Seattle estaba aislada. Empobrecida, los trabajos eran duros, la juventud bebía mucho y consumía drogas duras desde la primera adolescencia. Era un escenario post-industrial de los extremos, sumado a que era de montaña. Por eso las giras de los grandes grupos no iban allí, nadie de la ciudad que tocase soñaba con que le firmarían un contrato discográfico, y esa mezcla dio lugar al grunge, un estilo musical realmente genuino y original. Sin embargo, quienes rechazaron el éxito se encontraron con él de forma desmesurada, como en una parábola bíblica
VALÈNCIA. Fui adolescente en la nueva década, los 90, que iba a cerrar el siglo XXI. Como tal, fui testigo de un cambio radical, aunque solo en lo estético, como fue el entierro de los años ochenta. Hubo unos primeros noventa muy tardochenteros, todavía con grandes hombreras y lacas, y con una querencia por lo colorido y conocido comúnmente como hortera, pero pronto todo fue sepultado. En la música, ocurrió algo análogo y que a mí me parecía un tanto extraño.
Estaba acostumbrado a que los músicos de rock tuvieran unas pintas muy llamativas, no solo con cuidadas melenas, a veces pasadas por la peluquería, sino con ropas que no podías encontrar en Galerías Preciados. Había una distancia estética que formaba parte del espectáculo. De repente, los nuevos buenos grupos iban vestidos como yo. O yo fui vestido como ellos, pero un vaquero arrugado, una camiseta de cualquier cosa y una camisa de franela, se podían adquirir fácilmente. No había que irse a Londres a por la chupa.
Aquello fue el advenimiento del grunge, una moda que fue más influyente de lo que se cree, pero que quedó finiquitada con el suicidio de Kurt Cobain, su máximo exponente debido a la calidad y originalidad de sus discos y a que, no lo pasemos por alto, estaba bueno. Si hubo un documental que retrató toda esta explosión fue Hype! de Doug Pray, publicado ya en 1996, cuando el tsunami se había retirado mar adentro después de barrerlo todo. La frase con la que se iniciaba comparaba a Seattle con Belén, relacionando el cristianismo con el rock. Una afirmación un tanto osada, pero que por unos años pudo ser válida.
Este documental para mí es comparable a El Declive de la Civilización Occidental en el que se trataba la escena hard/heavy de finales de los ochenta en Los Ángeles, algo más cercano a un Sálvame Deluxe con guitarras. Sin embargo, si se mira en perspectiva la persecución de un canon musical rentable y establecido, las ansias de fama y la caída en la drogadicción y los excesos tras el éxito y el correspondiente aumento del poder adquisitivo, se acortan mucho las distancias entre los glam metal del Declive, los underground de Los Angeles como Jane's Addiction o Red Hot Chilli Peppers que no salían en la película de Penelope Spheeris, pero que ahí estaban, y los grupos de Seattle cuatro años después. Porque en perspectiva solo se trata de artistas frente al éxito y el fracaso y eso es siempre muy parecido.
En Hype!, primero se mitifica la ciudad. Ya se hizo entonces en cada crónica. Llovía mucho y todos estaban tristes. Aquí se añade que es la capital estadounidense de los asesinatos y los crímenes no resueltos. Si tomamos como medida las memorias de un natural de la zona, Duff McKaggan, lo que se movía entre la juventud con total naturalidad era la droga dura, incluido el pegamento. Tanto es así que la escena punk se desinfló en los ochenta más por falta de miembros, caídos en la heroína, que por agotamiento de la fórmula.
Curiosamente, para extraer el tradicional sonido áspero, duro, potente y oscuro, que tuvieron estos grupos como denominador común, se habla del aislamiento. Parece que las giras dejaron de pasar por ahí a partir de 1980 y toda la escena se crió en una perfecta endogamia. Todos los miembros de todos los grupos habían estado en formaciones anteriores en diferentes encarnaciones. A esto hay que sumar otro fenómeno. Al contrario que en Los Ángeles, donde en los clubes con música en directo había ejecutivos de discográficas que podían prestar atención a un grupo nuevo, en Seattle no había nada de eso ni por casualidad. Cuando alguien se subía a un escenario, no tenía el incentivo de pensar que le iba a descubrir un cazatalentos. Eso redundó en la originalidad de los grupos y su riqueza creativa, esto es, en el desinterés por las fórmulas amables para el espectador medio, y en unas puestas en escena alocadas, desquiciadas, donde nadie se vestía de gala, precisamente, para mostrar el show.
El público que seguía la escena local, en realidad, solían ser también miembros de otros grupos, y si había un motivo por el cual un grupo duraba y seguía sacando canciones era porque sus miembros se lo pasaban bien tocando juntos. Hay que admitir que todas estas coordenadas sirvieron para que brotase un movimiento genuino. Hoy se diría que lo aparecido fue disruptivo. Todo Estados Unidos se quedó prendado por algo que no se parecía a nada de lo que se sobreentendía que se tenía que hacer para obtener un contrato discográfico.
Otro fenómeno curioso fue que el sello que explotó la escena local, Sub Pop, se convirtió en referencial. Es decir, no eran los grupos, era que fuesen de Sub Pop. Ese movimiento de los fundadores fue muy inteligente y digno de admirar. La explosión real, no obstante, como es sabido, vino con Nirvana, que venían de Aberdeen, lugar en mitad de la nada, explican. Como consecuencia, grupos que se habían ido de Seattle para intentar fichar por una discográfica, tuvieron que volver corriendo a su ciudad natal. No solo eso, grupos de todas partes fueron a instalarse en Seattle a ver si a ellos también les caía algo.
Lo mejor del documental es esa parte de la fiebre grunge. Cuando las camisas de franela, típicas de trabajadores de montaña, la ropa que llevaba allí la gente para el día a día, inundó las galerías de moda de todo el planeta. Es como si lográsemos que en todo el globo terráqueo la gorra de Caja Rural fuese complemento de moda más apreciado de nuestra era, que la llevase Kim Kardashian en una presentación de su marca o Joaquín Phoenix en la alfombra roja de los Oscar. Las botas con pantalones cortos fueron detrás, se creó el canon y se replicó por todos los escaparates. Una corriente musical que se rebelaba contra la cultura de los años 80 en la que el éxito lo era todo, de repente tuvo todo el éxito para ella sola. En esa contradicción en términos crecimos los X y buena parte de los millennials que, no por casualidad, nos hemos vuelto bastante tarumbas con los rigores del siglo XXI.
Acompañando este interesante, honesto y bien contado relato, el documental venía adornado con actuaciones de The Monomen, Pearl Jam, Posies, 7 Year Bitch, Dead Moon, Supersuckers, Mudhoney, Screaming Trees, Melvins, Fastbacks... y un largo etcétera de imprescindibles en una colección. Merece la pena a través de Hype! darle el debido reconocimiento a esa escena.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas