Luis Barcala está tranquilo, porque este artículo lo escribo yo y no voy a hablar sobre él. Murcia, qué hermosa eres. Cryin' y Runaway, una hora de rock sin pausa. Chirrían las cuatro ruedas con la aixa en el maletero. El litro de gasoil a un euro con diecisiete céntimos en una gasolinera low cost sorprendentemente atendida. Calcule de cabeza cuántos de esos céntimos van directamente a las arcas del Estado, y reclame luego excelencia en el retorno inversor. El mejor escriba hace un borrón. Pleitos tengas y los ganes. Cualquier día de estos llega Daniel y nos quedamos sin columna lo que dura una baja por paternidad.
Hablemos del milenarismo, coño ya. O mejor, de quién plancha y pone las lavadoras. El domingo, que desde que comenzó junio es el 'día de planchar y poner lavadoras', mi novia planchó el vestido de la niña y yo la camisa que iba a vestir, sin solución de continuidad. Porque mientras, como quiere Carmen Calvo, debatimos sobre si vivimos en el siglo XXI o en la casa de los Alcántara (yo pensaba lo primero, pero tras hablar con amigas y conocidas da la impresión de que España aún vive en el postfranquismo y que mi caso y los de mi entorno son la excepción, y no la regla, así que me callo para siempre y cedo el paso al discurso dominante), no caemos en la cuenta de que la parte fija de la factura, por muchas franjas que nos inventemos, sigue sumando el 50% de lo que pagamos al mes.
Las renovables se frotan las manos. De todos es sabido que el rozamiento, además del cariño, genera energía. Térmica. Hay gente a la que le sale a devolver la factura de la luz. Yo no la conozco, pero se ve que sí. Todo es cuestión de organizarse. De dormir poco o cuando no toca. Y de ponerse de acuerdo con los vecinos para que el intento de ahorro no desemboque en redadas policiales en busca de raves tecno. No, era la secadora, mire usted, señor agente. Écheme aquí el aliento. Vuelven los juegos de estrategia. ¿Una partida de Risk? Las nuevas generaciones prefieren el onanismo gamer (y desde Andorra) de Willyrex al mejor guión de Nora Ephron.
Esos socios de los que usted me habla pulsan el botón de autodestrucción. Ordenada, eso sí. Ni 16.000 viviendas sociales y mediterráneas, ni zona comercial con un cajón azul lleno de estanterías billy, ni tan siquiera un suelo que valga algo la pena. Me refiero a que valga algo la pena desde el punto de vista de esos socios de los que nada es cierto salvo alguna cosa. El banco malo, que por ser así llamado suele interpretar al archienemigo de Bond, James Bond (en aquellas películas donde se podía fumar y pedir un martini con vodka, mezclado pero no agitado, en un casino de la Costa Azul), pone cara de póker. La banca gana. No. Se dice que la única vez que Paco Roig perdió algo fue jugando al bacarrá en esa película.
Acaba de aterrizar un avión lleno de fans de Carlos Baute, o de Omar Acedo, a los que les han hablado maravillas de la Costa Blanca. Refugio de diásporas (algo sabemos de eso) y de divisas, que es lo importante. Animémonos, no todo está perdido. El semáforo lleva en ámbar demasiado tiempo, y al final griparemos el motor de tanto acelerar en punto muerto. Los bares ya están dispuestos hasta a costear la luna de miel de Boris Johnson, que no parece que tenga prisa. Ni luna. Ni miel. Fuera máscaras, y mascarillas. El verano ya llegó.
Juan Carlos De Manuel confunde este homenaje con un descarado plagio. Su voz me habla, lejana, a través de la tenue luz azul de la pantalla. 'A qui li toca, xiquet'. Hablamos de nuestro nunca bien ponderado (ni pagado) herr Direktor, y de pronto corta la conversación porque quiere saltar (desnudo) a no se qué pozo. Caigo en la cuenta demasiado tarde de que lo he bautizado como José Manuel. Pero a él le da igual porque ya ha saltado, aunque no sea de madrugada. Mestre, apaga la llum que encara que siga tènue ens eixirà per un ull de la cara, le digo asomándome al pozo, por si aún me oye. La respuesta llega, tenue (como no podía ser de otro modo), desde el fondo.
-De putíssima mare, xiquet.