ALICANTE. Cada vez que pienso en volver a los sitios me viene lo bueno y luego lo malo y ya para terminar lo que había olvidado. Es curioso. Siempre recuerdo lo que me gustaba yendo de la mano que no me terminaba de convencer, pero hacía por no ver. No me gustan las trampas, pero suele ser divertido poder jugar.
Por primera vez en mi vida me he puesto a la tarea de escribir un diario. Quiero dejar por escrito el día a día de un invierno en Alicante, que tiene la particularidad de ser uno más y que a su vez es algo que no es nada particular. Un invierno que, según va presentándose, se comportará como debe. Salvajemente, con un frío que espero que llegue a morder a los paseantes en las esquinas y convierta cualquier paseo en una aventura, a menudo desoladora. Vendrán días de frío y noches de insomnio creativo. Con historias de paseantes alerta.
Soy un peón perdido que se salió del tablero a explorar y se quedó a cuadros al ver que no había partida que ganar. Creo solo tengo un disparo, un tiro al aire cada vez que quiero intentar no ahogarme en mis pensamientos de escritor trasnochado. Porque si este oficio me hiciera dar un titular –mi vida en película, claro– sería “Noches sin Dormir”.
Solo hay dos cosas en esta vida que me gustan más que escribir. Una son los bufets libres de los hoteles a la hora del desayuno. La otra, sin duda alguna, las zapatillas. Me encantan las zapatillas. Todas, no hay distinción. Ya tiene que ser fea para que a mí no me guste. Porque si hay algo en este mundo que no soporto es la fealdad en el diseño. Lo hortera o de diseño rancio no me gusta nada.
Adoptadas por raperos y bailarines de breakdance, las zapatillas pasaron del campo de atletismo a la calle, transformándose en un accesorio imprescindible. Se han convertido en un emblema esencial de la moda urbana: son, al mismo tiempo, un codiciado objeto de colección y una industria que mueve millones. Puma con Palomo. Nike con Tiffany’s & CO. Adidas con Gucci y Balenciaga. Múltiples son las combinaciones y creo que no hay ninguna que nos desagrade.
Cuando me pregunto a mí mismo “¿qué es una sneaker?” –que puede parecer una pregunta tonta sin serlo– mi cabeza no puede no irse a Sneakers: Las zapatillas que han hecho historia (Lunwerg, 2023) que viene a ser, como gran parte de lo que edita Lunwerg, un placer para los sentidos de aquellos que nos vestimos, en parte, por los pies. Y es que la humilde zapatilla deportiva que podría decirse que nació con nuestras abuelas gritándole a sus hijos “¡Niño, ponte las zapatillas!” se ha convertido en todo un símbolo de nuestra era. Los skaters usaban Vans, los jugadores de baloncesto las Nike Blazer; los corredores, en su defecto, las Cortez como hacía Usain Bolt y algunos las Puma hasta que llegaron las New Balance y vieron que les daba más velocidad con su diseño moderno; los que las usaban para salir con amigos se decantaron por las Converse –que nunca puedes elegir solo una– y así un largo etcétera que llega al infinito. Porque como dijo Irene Vallejo, este está en un junco. Y las sneakers caben en ese junco de hojas que puede llegar a ser un libro.
“Los zapatos deben de tener tacones muy altos y plataformas para poner a la gente guapa a la altura” dijo Vivienne Westwood a propósito de sus colecciones de zapatos –tan escandalosas, rebeldes y punks como toda su historia en la moda– mientras que Chanel creía que un zapato debía de poder acompañarte todo el día. “Dejas tu casa por la mañana con negro y beis; comes con negro y beis; vas a un cóctel con negro y beis. ¡Te vistes desde por la mañana hasta que te acuestas!” afirmó la diseñadora. Porque ellos también siguen modas. Los hay altos, bajitos, con plataformas, stilettos, y un largo etcétera. Westwood adoraba las plataformas, mientras que el canario Manolo Blahnik solo veía en ellas un estilo un tanto grotesco y ordinario –por eso podríamos decir que es el padre de los stilettos y creador de todo un icono del lujo moderno– Lo que hay es que encontrar el tuyo. Aunque Louboutin diga que no existe el zapato perfecto. Pero intentarlo solo puede hacerse con Shoes A-Z (TASCHEN, 2023). A mi parecer: una biblia para ateos.
Es importante el papel del zapato en la sociedad contemporánea. Son un arma de empoderamiento, pensemos que hace no tanto solo podían permitírselos aquellos que se lo permitían sus fortunas. Los zapatos siguen teniendo esa connotación del lujo. Firmas como Calvin Klein, Donna Karan o Hugo Boss venden colecciones de zapatillas que diría que ayudan a sustentar sus firmas al nivel de los perfumes. Muchísimas empresas venden de vender perfumes. Casi todos han terminando haciendo alguna colección de zapatos. David Delfín con los alicantinos Unisa hizo esas deportivas multicolor que nos dejaron sin sentido –y a los pies grandes como yo sin zapatillas, claro–; Sybilla empezó en la moda justo relacionándose con Alicante a través de una colección de zapatos; me mudaría a unos zapatos de salón con tacón cuadrado de Moisés Nieto y ese aire aristocrático que desprenden; o a los del eldense Juan Vidal, que hicieron de Lady Gaga una auténtica Cenicienta con esos tacones de vinilo. Han sido muchos los que se han unido a la zapatería. ¿Por qué? Porque la gente invierte en zapatos. Son ese lujo, en alguna forma asequible, que en tiempos de dificultades no dejamos de prescindir. Los podemos comprar más caros, menos, firmados por un gran diseñador o por una tienda de fast fashion –al igual que sucede con las zapatillas–, pero no los dejamos de comprar ni necesitar. Quizá sea eso realidad de que nos vestimos por los pies.
Y así, sin más, sneakers y zapatos demostraron algo: los necesitábamos.