VALÈNCIA. El cine de Rainer Werner Fassbinder se encuentra incrustado en el ADN de François Ozon y, ya desde sus inicios como cineasta, lo homenajeó adaptando su obra teatral Gotas de agua sobre piedras calientes. Ahora va un paso más allá a través de una versión libre (a modo de remake iconoclasta) de Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, uno de los melodramas más célebres del director alemán y lo hace subvirtiendo los roles femeninos en masculinos y convirtiendo el drama en una comedia juguetona en la que también hay espacio para la angustia existencial y profundas dosis de melancolía a medida que va transcurriendo el relato.
Los guiños hacia la vida y obra de Fassbinder están presentes desde el inicio de la película con una imagen del cineasta y la conversión de Petra en Peter, alter ego del propio director, interpretado por Denis Menochet en un ejercicio de transfiguración realmente impresionante que elude la caricatura para aproximarse en toda su intensidad a la personalidad desatada del artista.
La película se compone a través de un interminable juego de espejos, una figura, la distorsión, que fue muy utilizada por Fassbinder. Así, en el cabecero de la cama del protagonista encontramos una imagen gigante de su musa, Sidonie (Isabelle Adjani) en la que reverberan inevitablemente los ecos de Hannah Schygulla, aunque ese papel lo interpretara en la película original Katrin Schaake. Lo que, en aquel momento, a principios de los setenta, se convirtió en una película sobre el deseo entre mujeres, ahora se traslada al universo de los hombres para, de alguna manera, aproximarse a las turbulentas pulsiones amorosas del propio Fassbinder, que de forma no precisamente subrepticia introdujo como material inspiracional dentro de su trabajo a través de sus diferentes etapas creativas.
En ese sentido, Ozon utiliza la figura de El Hedi ben Salem como el objeto de deseo y de fascinación que sacudió la vida del cineasta y que se convierte en el trasunto del personaje de Karin (Schygulla) en Las amargas lágrimas de Petra Von Kant. Las referencias son interminables y todas encajan de una manera inteligente y emocionante, como la introducción del icónico tema de Peer Raben ‘The Tears of a Lady’ y su versión cantada por Jeanne Moreau ‘Each Man Kills the Things He Love’ de la banda sonora de Querelle y que aquí se convierten en la melodía de base de la película, dotándola de unas mayores dosis de dolor y crepuscularidad.
Todo parece estar conectado en Peter Von Kant, lo que la convierte en una auténtica delicia para conocedores de la vida y obra de Fassbinder, pero se puede disfrutar de manera independiente. Ozon mantiene la estructura de la obra en tres actos e introduce en los primeros su pericia para la farsa representacional y la comedia vodevilesca, con diálogos rápidos, precisos, y utiliza la figura del ayudante sumiso, y sin voz, pero sí ojos, presencia y juicio, para generar buenas dosis de humor negro paródico. Poco a poco, la risa irá convirtiéndose en tormento, en furia, en desesperación y dolor, pero sin renunciar a una dramaturgia lúdica en la que se mezcla el elemento kistch con la subcultura queer de los años setenta.
El director se apropia de parte de los temas vertebrales de Rainer Werner para hablar de las relaciones de poder dentro de una pareja y la toxicidad que pueden generar, del deseo desatado, de los límites de la libertad, de la humillación y la posesión, de la esclavitud emocional. También de los peligros de las fuentes de inspiración, de esas musas (o musos) y de la vampirización que ejercen sobre el creador (y viceversa). Puede que en apariencia parezca un artefacto desatado e histérico, pero todo forma parte de ese teatro del absurdo de la vida (en este caso convertida en cine) al que se refería Cora Vaucaire en ‘Comme au théâtre’ y que Ozon utiliza como uno de los brillantes momentos musicales de la película. Una película en forma de espiral irracional en la que hay sexo, gin-tónics, autodestrucción, drogas y estética pop.