La autora Rosario Villajos dibuja el retrato de una adolescente en batalla con su propio cuerpo y con el mundo en La educación física, una ficción publicada con Seix Barral que ha obtenido el Premio Biblioteca Breve 2023 de la editorial
VALÈNCIA. Verano de principios de los 90. Catalina se encuentra en la casa de su mejor amiga Silvia cuando el padre de ésta decide acercarse a Catalina para abusar de ella. Tras este terrible incidente la protagonista decide huir de la casa de su amiga Silvia haciendo autoestop, y mientras se va acercando la hora del toque de queda para cenar con sus padres reflexiona sobre lo sucedido creando un relato que analiza las batallas y abusos que ha sufrido su joven cuerpo a lo largo de una muy corta vida. Al final de la carretera le esperan su madre, cuya sobreprotección lleva a Catalina a preocuparse más por llegar tarde a casa que por lo sucedido. Así son los entresijos de La educación física, una novela de Rosario Villajos que nace en respuesta a la necesidad de desnormalizar un tema muy común -por desgracia- y con la intención de contar esos pequeños relatos que muestran que todas hemos sido Catalina en algún momento de nuestra vida.
Lejos de retratar una distopía la autora compone lo que le gustaría que se convierta en una “novela histórica”, en la que poder hacer reflexionar al lector sobre todas las batallas que libra una mujer con su cuerpo y de la relación de este con el mundo. Al igual que lo hacía Cristina Aráujo en Mira esa chica, la historia de Rosario Villajos se nutre de perfectas descripciones que permiten adentrarse en la cabeza de una joven de tan solo 16 años, cuyo crecimiento se explica a lo largo de las páginas: “Catalina es un personaje muy especial que nadie sabe quién es, ni yo misma lo sé. Solo sé que tiene cosas que me oculta y que es misteriosa”, explica la autora, “su perfil me salió solo, porque yo pensaba en lo mentirosa que he sido en la adolescencia y lo que hacía para salirme con la mía. En realidad la culpa del que miente no es tanto suya sino de las presiones que le rodean”.
Presiones que se vivían también en el ámbito educativo, confiesa Rosario que el título le vino casi dado solo por el recuerdo de la asignatura de educación física, en la que había parámetros ridículos sin considerar el cuerpo propio: “Se hacían los primeros grupos por separado, nos dividían por sexos y se imponían unos parámetros ridículos sin escuchar a cada cuerpo. Me parecía asquerosa la asignatura y el trato, había poca humanidad e imaginación”. En el relato el profesor de esta asignatura se pasa con algunas chicas de la clase, en un momento en el que denunciar eso podía ser algo bastante conflictivo.
A su vez esa misma historia se repite, todo lo que se cuenta en La educación física puede pasar a día de hoy: críticas por el cuerpo, acercamientos de babosos en el bus que se acercan a molestar, y hasta la necesidad de algunas mujeres de mostrarse poco deseable para no atraer la atención. Todos son momentos un tanto “obvios” que encapsulan una pequeña parte de todas las situaciones angustiosas por las que pasa una mujer a lo largo de su vida sin poder hacer nada para evitarlo, más que educar a quien lo provoca para que no lo haga.
Todo ello se resume y se recuerda en la vuelta a casa eterna de Catalina, una niña valiente que ya ha tenido que enfrentarse a cientos de insultos en la escuela por el simple hecho de ser mujer, y que ha tenido que normalizar situaciones intolerables porque “son cosas que pueden pasar”. Rosario describe esto empleando la rabia como motor creativo, y poniendo cuerpo a la historia: “Necesitaba escribir algo que hablara de la relación que puede tener una con su propio cuerpo, pudiendo llegar a odiarlo”, explica la autora, que en un punto de la novela “rapa” a Catalina porque ésta desea desfeminizarse de esa manera: “Repudiamos nuestro cuerpo para protegernos, de alguna manera”, reflexiona sobre este acto de rebeldía de Catalina contra el mundo y contra su madre, “al principio pensaba que había escrito una obviedad tras otra. Hay relatos que pasan todos los días, o al menos pasaba, y yo necesitaba desnormalizar eso”, concluye.
Aunque la época pudiera parecer que queda lejana la historia refleja una realidad que sucede en la actualidad y que por desgracia seguirá sucediendo, en entornos tan cercanos que por estadística pueden ser los más peligrosos: “En mi época nos decían que el peligro estaba fuera, que era un extraño el que te podía violar”; explica angustiada Rosario, “pero la estadística pone en claro que es más fácil que lo haga alguien del entorno cercano, como pudiera ser el padre de una amiga en este caso concreto”. Además de esto el peligro de la historia reside también de puertas hacia dentro, la madre de Catalina le previene de todo sin prestar su atención a lo que le rodea, incluyendo el miedo en el relato como un elemento base. Catalina en el momento de la huida tiene casi más miedo de llegar a casa que de lo que ha sucedido, porque en casa espera el castigo, las malas miradas y la decepción de una madre demasiado protectora que tomará medidas al respecto.
En la portada hay una faja que sirve de excusa para introducir un relato en el que el cuerpo es la clave, y es el elemento que sufre y sobre el que se libran las batallas. La madre de Catalina le obliga a llevar faja “para que no le toquen ni le hagan nada malo”, una técnica para que parezca menos atractiva. Rosario explica que leía Las voces de Adriana de Elvira Navarro y se quedaba pasmada con el momento en el que la abuela explicaba que se ponía una faja cuando sabía que el abuelo volvería borracho a casa, para evitar que la violara.
El mismo relato se puede ver en La tía Tula, la adaptación cinematográfica de 1964 sobre la historia escrita por Miguel de Unamuno. En esta el personaje de Tula siente una especie de tensión sexual con el marido viudo de su difunta hermana, una tensión que no es correspondida pues Tula realmente no siente nada por él. Impactado por la falta de atención el hombre viola a una niña de apenas 13 años, y es capaz de vivir con ello: “Nadie le dice al hombre que es un impresentable, juzgan a la niña por no haberse defendido. Él ve normal haber actuado así con una niña que le ha mostrado un poco de atención”.
Ya sea en el 1964, en cualquier noticiero o en los raptos de la Antigua Grecia -también mencionados a lo largo de la novela– la historia sigue siendo la misma: la chica es la que debe aprender a defenderse o asumir que el mundo es cruel, un relato triste e indignante que solo puede curarse a través de la educación. Pero queda esperanza, a Rosario le han comentado que puede que La educación física se lea en las aulas, en las que el lenguaje sencillo de esta tragedia puede calar en todo tipo de perfiles: “Alguien de 18 se lo podría leer y entenderlo todo perfectamente y localizar a los verdaderos enemigos del relato”.