Hablamos con Albaro Arizaleta, batería, voz y compositor del grupo pamplonés, que actuará el próximo 29 de julio en el Low Festival de Benidorm
VALÈNCIA. “Es como cuando descorchas una botella de champán, y resulta que está un poco desventada”. Así es como Albaro Arizaleta describe, sin echarle al asunto ningún tipo de melodrama, la sensación de presentar “dos veces” el último disco de El Columpio Asesino. El sexto trabajo de la banda navarra, titulado Ataque Celeste (Oso Polita Records, 2020), se presentó en directo a deshora y en condiciones de miedo colectivo y restricciones. Se perdieron dos veranos -imprescindibles para un grupo que vive principalmente de los festivales-, y solo desde hace unos meses han podido ver la reacción natural -aunque desincronizada- de sus seguidores hacia los nuevos temas del grupo. Este verano tienen dos citas en la Comunidad Valenciana: el 28 de julio en el conciertazo Amstel del ciclo Nits de Vivers, y el 29 de julio en el Low Festival de Benidorm.
“Ha sido muy raro. En su día presentamos el disco ante un público tapado con mascarillas y con sillas alineadas como si fueran tumbas. Ahora llevamos unos meses haciéndolo en condiciones normales, pero tampoco la sensación en los festivales es clara, porque compartes público con un montón de gente, y no sabemos exactamente quiénes han ido realmente a vernos a nosotros. Eso sí, están saliendo unos conciertos de la ostia, no sé si es porque lo hacemos muy bien o porque la gente tiene unas ganas de divertirse del copón. En resumidas cuentas, la vuelta está siendo un poco rara, pero estamos muy contentos”.
Después de un largo periodo de barbecho, y otro de actividad anómala, las cifras de la música en directo vuelven a hablarnos de llenazos y masificaciones (bueno, y también de algunas llamativas cancelaciones que señalan a una previsible saturación de la oferta, pero ese es otro tema). Todo ha vuelto, pero nada es lo mismo. No completamente. Eso al menos opina el batería y compositor del grupo, que alterna la dirección vocal de las canciones con la guitarrista Cristina Martínez.
“Los músicos, igual que ocurre en otras profesiones, venimos de un periodo muy complicado. En nuestro caso además se juntaron una serie de circunstancias que lo hicieron un poco peor”, nos explica el músico a través del teléfono. Hace cinco años, después de la gira de su excelente quinto álbum, Ballenas muertas en San Sebastián (Mushroom Pillow, 2014), El Columpio Asesino decidió tomarse un año sabático. La vida en la carretera quema, y ellos ya llevaban encima muchos “viajes a Berlín”. El descanso surtió efecto; recuperaron las ganas de volver al estudio de grabación. En lugar de sucumbir al dictado de los nuevos tiempos en la industria musical -que ya no entiende esto de desaparecer del mapa durante meses o años, y premia al que encadena singles y videoclips y no se despega de las redes sociales-, la banda navarra hizo las cosas a su manera. Después de dedicar tres años a componer sin prisas su siguiente trabajo discográfico, Ataque celeste inició su campaña de promoción a principios de 2020.
En ocho temas y media hora de duración, el quinteto presenta una propuesta musical sensiblemente diferente: un sonido más limpio y sofisticado, con más melodías, y en el que los sintetizadores usurpan gran parte del protagonismo a las guitarras. Un paso más cerca del pop; un paso más lejos del noise rock y el krautrock, pero el concepto de base sigue siendo el mismo. No se abandona el tono macarra ni las crónicas nocturnas de personas que salen mucho, comen mucho techo y después lidian con sus demonios en soledad. Si se piensa bien, la banda de Pamplona se emparenta más fácilmente con la perversión y el espíritu atormentado de El Desvän del Macho o Fasenuova que con la mayoría de los grupos del indie español con los que llevan más de dos décadas compartiendo cartel.
Afortunadamente, los años no han pulido la áspera lírica que caracteriza las canciones que escribe Albaro. “Soy un letrista bastante visual y un poco caótico -reconoce-. No tengo un método de trabajo claro. Me vienen a la cabeza frases e ideas sueltas que me gustan y las apunto. Después, cuando las veo todas juntas, es cuando empiezo a ver conexiones entre ellas. A veces veo un hilo del que puedo tirar, y de ahí surge una canción. Pero, si quieres que te diga la verdad, ya casi ni me acuerdo de escribir canciones. De momento no me apetece meterle el diente a nada. Ahora mismo no sabría por dónde tirar. Hay que dar espacio a las cosas para reflexionar sobre qué quiero escribir. No quiero ir a por ello; prefiero que se manifieste por sí solo”.
