CASTELLÓ. La historia de la Bauhaus ha sido recordada en infinidad de libros, exposiciones y también ha dado para algún que otro film. Sobre la sombra de la IGM nació esta escuela de arquitectura, diseño y artesanía, que marcaría un antes y un después en todos los órdenes del arte. Ha influido, sin lugar a duda, en generaciones de profesionales de todo el mundo, pese a su corta vida. La Bauhaus únicamente estuvo abierta 14 años, pero dadas las circunstancias históricas y sociales en las que se alzó se convirtió en todo un hito, entre otras cuestiones, por permitir que estudiarán también mujeres. No se puede entender, por ello, la historia del centro sin sus creadoras.
"Fueron fundamentales para alentar el ímpetu revolucionario con el que nació la escuela y la intensidad de unos ideales que eran rompedores para la época", señala la editorial Bubulú en la descripción de Womanhaus. Se trata éste de un libro ilustrado en el que se cuenta, precisamente, la historia de las artistas de la Bauhaus. Dakota Hernández, ilustradora y diseñadora gráfica castellonense, ha querido hacerse eco de sus vivencias, porque, como dice, tuvieron que enfrentarse a otras dificultades e impedimentos.
Estaba Walter Gropius, fundador de la escuela y primer director, en contra de que salieran de la Bauhaus mujeres arquitectas. Podrían ser artistas, diseñadoras, pero no arquitectas, porque eso era para otros. Pero, además, según cuenta Hernández, cuando los estudiantes ingresaban en el centro académico, primero hacían un curso de iniciación y después se los derivaba a unos talleres. Las mujeres solían terminar en el textil y los hombres en el de metales y madera. "La escuela se alzó con unos ideales feministas y de igualdad, pero la verdad no era del todo así, porque al final era un reflejo de lo que pasaba en la sociedad. Hubo un poco de apertura, porque hasta entonces las mujeres, salvo casos aislados, no podían acceder a estos estudios, pero no fue hasta años posteriores que hubo mejoras significativas".
Abrió la Bauhaus en una Europa devastada y esto hizo que económicamente tuviera sus limitaciones. Dependía la escuela de las ayudas del Estado, pero no eran suficientes. Razón por la que todos los alumnos tenían que colaborar en otras tareas. A las mujeres se les destinó a la cantina, mientras que a los hombres al huerto. En ambos casos, esto afectó a su rendimiento, puesto que les quitaba tiempo de estudio, pero mientras que a los hombres se les recompensó con tickets para la cantina, no ha encontrado la castellonense en su investigación ninguna compensación para ellas.
Por ello, si se introdujeron cambios fue porque las artistas de la Bauhaus lo pelearon e incluso supieron darle la vuelta la situación. "Se esforzaron mucho y consiguieron que el taller textil fuera super rentable. De hecho, una de las alumnas más reconocidas que salió de allí, Anni Albers, ha expuesto por todo el mundo con su arte textil. Pasará el director que pasará, el taller se mantuvo desde el inicio y hasta su final, dada su importancia. Empezó como algo menor, pero no lo fue gracias a ellas", expone la ilustradora.
Otras alumnas empezaron a asistir a talleres como oyentes y gracias a su insistencia "abrieron la mente de directores posteriores, formando parte de las clases e incluso algunas fueron profesoras en los últimos años", cuenta Dakota Hernández.
Como no podía ser de otra forma, Womanhaus cierra con un glosario en el que se registran los nombres de todas las mujeres que por la escuela pasaron. De algunas no ha encontrado su autora información, pero su nombre ha sido grabado en el libro por tal de recordarlas para siempre.
Además, ha querido Dakota hacer especial mención a ocho mujeres que fueron especialmente relevantes para la Bauhaus. Gunta Stölzl, quien logró ser profesora del taller textil; Anni Albers, que pasó a la historia por sus originales trabajos y su capacidad de dominio de los materiales; Otti Berger, jefa del taller de téxtiles y destacada artista; Lucia Moholy, una muy importante fotógrafa; Marianne Brandt, de las pocas mujeres que entraron en el taller de metales; Alma Buscher, quien consiguió un certificado médico que desaconsejaba trabajar en el taller textil y terminó siendo de las pocas mujeres en ingresar en el de madera; Friedl Dicker, una arquitecta, artista y educadora austriaca judía, que lamentablemente terminó siendo asesinada en el campo de concentración de Auschwitz; y Wera Meyer, destacada arquitecta.
Ninguno de sus rostros aparece pintado, siguiendo el estilo que identifica a la castellonense. Prefiere Hernández que en sus pinturas prime el movimiento corporal de las figuras y, aunque incluye ciertas expresiones, prefiere no ir más allá. Eso sí, como guiño a la escuela, toda la paleta de colores está adaptada a las de la Bauhaus: los colores rojos, amarillos y azules son los que han vestido este libro.
"El arte es algo que te hace respirar con otro tipo de felicidad"
Anni Albers
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