No han pasado ni seis años y en el crimen de la guardia urbana, a la atención mediática de magazines televisivos que enturbian la información veraz, hay que sumar documentales de factura impecable y otros tantos sensacionalistas. La pregunta es el porqué, puesto que el caso es muy simple. Nunca llegó a plantear muchas dudas sobre su autoría, así que solo hay una hipótesis: España ha enloquecido con la abultada agenda sexual de la acusada y condenada
VALÈNCIA. Quería ver la serie El cuerpo en llamas sobre el crimen de la guardia urbana con toda mi ilusión, pero ha sido ponerme al día del suceso con la mini-serie documental de Movistar + y el último documental de Netflix, Las cintas de Rosa Peral, y ha sido imposible. Las actuaciones en seguida me recordaban a lo más encorsetado de la producción audiovisual de ficción nacional y me dio una pereza enorme, tanto que la quité a las primeras de cambio. No solo por la brillante idea de que los actores lean los Whatsapp, o esas dicciones lacerantes, que ya son un cliché made in Spain y con esos bueyes hay que arar, sino porque tras los documentales, me preguntaba ¿pero dónde está aquí el interés?
No quiero elevarme por encima del caso, vi los documentales de Carles Porta y el nuevo de Netflix con sumo interés, pero la pregunta también es válida para mí mismo. El caso es muy poco caso. Desde los primeros pasos de la investigación ya queda bastante claro que existió un plan trazado por los dos acusados, la cuestión es averiguar los detalles porque se esforzaron en ocultar todo tipo de pruebas.
Creo que hay que reconocer que el único ingrediente que nos mantiene con la boca y los ojos abiertos de par en par es uno: la abultada agenda sexual de Rosa Peral. Mientras que otros true-crimen dejan un reguero de cadáveres, en este lo más importante es el listado de relaciones sexuales. Ahí empieza y termina el morbo. Nos podemos engañar todo lo que queramos, confesarnos personas muy interesadas en la complejidad de la mente del criminal, pero la frase que diría mi abuela frente al televisor sería un escueto y preciso: “redios, esta mujer era insaciable”.
También podríamos fingirnos ilustrados franceses y estar interesados en el móvil del crimen. Ciertamente, es algo a lo que yo le di bastantes vueltas. Mi hipótesis es que podría existir la amenaza de que Pedro, el finado, tras una ruptura largase información delicada sobre las patrullas de Rosa y Albert, sus asesinos condenados. Si Pedro representaba un peligro para la carrera profesional de ambos, tiene lógica que lo hubieran querido eliminar. Sin embargo, su caso más complicado, el del hombre que se cayó esposado por una altura de Montjuit, ya estaba sentenciado.
Igual hay algo que no sabemos y que no ha salido a la luz, también puede ser. Pero lo más probable es que el móvil del crimen sea la estupidez humana, no exenta en este caso de una crueldad repugnante. Rosa ya tenía un divorcio a sus espaldas y perfectamente podía haberse apartado de este hombre como hace todo el mundo, con una ruptura dolorosa, psicológicamente indigerible y quién sabe si problemática, porque por lo visto Pedro podría haber tenido la mano larga.
Este es quizá el único rompecabezas de la serie impecablemente narrada por el presentador de Crims, el programa de TV3 que produjo un documental tan aséptico y completo. No obstante, cuando uno más profundiza en estos pensamientos, te ponen los Whatsapp de un espontáneo inesperado, el vecino del chalé –que no es un recurso gratuito, el hombre estaba escuchando una sierra eléctrica el día en que Pedro fue asesinado- en los que queda patente que, además de todo el lío que ya tenía montado la protagonista, entre horas se acostaba con él también.
De hecho, en el documental de Netflix, que es bastante comprensivo con las tesis de la condenada, se deja caer que se trató de crear una imagen de ella de promiscuidad, algo que, cuando se trata de una mujer, en el imaginario popular atávico está asociado también a la maldad. Ignoro por completo que importancia pudo tener esto para el jurado que la ha enviado a prisión, pero sí estoy seguro de que la historia de este crimen, si se le quita ese ingrediente sexual, queda en prácticamente nada.
Pensemos en otras docu-series recientes. En el caso de Marta del Castillo, unos adolescentes lograron engañar de forma coordinada a toda la policía. Hasta tal punto de que aún no ha aparecido el cadáver. Cabe la pregunta ¿Cómo es esto posible? Y la premisa justifica un documental. En el caso de Rocio Wanninkhof, la orientación sexual de una mujer la convirtió en un chivo expiatorio y acabó en la cárcel sin más pruebas que esa. La historia completa bien merece un documental. Un caso más extremo, el del crimen de Alcàsser. Poco hay que añadir, un culpable que desaparece sin dejar rastro, un asesinato extremadamente cruel y sádico, y unos medios de comunicación que se lanzan salvajemente a por la carnaza. Tanto en el momento del suceso como años después con las teorías conspiranoicas. El documental que es un retrato nítido de la sociedad española de los 90 y la todopoderosa entonces televisión.
¿Pero aquí? Aquí tiras del hilo y solo salen polvos. ¿Sería tan interesante con un hombre como protagonista? En este caso, como trama, secundaria, tenemos los abusos que ha cometido la guardia urbana, como pegar a manteros. También, un extraño caso de una pornovenganza en la que el autor reconoce su autoría en una conversación telefónica, pero queda absuelto y recibe el apoyo de todos sus compañeros. Pero nada más. Las vidas que se reflejan de Albert y Rosa son convencionales. Igual que sus conversaciones Hasta el aspecto sexual que ha seducido a las grandes audiencias, también es convencional ¡la gente folla! ¡y mucho! Bien es cierto que disponer de todos sus vídeos, conversaciones y fotos ha aportado mucha musculatura a los documentales, pero se trata más de morbo cotilla que de información relevante.
Quizá solo queda preguntarse si el crimen se debió a la idiotez (aparte de a la inhumanidad) puesto que arriesgarse a joderse la vida cuando no tienes nada que ganar resulta incomprensible. Pero esta línea no se explora demasiado. Igual en el futuro una revelación arroja luz sobre esas conductas, pero sin sexo tengan por seguro que todo este caso sería un breve; sin sexo esto sería una nota al pie en una obra mayor de episodios chuscos de las policías de este país, y sin sexo a saber si se habría hecho una serie con un elenco top.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame