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La hora del té como paradigma de la estupidez humana

30/11/2022 - 

VALÈNCIA. Carmen Werner rompe a reír cuando se le pregunta si el concepto que ha inspirado su penúltima obra tiene que ver con la deriva dialéctica de nuestros representantes políticos. “La estupidez existe desde que existe el ser humano, pero el espectáculo no busca la extrapolación al momento presente”, distingue la Premio Nacional de Danza 2007 en la modalidad de creación.

Un momento oportuno, programada los días 15, 16 y 17 de diciembre en Carme Teatre, en València, se inspira en el tratado del historiador Carlo Maria Cipolla Leyes fundamentales de la estupidez humana. El ensayo satírico de 1976 está dividido en cinco reglas, según las cuales “siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de estúpidos en circulación”. Werner centra su tributo a esta reflexión que ha adquirido el rango de clásico a dos extremos, la puntualidad y la oportunidad. 

Para plasmar en movimientos la estulticia humana descrita por el filósofo y economista en 1976, la coreógrafa y bailarina ha tomado como ejemplo la tradición británica de tomar el té a las cinco de la tarde. “A fin de cumplir con el ritual, se abandona todo, el trabajo, la oficina... Mi propuesta se pregunta por qué a esa hora concreta, por qué no quedar por la noche y tomar luego un gin-tonic y unas aceitunas”, propone la veterana creadora, reconocida con la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes en 2020.

La trama está ambientada en la década de los cincuenta, porque es el año en que ella nació y le remite a un periodo donde los usos y costumbres en la mayor isla de Europa eran más pronunciados. 

Una época que evoca teteras de porcelana, emparedados de pepino, bizcochos y panecillos untados en mantequilla y mermelada desplegados a una hora invariable. No obstante, el vestuario no deja constancia del periodo, el viaje en el tiempo lo deja a merced de la fantasía de los espectadores. 

De vuelta a la palabra hablada

Su anterior pieza, Todo lo bueno ocurre en silencio, rompía con una trayectoria marcada por las palabras. Werner siempre ha trufado de verbos propios y ajenos sus coreografías, pero en aquella ocasión, le dio valor a la quietud. Ahora vuelve a la danza teatro con un texto propio donde destila las ideas que le sugirió Cipolla en su filosofía. “Es una reflexión crítica, donde hablamos del tiempo que nos falta y del que nos sobra, de la gente que es oportuna pero no puntual y de la que es inoportuna, porque te interrumpe un beso o te trae un paquete a las 11 en lugar de a las 8, como te habían dicho”, explica. 

Su nueva obra, Miami Transfer, también hilvana danza y relato. Se trata de una intersección entre la novela Manhattan Transfer de John Dos Passos y de su confluencia con el lenguaje y los temas de su contemporáneo Edward Hopper. Werner está de vuelta a la palabra hablada.

Esta propensión de la maestra de bailarines se remonta a mediados de los setenta. En su etapa de estudiante asistió a una representación de Café Muller, de Pina Bausch. Aquellos 45 minutos de desamparo entre las sillas y mesas de una cafetería casuaron un gran impacto en Werner, un antes y un después en su acercamiento al baile. “Hasta el momento, todo lo que había visto entraba dentro de lo previsto, pero aquello no sabía si era teatro o danza. Me quedé sentada en la silla hasta que me echaron”, recuerda. 

Unos años después montaría su propia formación con un nombre que ahora suena a paradoja. Escogió la palabra provisional porque no confiaba en la perdurabilidad de su proyecto, pero ya suma 35 años y un sinfín de piezas entre dúos, espectáculos de gran formato, montajes de calle, ópera y vídeo danza. “No me planteo el punto final de la compañía para nada. Ni miro atrás ni adelante, solo el día en el que estoy. Hago los ensayos y me divierto mucho”, se sincera la pionera de la danza contemporánea en nuestro país.

En Un momento oportuno vuelve a subir al escenario acompañada de los bailarines Sebastián Calvo, Cristian Lopez, Alejandro Morata y Tatiana Chorot, que junto a Daniel Abreu asume la ayudantía de dirección. 

Tatiana la acompaña diariamente y Abreu, Premio Nacional de Danza 2014, es el ojo externo. El canario fue bailarín de Provisional Danza durante muchos años. Ahora son amigos y se retroalimentan en sus creaciones. “Carmen trabaja desde el grueso y luego va perfilando, mientras que yo parto de cosas simples en pos de una estructura global. Como soy su hijo artístico, debe ser esa cosa de negar a la madre”, compartía Abreu respecto a su prolongada colaboración.

La madrileña lo resume con la llaneza que ha marcado toda la entrevista: “Tenemos discusiones donde él opina sobre mis piezas y yo, sobre las suyas, para después hacer lo que nos da la gana”.

Prueba, ensayo o error en València

La coreógrafa nunca da por cerrada ninguna de sus piezas. De hecho, avanza que estrenará una nueva escena de Un momento oportuno en València. “Cuando escribes un libro, pintas un cuadro o esculpes una escultura, el resultado está ahí, pero una obra viva no tiene un cierre”.

Tras su paso por la ciudad, le espera Yokohama después de dos años de hiato forzado por la pandemia en una relación de dos décadas de idas y venidas del país asiático. Cuando le dan a elegir el lugar donde se siente más cómoda como creadora opta por Japón, donde los resultados son “muy rápidos y profundos”. Define a los creadores y bailarines nipones como “extraterrestres”, pues no ha conocido a seres humanos iguales. Su trabajo allí le aporta “fidelidad, respeto y estímulo”. 

No obstante, esta embajadora de la danza española en el extranjero es una esponja en su día a día, ya sea en el barrio de Aravaca donde se ubica su compañía, en Holanda, Colombia o México. “Esto es una suma de conocimientos. En ningún momento dejo de absorber: Me fijo en lo que funciona, en lo que no, en libros, estudios... Simplemente, es sensibilidad e intuición. No dejo de aprender ni puedo dejar de aprender”.

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