VALÈNCIA. Entre los muchos, muchísimos, estrenos de series que se producen al mes, el final de 2022 nos trajo tres títulos españoles que coinciden en el hecho de ser comedias, estar protagonizadas por hombres y plantear cuestiones que tienen que ver con la identidad masculina, desde miradas bien diferentes entre sí. Por orden de aparición en nuestras pantallas, estamos hablando de Smiley, No me gusta conducir y Machos alfa.
La joya de la corona y la gran sorpresa de la temporada es, sin duda, No me gusta conducir (TNT), una de las mejores series del año, estupendamente escrita y maravillosamente interpretada. Su creador, Borja Cobeaga, ha logrado un pequeño y muy divertido milagro de seis capítulos de media hora, en el que conviven ironía y ternura, profundidad y ligereza, humor y melancolía, a partir de una historia mínima: la de un profesor universitario de 45 años huraño, egoísta, enfadado con el mundo y recién separado de su pareja, que decide sacarse el carnet de conducir.
La serie extrae oro de algo tan cotidiano y aparentemente falto de épica, que no deja de ser una convención típica de la comedia, esto es, el pez fuera del agua, la inadaptación de un personaje a un determinado entorno. El choque entre el altivo profesor y el mundo de la autoescuela acaba siendo una cura de humildad para Pablo, el protagonista, que no entiende cómo él, siendo tan listo y tan superior, es incapaz de sacarse el carnet de conducir, algo que cualquiera puede hacer. Es su peripecia como futuro conductor, la identidad arrogante que había construido cuidadosamente y con la que se engañaba a sí mismo y algo menos a los demás, se va haciendo añicos y acaba en el más puro desconcierto.
Se ha acompañado Cobeaga, que además de ser el creador dirige todos los episodios, de otros guionistas que han escrito capítulos completos: Diana Rojo y Borja González Santaolalla (cap. 3), Mar Coll y Valentina Viso (cap. 4) y Juan Cavestany (cap. 5), lo cual, sorprendentemente, no produce desajustes en el muy particular tono y ritmo que la serie tiene, y eso que el capítulo de Cavestany es muy Cavestany.
Cobeaga también ha tenido la feliz idea de darle un papel de comedia, por fin, a Juan Diego Botto, que borda el personaje, otorgándole la perplejidad y la vulnerabilidad necesarias para que no despreciemos a alguien tan antipático, pero también tan perdido. No ha sido su única idea feliz, por supuesto, ya que el resto del reparto está a gran altura, como la joven Lucía Caraballo, que interpreta a una alumna de la que aprende bastantes cosas Pablo, Leonor Watling en un papel muy pequeño, pero que la actriz hace brillar como suele, o Cindy Fuentes, la empleada de la autoescuela, todo desparpajo. Carlos Areces y Javier Cámara hacen sendas colaboraciones especiales muy jugosas.
Pero el gran descubrimiento es David Lorente, que compone un personaje antológico merecedor de un spin off: el muy peculiar profesor de autoescuela que resulta ser mucho mejor educador que el profe de universidad, al que da bastantes lecciones, además de dejarnos expresiones imborrables en las que nos reconoceremos en el futuro los fans de la serie.
Smiley (Netflix), creada por Guillem Clua, está bastante lejos de la singularidad de No me gusta conducir y juega su carta a la construcción de una comedia romántica amable con todos sus clichés y características, solo que con protagonistas gays. Que no es poco. No hay que despreciar el valor y el alcance del gesto, el de hacer deliberadamente una serie adscrita a un género altamente codificado para dar visibilidad y normalizar la presencia de personajes LGTBI en las ficciones comerciales. Y hacerlo saliendo del ámbito de los dramas sobre la identidad o de las historias de denuncia de la discriminación.
Smiley funciona como comedia romántica, en gran medida porque no pretende ser otra cosa y lo que hace es ofrecer un relato ya visto muchas veces, ahí está gran parte del placer de las obras de género, pero no con protagonistas así. Para ello consigue algo esencial, que es una pareja con mucha química entre ellos, tanto por la caracterización de los personajes, los típicos caracteres opuestos que se atraen, como por sus intérpretes, Carlos Cuevas y Miki Esparbé, perfectos.
La historia central, la de cómo los protagonistas van a descubrir lo que cualquier espectador ya sabe, que están enamorados entre sí, se acompaña de otras historias a cargo de las familias y los amigos de ambos. Eso permite incluir de forma deliberada, pero con bastante naturalidad, otras tramas que ofrecen un retrato de la diversidad: el matrimonio heterosexual con hijos, que se ama, pero ambos sienten que han diluido su identidad en la vida familiar; la pareja lesbiana que no sabe si está viviendo una vida impuesta por las convenciones; los gays ya maduros y solitarios que han sufrido la incomprensión o la clandestinidad. En general, la serie está muy bien interpretada (Pepón Nieto, Meritxell Calvo, Eduardo Lloveras) y, por la parte que nos toca, es muy satisfactorio encontrar a uno de nuestros mejores actores valencianos, Carles Sanjaime, dando vida, matices y hondura a un personaje con una buena trama.
Machos alfa (Netflix) es la última producción de Laura y Alberto Caballero, los creadores de Aquí no hay quien viva y La que se avecina, que, por cierto, ya va por su temporada 13 sin dejar de ser un gran éxito de público. Lejos de la casi imposible duración de los capítulos de estas series, unos 75’, Machos alfa tiene diez episodios de media hora que permiten a sus creadores centrarse en la historia principal y no disgregarse en tramas secundarias o anecdóticas o tener que combinarlas. Y esta circunstancia juega bastante a su favor.
Esta es la historia de cuatro amigos que están descubriendo que los tiempos han cambiado y que eso de ser un macho alfa no es algo bueno ni admirable. Mientras las mujeres que les rodean (esposas, novias, amigas o hijas) parecen asumir sus vidas con lo bueno y con lo malo e intentan enfrentar y resolver lo que no funciona, aunque se equivoquen, ellos, atados por la inercia, se sienten abrumados y desconcertados. Cada uno reacciona de un modo a ese sentir, desde el que entiende que hay que revisar y deconstruir unas cuantas cosas, hasta el que se atrinchera en valores caducos.
La serie se ríe, a veces de un modo a veces un poco tosco y otras veces con ironía y finura, pero en general de forma bastante divertida, de un modelo de masculinidad que hasta ahora ha sido dominante y que, en ciertos grupos recalcitrantes, pretende seguir siéndolo. Los intérpretes están, en general, muy ajustados a sus personajes y especialmente las interacciones de los cuatro amigos y las secuencias de grupo resultan muy creíbles. Machos alfa es una serie ágil y con buen ritmo, que intenta escapar de algunas soluciones cómicas facilonas y reiterativas que abundan en la propia producción de sus creadores y en una parte demasiado grande de las comedias comerciales españolas. Es de agradecer el cierto riesgo que asumen los hermanos Caballero, no conformándose con vivir tranquilamente de los laureles de sus series míticas y entrando de lleno en un tema tan relevante como el de Machos alfa desde la comedia y la risa.
Hacer comedia es difícil. Pregúntenle a cualquier creador o a cualquier experta y se lo dirán. Conseguir que lloremos, y además que lo hagamos todos a la vez ante el mismo hecho, es bastante fácil, conseguir que riamos ya no tanto; la risa es mucho más singular y personal y lo que es divertido para unos puede no serlo para otros. Así que bienvenidas sean estas comedias que, con humor, hablan muy conscientemente de nuestro presente cambiante y complejo.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos