Iván Redondo es un enamorado de los marcos mentales, de las diferentes perspectivas con las que cada uno ve la realidad a través de las gafas 3D que te libran de la miopía existencial pero no hacen que veas por el ojo vago de la polarización; los que observan sólo por la lente roja coexisten con aquellos que centran su panorámica en del cristal azul. Respiramos un aire tan contaminado por el dióxido polarizante que una cúpula tóxica se encarga de infectar todo a su paso confundiendo lo real con lo imaginario. Miles de personas salieron a las calles en la ComunitatValenciana para manifestarse por una educación pública de calidad y muchos empezaron a retorcer el relato para resaltar la orientación política de las marchas convocadas; cuando gobierna la izquierda los progresistas acusan a los conservadores de manifestarse y cuando gobierna la derecha los liberales señalan a los rojos de calentar las calles. El uso partidista e ideológico de cualquier elemento ha ahuyentado o volatilizado el derecho de manifestación de cualquier ciudadano libre que quiera protestar. Batallas urbanas alejadas de las trincheras infinitas que extienden sus barricadas a las movilizaciones pacíficas por culpa en parte de determinados usos de parte de algunos medios de comunicación; todos recordamos esos famosos tweets en el que un caballero oscuro digital destapa a un manifestante que milita en un determinado partido político.
El clamor de la calle como arma política lo puso de moda Podemos y a partir de rodear el Congreso, formaciones de todas las ideologías han puesto las aceras para su propio beneficio. Rédito que será positivo en el momento que influya en que los convocantes consigan el poder. Cuando Pablo Iglesias dijo aquello de que el cielo no se tomaba por consenso sino por asalto, quizá sabía cosas antes que los profanos, conocía providencialmente que para tocar la puerta de San Pedro había que atravesar una gran avenida engalanado con una pancarta. El que está en la oposición usa las manifestaciones no para producir un propósito de enmienda en el que gobierna sino un halago autorreferencial en el que aspira a hacerlo. La proliferación de liderazgos narcisistas con un ansía desorbitada para gobernar ha generado la distorsión de la realidad y que se desvirtúe el motivo convocante de la protesta. Resulta desmoralizante observar cómo pese a que determinadas circunstancias no cambien pese a la alternancia política, hay activistas que se movilizan sólo cuando los suyos no forman parte del ejecutivo.
La tentación de deslegitimar al que gobierna es un pecado que han cometido los sucesivos opositores en los últimos años desde el inicio de la democracia; en blanco y negro me vienen las imágenes del acoso y derribo al que sometió la oposición a Adolfo Suárez al acusarle de traidor a la nación. Recientemente, estamos asistiendo a unas continúas movilizaciones de un Partido Popular que en lugar de rearmarse intelectualmente prefiere seguir la estrategia del arrastre abocando a Pedro Sánchez a una guerra de desgaste en el que ganará aquel que caliente más el ambiente. Los que han gobernado en algún momento determinado parecen querer conseguir a golpe de consigna lo que no lograron a base de decretos. PSPV, Podemos y Compromís gobernaron hace un año nuestras administraciones y ahora se quejan de la situación de la educación; a ver quién les dice que hace falta aproximadamente una legislatura para ver los estragos del Gobierno de turno. Se aprovechan del encefalograma plano y de la memoria a corto plaza de la ciudadanía para rebelarse como los renovadores cuando en realidad ellos ya han estado a los mandos; cosas del turnismo político heredado del siglo XIX. Al final todo es una herencia de lo anterior.