CASTELLÓ. Una de las fotografías más espectaculares que dejó la temporada de festivales 2022 fue el concierto de La Oreja de Van Gogh en el Arenal Sound. Miles de jóvenes cantando 'Rosas' casi con más ganas y emoción que cualquier canción de Morad u otro grupo de reciente creación. Muy posiblemente el festival de Burriana haya sido en su regreso uno de los más multitudinarios del país, como ya sucedía antes de la pandemia. Por lo general, ha sido 2022 un año bueno para la música en directo en cuanto a asistencia. Incluso el FIB superó todas las expectativas pese a las dudas que había sobre su cartel. Lo cierto es que el macrofestival volvió después de dos años, de la mano de la promotora valenciana The Music Republic, con un cartel más mainstream y nacional, pero contando con el apoyo del público que abarrotó el recinto desde la primera jornada.
No se esperaba otra cosa, en realidad, después de dos años de cancelaciones y con propuestas que, por las restricciones sanitarias, no dejaban disfrutar de los conciertos de la misma forma. Sin sillas, sin mascarillas y sin distancia de seguridad, el reencuentro con el público ha sido masivo. Además, según datos de la empresa IDASFEST, han sido aproximadamente 900 las citas que se han acogido por todo el país.
Un aluvión de festivales que, sin embargo, ha estado marcado también por las malas prácticas, en algunos casos, así como las cancelaciones de última hora, en otros. Se despide 2022 con más de una cuenta pendiente.
Una veintena de festivales de música en España han acumulado este verano denuncias por "irregularidades". Ha sido el caso por ejemplo del FIB, que fue denunciado por Facua por incurrir en un "cúmulo de cláusulas abusivas", como puede ser cobrar un extra de diez euros para poder salir y entrar del recinto durante el desarrollo del festival. Un extra que, además, tiene unos cupos limitados, por lo que ni siquiera todos los usuarios tendrán derecho a este 'privilegio', aunque estén dispuestos a pagarlo. Pero además, el Festival de Benicàssim avisa en sus condiciones generales que, en caso de que este se cancelara, "en ningún caso" se devolverá el importe de las entradas si ya ha comenzado el festival.
Pero como decíamos, no es este el único. También denunciaba esta misma asociación de consumidores a la organizadora del Low Festival por impedir entrar dentro de su recinto comida y bebida. Una queja que salpica a la gran mayoría de festivales de música y que se une a otras: desde los cambios de ubicación sin derecho a reembolso y sin antelación, las bajas de artistas sin que se compense a los afectados; limitar el plazo para la devolución de dinero; cobrar por recuperar el dinero de las pulseras 'cashless'; exceder el aforo o toparse con largas colas. Una serie de irregularidades que los usuarios tienen derecho a reclamar y, lo que es más importante, los festivales deben empezar a erradicar.
Sucedió, en efecto, este verano en València que el festival Diversity canceló tan solo diez días antes de que su primera edición -con Christina Aguilera, Black Eyed Peas o Karol G- arrancase. El público que no recibió ningún tipo de explicación por parte de la organizadora, se quedó con sus entradas sin utilizar y con reservas de transporte y hospedaje que no pudieron recuperar. Por otra parte, el festival Medusa tuvo que cancelarse después de que un joven de 22 años fallecería y otras 32 personas fueran heridas a causa de un accidente que todavía se investiga.
A estos casos excepcionales se suman las numerosas cancelaciones que se produjeron por la falta de suministros y personal. La compañía alicantina Babalú Group, especializada en el montaje de estructuras para eventos, tuvo que hacerse quince mil kilómetros solo en el mes de julio, porque la contrataron en el Arenal de Borriana, el Mad Cool de Madrid, el BBK de Bilbao o el Resurrection Fest de Viveiro, en Galicia. Contaba su CEO, Javier Montava, a Ediciones Plaza que la escasez de materias primas "encarecieron hasta un 40% los precios". Pero además, muchos proyectos se toparon con que no había personal. "Hay gente del sector que se fue por la pandemia y no ha vuelto", explicaba Montava.
Es el de los festivales de música un mercado, sin duda, saturado. El verano de 2022 se presentó con más demanda de eventos que mano de obra disponible y es muy posible que la burbuja de la que tanto se habla en algún momento estalle. Ya produjo bajas este año, además del Diversity Valencia, como el Madrid Puro Reggaeton Festival o el Benas Festival. Un contexto que si sigue así podría poner en peligro a aquellas pequeñas citas que no pueden competir contra los tótems del sector.
No obstante, si de algo tampoco hay duda es que la música en vivo sigue facturando y hay grandes eventos que incluso afirman que con el fin de la pandemia han registrado las mejores cifras de su historia.
Síntoma de este optimismo es que muchos festivales valencianos ya están trabajando en su transformación. Será el FIB el primero en convertirse en un festival 'inteligente' tras invertir Turismo de la Generalitat 1,5 millones. Mediante el uso de una app, el usuario podrá conocer desde cuál es el acceso más despejado hasta si hay avisos de posibles aglomeraciones. Pero además, se podrá conocer cuál es la ocupación de escenarios y barras del recinto, así como ver la programación y obtener información actualizada del entorno, referente a alojamientos, comunicados municipales del destino donde se celebra el festival, alertas o avisos meteorológicos.
"Los grandes festivales se encuentran en la encrucijada de afrontar su propia reconversión en clave de sostenibilidad, descarbonilación y tecnología inteligente con el objetivo de ofrecer más calidad a los usuarios y dotar de mayor progreso al entorno social y económico en el que suceden", señaló el secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer, en la presentación de este proyecto. Una nueva manera de entender los festivales que la mayoría de citas valencianas han visto con buenos ojos y que quiere servir de ejemplo para el resto de autonomías.