Apaga y vámonos. Se avecina el fin del mundo. Los que mandan se empeñan en inocularnos el virus del miedo, peor que el de Wuhan. Todo son desgracias presentes o futuras. Hagámosle un corto de mangas a tanto profeta de calamidades. Disfrutemos, mientras se pueda, de lo que nos prohíben
No he vuelto a ver un informativo de televisión desde que nos soltaron a la calle. Durante el encierro los veía en la cadena triste como forma de entretenimiento. Fueron días tan tristes y tan sombríos, con un guardia vigilando en cada rotonda, que uno necesitaba un poco de diversión. La tenía asegurada con la monologuista gallega, convertida hoy en lideresa inexplicable de una izquierda sedicente, y con las filípicas del presidente maniquí. Me desternillaba con estos comediantes, por no hablar del entonces ministro flequillo de Sanidad. Me salía la risa alocada de Joaquin Phoenix interpretando a Joker.
No he querido volver a ver un informativo de televisión porque mi médica me lo desaconsejaría. Sabe que me enervaría con la manipulación grosera que hacen las televisiones del Régimen, públicas y privadas, en beneficio de la voz de su amo. Esas cadenas son fábricas de propaganda al dictado del Gobierno de los ricos, altavoces del miedo, el conformismo y la sumisión. En 2020 nos tuvieron acollonados (Anson dixit) y hoy lo siguen intentando. Les dio buen resultado. El miedo paraliza, anula la crítica y perpetúa el statu quo.
Pero como soy periodista, un obrero de la escritura, me tengo que informar por otros canales menos agresivos y no tan controlados por el poder político. Me refiero a algunos diarios impresos y digitales. Aquí también llega el mensaje del miedo pero con menor intensidad y eficacia. El lenguaje audiovisual es imbatible para extender el pánico y la servidumbre entre la población.
Si te asomas a esos periódicos, o escuchas de fondo la voz de una locutora de televisión mientras comes en el Richi, adviertes que el fin del mundo se acerca. Y recuerdas aquel momentazo televisivo de los ochenta, con un Fernando Arrabal borracho que tropezaba con la mesa y las sillas en un debate moderado por Fernando Sánchez Dragó. “El mineralismo (milenarismo) va a llegar, el milenarismo va a llegar”, profetizaba el dramaturgo entre las risotadas del resto de invitados.
Y, en efecto, el Apocalipsis, el día del Juicio Final en el que el Hijo del Hombre nos examinará del amor, se acerca. Llegará en unas semanas, todo lo más un par de meses.
En esa estrategia por inocularnos el miedo cobra de nuevo protagonismo el virus de Wuhan. Cuentan que en Alemania y Austria vuelven los confinamientos y los toques de queda. Aquí en España, vascos y navarros, tan machotes como son, piensan regresar a las restricciones. La incidencia de marras sigue subiendo y subiendo. Mueren más ancianos en las residencias. La viróloga Margarita del Val, que ejerce de moderna hechicera de la tribu, prevé, en vísperas de la sexta ola, que todos nos infectemos…
Entretanto, J.J. Benítez anuncia que un meteorito se estrellará contra la Tierra en 2027. Según sus cálculos, que esperemos sean optimistas, morirán 1.200 millones de personas. Quizá, al ritmo que llevamos, no debamos preocuparnos porque no quedará tanta gente en el espacio terrestre para esas fechas.
Además de la pandemia, los profetas del desastre, con domicilio fiscal en Austria, anuncian un apagón definitivo para la Navidad. Hay temor a un desabastecimiento de productos básicos, en especial de ginebra en Nochevieja. Los camioneros irán tres días a la huelga en diciembre. Tambores de guerra en las fronteras de Polonia y Ucrania. El volcán de La Palma sigue vomitando lava. El sistema de pensiones peligra. La Manga, donde he veraneado, se inundará. ¡Vuelve Franco! La dieta futura consistirá en mucho humus y un puñado de gusanos, según aventura el comunista Garzón, el de la boda de bogavante, solomillo de ternera y foie (¡quién los hubiera degustado, bribón!).
Allá donde miremos, hallaremos una señal del fin del mundo en esta nueva Edad Media. Es como el Efecto 2000 pero ahora va en serio. Y si te queda una brizna de esperanza, se te apagará si escuchas los domingos, en una emisora de radio, al insigne novelista J.J. Millás. El autor de La soledad era esto, entre ceceos y carraspeos, avisa de la toma del poder por los bisnietos de Mussolini, agrupados en torno a un partido con nombre de diccionario. Millás, como otros intelectuales orgánicos del Régimen, echa gasolina a la hoguera del miedo. No tardarán en darle el Cervantes.
Si el mundo se va a acabar más pronto que tarde, habrá que mirar el lado bueno de las cosas. Por ejemplo, no sufriremos más al Gobierno pinocho. Mientras llega ese día definitivo y la muerte se nos aparece envuelta en una fina gasa blanca, apliquémonos el carpe diem de los romanos. Pero a lo bestia. A beber, desayunar tigretones, comer buenos chuletones, fumar, fornicar y, si aún nos queda tiempo, leer a Dostoievski en el 200 aniversario de su nacimiento. El ruso diagnosticó la enfermedad moral de este Occidente por el que nadie sensato daría una perra gorda.
Sumario: “Las televisiones son fábricas de propaganda al dictado del Gobierno de los ricos, altavoces del miedo, el conformismo y la sumisión”