Los dirigentes que nos gobiernan y los que están deseando que estos se quiten para mandar ellos, tienen la santa costumbre de politizar cada elemento. Desde la bandera, a la actuación de Chanel en Eurovisión, pasando por símbolos religiosos, todo es objeto de réplica. Unos ven fachas en cada esquina y otros atisban comunistas en cada calle. Lo último será dictaminar si tomar la tortilla de patata con cebolla es de conservadores y tomarla sin, de progres, ya verán. Tenemos el cerebro anestesiado, obcecado por las malditas etiquetas.
No di crédito cuando en un programa de televisión en el que participé como tertuliano pusieron un fragmento en el que el alcalde de Alicante, Luis Barcala, defendía a ultranza la clásica celebración de las mascletás en Luceros a colación de las recomendaciones del Consell de no encenderlas en la fuente ante los posibles daños en el monumento. Se lo tomaba como un ultraje hacia los alicantinos, una persecución de la izquierda contra el consistorio. Les juro que por un momento pensé que por su boca iba a soltar el dilema comunismo o mascletás. El señor Barcala es un adalid de la libertad contra los opresores que quieren quitarnos nuestras cervezas en las terrazas, nuestros vinos en el menú, nuestras fiestas. La creación de un alter ego para ganar elecciones es más viejo en la comunicación política que el hacerse fotos con bebés. Despertar el cerebro emocional, votar con las entrañas. Les gusta politizar las fiestas porque saben que caemos como pardillos ante la trampa de los falsos mesías.
Dejadnos tranquilos, por favor. ¿Es que no hay pizca de la realidad que no vayan a politizar? Esto va para todos. Cuando menos te lo esperas te topas con alguien que ha vuelto a poner en marcha la maquinaria ideológica para enfrentar a la ciudadanía. Tengo un buen amigo que lleva meses pidiéndome que escriba sobre el asunto de la Cruz de las Germanías de Elche que el gobierno de Carlos González quiere derribar amparándose en la ley de memoria histórica. Le mandé un WhatsApp a Antonio Zardoya -maestro con el que aprendí y aprendo cada día- para preguntarle su opinión sobre el tema como ilicitano de pro. Contacté con unos cuantos entendidos en el tema -soy un crítico a ultranza del cuñadismo- y he llegado a la conclusión de que estamos ante otro intento, logrado desgraciadamente, de dotar de carácter político elementos religiosos. ¿Cómo una Cruz cuyas posibles referencias políticas se eliminaron hace más de cuarenta años va a enaltecer el franquismo? Tendremos que erradicar todas las Iglesias de España entonces. Es absurdo. Está todo cargado de intereses ideológicos. Más si uno se entera de que el asesor del Ayuntamiento de Elche en materia de Cultura es Fran Maciá, ex alcalde de Callosa del Segura que consiguió demoler retirar la cruz del pueblo de la Vega Baja. Cuando quite la de Elche le va a fichar el candidato socialista al Ayuntamiento de Alicante y van a desmantelar la de Calvo Sotelo. Vaya obsesión. De la misma forma que el consistorio de Callosa hizo oídos sordos a los deseos de sus paisanos en que se mantuviese el símbolo, parece que el regidor ilicitano va a hacer lo propio ignorando la manifestación de más 400 personas que protestaron por tal iniciativa. Vecinos que dotan de legitimidad al gobierno municipal.
El mayor problema del frentismo ideológico es que no se gobierna para todos sino para un número limitado de votantes. El alcalde de Elche ignora que muchos de sus paisanos respetan ese símbolo, profesan esa fe. Manifiesta una profunda falta de empatía con los suyos al tratar con indiferencia al signo amparándose en que para él no representa nada. El señor González tiene una gran responsabilidad con el poder que se le ha otorgado. Mandato en el que debe gobernar para los católicos, los ateos, y los musulmanes. Para los últimos, no se preocupen, que ya lo hará. Es una realidad que los cristianos nos sentimos marginados pese a que nuestra Constitución refleja una España aconfesional y que exista un concordato con la Santa Sede de 1979. ¿Qué haría el ayuntamiento si se diese el hipotético caso de la existencia de una media luna levantada en medio de la ciudad en la época de Al-Ándalus? ¿Lo derrumbaría amparándose en la opresión árabe hacia nuestros antepasados? Hay una obsesión contra todo lo católico. Manía persecutoria nacida de los vínculos de la Iglesia con el franquismo, como señala el historiador Miguel Ors en las informaciones que escribió Pablo Serrano en Alicante Plaza. Cómo no iban las instituciones eclesiásticas a cerrar filas en torno al Régimen si la II República de Azaña, Negrín y Largo Caballero miraban para otro lado e incluso instaban a los anarquistas a quemar templos, como reseña el historiador Stanley Payne en La Revolución Española. La fe no entiende de ideologías, es más, intelectuales creyentes como Juan Manuel de Prada rechazan que un católico deba ser secuestrado por un pensamiento único: atenta contra la caridad. Lo que ahora se llama empatía es una de las principales promesas del catolicismo. Un ponerse en el lugar del otro, zafarse de todo sectarismo. Gobernar para todos, aunque no nos gusten algunas cosas.
Sin tanto politiqueo, sin tanta batalla ideológica sin sentido, todos seríamos más felices y nos querríamos más. Las cruces no son franquistas, son de Cristo, rezar no es un delito. Vive y deja vivir.