En una entrevista reciente, Arizaleta comentaba a un periodista: “El Columpio Asesino pertenece a esa clase media-baja de la música que nos permite vivir de ello y pagar nuestras facturas, pero no tenemos colchón. La distancia es muy grande entre los que se forran y los que vamos tirando”. ¿Tiene el público una idea distorsionada de la realidad económica que rodea a los grupos en España, incluso cuando son bastante conocidos y tienen una larga trayectoria larga detrás?
“Esta es una profesión para la que, quitando el ejemplo de las grandes bandas, que además son pocas, el concepto de estabilidad ha desaparecido. En realidad, ha desaparecido para casi todo el mundo en este país -afirma-. El parón de dos años que tuvimos nosotros tras la salida de Ataque Celeste, que se sumaba al año sabático y a los tres de grabación, ha abierto una brecha de casi seis años con nuestro público. Y, aunque es verdad que tenemos una posición muy estable dentro de nuestra escena, con unos seguidores muy fieles, es cierto que hemos notado que todo es distinto”.
¿Qué ha cambiado? “Básicamente, los festivales han empezado a poner a otros grupos como cabeza de cartel; se entiende que hay determinados estilos de música que ya tuvieron su momento. Hemos visto muy de repente cómo se ha girado la rueda. Es ley de vida; unos entran y otros salen. En cualquier caso, los festivales todavía están tomando la medida a la situación. Creo que a todos nos falta todavía observar las cosas con un poco de perspectiva. Porque ya no somos los mismos. El mundo que tenemos ahora sencillamente no es el mismo que teníamos antes de la pandemia”.
El Festival Internacional de Benicàssim jugó un papel importante en los inicios de El Columpio Asesino y su posterior ascensión dentro de la escena musical nacional. Tras ganar el Premio Proyecto Demo 2001, fueron invitados a tocar en diversas ocasiones. En esos años todavía no se había abierto el debate que hoy tenemos sobre la mesa con respecto a la sostenibilidad de este modelo cultural. ¿Ha sido determinante la proliferación de estos encuentros para que los grupos de música independiente nacionales pudieran profesionalizarse y crecer?
“Pertenezco a un grupo que prácticamente vive de los festivales, porque lo que ingresamos de los conciertos en salas no es comparable. Sin embargo, nunca he sido una persona festivalera; nunca me ha gustado asistir a festivales como público. Es cierto que no todos son iguales, pero ese concepto tipo Primavera Sound me parece obsceno, con esa idea de barra libre. No solo no son sostenibles desde el punto de vista medioambiental, sino que tampoco lo son para las personas que trabajan allí en condiciones de absoluta precariedad. A nivel cultural ocurre un poco lo mismo. Absorben muchas ayudas que no se dan al circuito underground, que es donde se desarrollan las bandas y crean su base de seguidores. Es difícil enfocar este tema, porque es cierto que hay bandas a las que solo puedes ver si vas a un festival, pero me parece que a veces le comen un poco la tostada a las salas de conciertos y no dejan que se desarrollen otros modelos culturales”.
“A mí me parece muy bien que la gente vaya a los festivales por la fiesta -matiza-. Ese no es el problema, en mi opinión. Para eso estamos los músicos, para facilitar que la gente se congregue y se lo pase bien. Si alguien saca algo más de la experiencia, genial, pero yo no pretendo cambiarle la vida a la gente que nos escucha. Otra cosa es que ahora los festivales parecen ferias, con coches por aquí, barracas por allá, conciertos que se pisan… No tiene nada que ver con esas primeras ediciones del FIB en las que había 2.000 o 3.000 personas viendo a Chemical Brothers. Era otra experiencia. La verdad es que todo esto no sé dónde acabará”.
Arizaleta, que por cierto se ha estrenado como padre hace poco más de un año, corrobora que la publicación de su último single, La niña chica, no es el adelanto de un nuevo disco en ciernes. “Independientemente de lo que marque el mercado en cada momento, que yo ya no sé muy bien lo que es porque ando un poco perdido, yo sigo prefiriendo el formato de LP. No solo como artista, sino también como oyente; yo espero que los grupos que me gustan me presenten un disco. Pero tengo que decir que esto de presentar singles sueltos cada cierto tiempo tiene la gran ventaja de que te da una libertad de registros total. Nunca hemos probado a trabajar así, pero es muy tentador. Puedes sacar un tema de electrocumbia y a los seis meses una canción de krautrock alemán. Mientras mantengas tu esencia, da exactamente igual. Al disco tradicionalmente se le ha pedido que tenga una cierta coherencia interna, y eso no deja de ser una limitación. Pero fíjate que yo creo que ahora hasta eso ha dejado de ser tan importante”.