VALÈNCIA. Amamos el cine y amamos las series, queremos que nos cuenten historias, nos encanta perdernos en las vidas imaginarias que nos ofrecen las pantallas y somos felices cuando la ficción nos atrapa y no podemos dejar de mirar. Esto no es nuevo, de hecho nació hace muchísimo tiempo, miles de años, cuando alguien pintó en una pared rocosa un ciervo o cuando un grupo de gente se reunió en torno a una hoguera y comenzó a contar historias. Parece que no podemos, o no queremos, vivir sin eso: sin relatos, sin fantasía, sin imágenes, sin ficción. Y es tan grande el poder de esa ilusión que nos ha dado el arte, el teatro, la literatura o el cine, que nos olvidamos de que esto, amigas y amigos, es también un negocio. Y en el caso concreto del audiovisual, uno que mueve muchísimo dinero, como, últimamente nos lo están recordando sin compasión Netflix y HBO.
Nosotros tan felices viendo sus series y sus pelis, mientras ellos, quienes mandan en estas compañías, echan un ojo a la cuenta de beneficios y a sus tablas Excel y deciden que no, que así no, que hay cargarse nosecuántos títulos, que sin publicidad no les salen las cuentas, y que sí, que muy bonitas las series, pero esto es un producto comercial y déjate de romanticismos.
La crudeza de este planteamiento economicista resulta particularmente llamativa, casi dolorosa, en el caso de HBO, porque parece que están dispuestos a renunciar incluso a la marca, aquella de “No es televisión, es HBO”, que transformó la ficción televisiva, y la cultura, para siempre, con títulos como Los Soprano, Band of Brothers, The Wire, Sexo en Nueva York, A dos metros bajo tierra, Carnivale o, posteriormente, Juego de Tronos, Veep, El cuento de la criada, Euphoria o Succession.
Y es que la fusión entre HBO Max y Discovery+ en 2023 parece que va a suponer la desaparición de HBO (se va a llamar de otro modo) y con ello, la renuncia a un legado imprescindible, a toda una forma de entender la producción que implicaba abrir nuevos caminos, asumir riesgos creativos y narrativos que casi nadie contraía en el mundo de la ficción televisiva, desde luego no del modo sistemático y constante que la compañía mantuvo durante muchos años, hasta convertirlo en marca e identidad. El eslogan que comentábamos antes, ese “No es televisión, es HBO”, era cierto. Que ahora HBO acabe convertida en una plataforma más entre una mar de plataformas, sin identidad propia y con publicidad, debe tener toda la lógica desde el punto de vista económico, seguro, pero desde el cultural no se entiende. Nada nuevo bajo el sol, en la batalla entre la cultura y la economía casi siempre pierde la primera.
Por ahora, la compañía ha dejado de producir series originales en Europa (excepto en España), ha eliminado películas originales de HBO Max y se ha cargado las series de animación, la mayoría de ellas infantiles. Respecto a las series, de momento se van Minx, The Nevers, Love Life y, la más significativa, Westworld. Que se van quiere decir no solo que se cancelan, sino que no estarán disponibles en el catálogo de HBO. Cierto es que las tres primeras, muy diferentes entre sí e interesantes las tres, no son títulos conocidos ni han marcado diferencia, pero Westworld, a pesar de la irregularidad de sus temporadas, sí es una serie de referencia y una producción puramente HBO en el sentido en el que hablábamos antes, de esas que solo parecían posibles en dicha plataforma. Esto no necesariamente supone el fin de estas series, puesto que otra compañía puede hacerse cargo de ellas, previo pago de la licencia correspondiente a Warner Discovery, la compañía madre de HBO. Y es que se trata de una política de abaratar costes: ganar con la licencia sin la inversión que implica la producción. Siempre que alguna otra plataforma la quiera, claro.
La apuesta por la calidad y la innovación que HBO Max está abandonando parece ser una línea adoptada en parte por Apple TV, donde destacan las magníficas y muy singulares Pachinko y Severance, ambas entre lo mejor del año; Dickinson y su mirada irreverente y posmoderna sobre la escritora; la apuesta por un relato pausado y denso de la ucronía For all Mankind; además de la premiadísima Ted Lasso y la primera temporada de The Morning Show, ambas excelentes dentro de un enfoque más convencional.
Por su parte, Netflix está introduciendo ya una serie de cambios que la asemejan cada vez más a una cadena televisiva al uso. Netflix nunca ha tenido, ni ha pretendido tenerlo, el marchamo de calidad y singularidad que HBO mantuvo durante años y siempre ha preferido la cantidad a la calidad, por decirlo de un modo rápido. Y con los cambios que plantea para 2023 se va a notar mucho más, siendo el principal de ellos la introducción de publicidad. Estos cambios provocaron un irónico anuncio de Atresmedia: “Este es un mensaje de Atresmedia TV para todos los que aseguraban que no emitirían nunca publicidad: ¡Bienvenidos a la tele!”, con clarísimas alusiones a los logos de las plataformas. La ironía tuvo su polémica, pero también gran parte de razón. Parece que las plataformas aspiren a ser muy parecidas entre sí y que su única seña de identidad consista en ver quien gana más. A mí me resulta inexplicable, pero, claro, lo mío no son las tablas Excel.
Y ya que hemos citado a Atresmedia, veamos lo que está pasando en nuestro país. TVE parece haberse rendido y se ha olvidado de hacer buenas series. No es que pidamos lo imposible, que sea la BBC en esto de producir ficción (¡ojalá!), pero un poquito de interés no vendría mal. O solo un poco de mimo y cuidado a la hora de tratar las producciones propias y no programarlas a las tantas, o pasar tres capítulos seguidos que acaban de madrugada y otras cosas incomprensibles que hace con las series que produce. Que alguien imponga criterio y sentido común, por favor, que es una televisión pública.
Movistar+ parece haber perdido un poco de impulso en esto de abrir caminos después de ofrecer en los últimos años títulos de altísimo nivel y poco habituales (temática o estéticamente) en nuestra televisión como Antidisturbios, Arde Madrid, Hierro, La zona, La peste, Mira lo que has hecho o Vida perfecta. Su papel dinamizador e innovador parece haberlo adoptado Atresplayer, que desde 2020 nos viene ofreciendo cosas tan singulares y excelentes como Veneno, Fariña o Cardo, a los que este año añade La edad de la ira y, sobre todo, La ruta.
Se habla de la burbuja de las plataformas y sí, es una burbuja, una que ya se empieza a llevar por delante algunas iniciativas, como Lionsgate+, antes Starzplay, que abandona España un mes después de cambiar de nombre. Visto y no visto. Y es que nadie puede sostener tantas suscripciones, por una cuestión económica pero también por una cuestión de tiempo vital: habría que vivir las 24 horas conectadas al mando, cambiando de plataforma en plataforma para poder acceder no ya a todo lo que ofrecen, simplemente a lo que nos pueda interesar. Quienes creen en las virtudes del mercado y que es libre y todas esas cosas pensarán que no pasa nada, que el mercado ya se autorregulará. Ajá. El resto creemos que aquí manda el dinero y el poder, y que cuando mandan el dinero y el poder no hay libertad que valga, y ya veremos en qué queda todo. En cualquier, no hay tiempo suficiente para tanta ficción y hay otras muchas cosas placenteras y bellas qué hacer en la vida. Que en 2023 puedan ustedes hacer las que les aporten más felicidad. Feliz año nuevo.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos