rareza de país, en lo bueno y en lo malo, que ha despertado el interés de historiadores, sociólogos y, por supuesto, de los psiquiatras.
España es el único país del mundo en el que su presidente da el pésame a la familia de un terrorista fallecido y no impide los homenajes a un asesino de 39 personas. Ni el presidente ni los jueces.
España es una nación —no una nación de naciones, como sostienen Javier Pérez Royo y otros constitucionalistas de tres al cuarto— en el que el presidente del Gobierno se sienta en una mesa, de igual a igual, con el presidente de una región para decidir el futuro del resto de los compatriotas. Y además permite que le escamoteen la bandera nacional.
En España hay una vicepresidenta del Gobierno que elogia una ideología criminal como el comunismo, con sus cien millones de muertos, y nadie le obliga a dimitir. Es como si un ministro de ese Gabinete ensalzase el holocausto nazi.
España es el segundo país donde más ha crecido la deuda en el mundo, hasta alcanzar los niveles de los tiempos de Sagasta. Si esto no fuera suficiente, somos líderes en repetidores (problemilla que se solventará con los aprobados generales de la abuela Celaá) y competimos con Italia por tener la hegemonía en ninis, es decir, jóvenes que ni estudian ni trabajan. ¿La generación mejor preparada de la historia?
En este país, como diría Larra y algunos ministros que omiten el nombre de España porque les da grima, la población fue encerrada ilegalmente durante las primeras semanas de la pandemia, según dictaminó el Tribunal Constitucional. Nadie del Gobierno ha dimitido por ello. Tampoco los jefes de los partidos de la oposición que apoyaron ese secuestro masivo, algunos de los cuales son partidarios de marcarnos como reses para entrar en bares o estadios con el pretexto del coronavirus. Curiosa manera de entender el liberalismo tienen los niñatos de la derechina.
Esto es España, un país en el que te okupan la vivienda y no puedes recuperarla por la fuerza porque serás tú quien acabe en la cárcel. Es, además, un país que tolera que a tu madre le nieguen la prueba del Sintrom en un centro de salud de Benidorm, por estar empadronada en otra comunidad autónoma, pero sí tenga que pagar toda clase de impuestos y tasas aprobadas por la banda del Suma.
En España no hay igualdad ante la ley, ni entre ciudadanos ni, mucho menos, entre territorios. Si tu padre te deja una herencia, en unos lugares pagarás mucho (Asturias) y en otros nada o casi nada (Andalucía). Si tienes la suerte de ser vasco o navarro, no contribuirás al sostenimiento del país. Es sabido que los enemigos de España —nacionalistas de todo pelaje como el tontiloco Puigdemont—son los que mejor tajada sacan de esa España a la que detestan. Causa hastío y sonrojo recordar la marginación del castellano en algunas comunidades autónomas, empezando por la enseñanza y la función pública.
Esto es España, gobernada por socialistas y comunistas que —¡oh, cruel paradoja!— trabajan para los ricos sin descanso: para Ana Patricia, Pallete y el feo de Iberdrola, entre otros muchos. Es el Gobierno que mira hacia otro lado con la subida de la luz, de los carburantes, de los alquileres, de la cesta de la compra; que ignora el cierre masivo de oficinas bancarias, los contratos basura a los jóvenes, la muerte laboral de los cincuentones parados… Eso sí, van a aprobar una limosna de 15 euros para el personal peor pagado. ¡Qué extraordinaria muestra de generosidad la de los progresistas!
Somos un país en el que los dos sindicatos del Régimen claman, se enfurecen, patalean, hasta se desgañitan en la calle contra una reforma laboral que son los primeros en aplicar a sus sufridos trabajadores. Doble lenguaje, doble moral, ninguna credibilidad y afiliación en caída libre. Os lo tenéis merecido por hipócritas, Pepe y Unai.
España, camisa blanca de mi esperanza, la espaciosa y triste España de Fray Luis, los muros de la patria en la que no caben más lágrimas, tiene a una ministra ultrafeminista, colocada por su pareja en el cargo, que considera un “piropo muy bonito” que un periodista le diga que tiene “un coño como esta mesa de grande”. Si yo lo hubiera dicho, estaría ya en comisaría. Tal ministra comparte Gabinete con la titular de Educación, la señora Alegría, que está tan y tan convencida de las virtudes de la enseñanza pública que lleva a su hijo al Liceo Francés de Zaragoza.
Esto es España, un maravilloso país de mierda por el que algunos, patriotas hasta antes de ayer, no derramaremos más lágrimas cuando sus enemigos la vuelen por los cuatro costados, y lo que venga después sea un galimatías de nacioncitas, enfrentadas entre sí y en la que cada una hará de su capa un sayo.