La dualidad local-visitante está dejando en el Elche CF 2019/20 un halo de bipolaridad que sólo el paso de las jornadas podrá ordenar o seguir levantando dudas sobre el rendimiento que el equipo franjiverde puede ofrecer ante su afición. El estilo no se negocia pero tiene matices que hacen que un equipo rinda mejor, según el escenario. Los ilicitanos se han convertido en un equipo que se siente más cómodo cuando no tiene que proponer, y sus resultados llegan desde la practicidad y la paciencia.
El pragmatismo con el que este Elche ha logrado victorias de enjundia, como las logradas en Alcorcón, Oviedo o Girona; refuerza la idea del esperar el momento. Un estilo que no resta méritos ofensivos pero que si demuestra que las cualidades de los jugadores que reúne 'Pacheta' esta temporada a sus órdenes, moldean una idea diferente a la de la pasada campaña. Los ilicitanos sufren cuando tienen que proponer pero disfrutan cuando se ven liberados del yugo de la creación, trazando la diferencia entre el Elche de la televisión y el de la butaca.
Un equipo se construye en su sala de máquinas y la franjiverde se ha cosido bajo un patrón de músculo y trabajo sucio que contrasta con la del pasado curso. Por mucho que jugadores como Gonzalo Villar sean el oasis de una medular de constancia y sacrificio, si el murciano no se pone galones para emular al mejor Javi Flores de la pasada temporada, nada ni nadie podrá recuperar el juego alegre y vistoso con el que el cordobés marcaba la pauta del partido.
Nadie le pide al nuevo internacional sub-21 que se convierta en un sucedáneo del jugador del barrio de Fátima porque seguramente, si el murciano da el paso al frente, sea incluso mejor que el cordobés, cuando la edad y la experiencia se lo permita; lo que se pide es que este Elche baile al son que marque en su pentagrama el canterano franjiverde para, al menos, ver un equipo dominador y que lleve el peso del partido. Argumentos puede haberlos, otra cosa diferente es que se sepan explotar.
Mientras Gonzalo Villar alcanza su mejor versión, el Elche se desangra en el estadio Manuel Martínez Valero. Que los aficionados sólo puedan ver a su equipo ganar por la televisión no es consuelo, por muchas victorias que se consigan a domicilio. La división de la primera docena de partidos, seis dentro y seis fuera, han tejido una identidad de equipo al que le cuesta dar el paso al frente. No se trata de querer, se trata de poder; y de momento, por mucha buena voluntad que se ponga sobre el tapete, falta un punto.
No es casualidad que este equipo haya matado sus partidos desde el sufrimiento de saber esperar el momento de golpear. Es la causalidad de un manual que esta temporada deja atisbos de equipo que, por la propuesta del escenario, rinde mejor cuando se quita el corsé de la creación y deja en manos de latigazos a la contra la resolución de los partidos. Una situación que me lleva a señalar el estado del césped. Claro que con un mejor estado del terreno de juego el balón fluiría mejor, pero ¿tiene el Elche esos jugadores que le permitan mudar el estilo de su piel de visitante a local?