VALÈNCIA. Todos los personajes de El tercer cuerpo les duelen a sus actores. Los protagonistas de esta comedia amarga resuelven de manera compleja y absurda acciones que podrían ser simples. Sus torpes intentos para ser felices convierten el montaje en una experiencia, por momentos, desasosegante, que despierta en el elenco angustia, enfado, frustración o tristeza. “Son extensiones de mis miedos y de mis incapacidades, pero por supuesto enriquecidos y maravillosamente interpretado por estos actores divinos”, comparte su autor, Claudio Tolcachir.
El dramaturgo, actor y director argentino escribió esta propuesta en su Buenos Aires natal, como parte de un tríptico dramático donde también figuran La omisión de la familia Coleman y El viento en un violín. Su dramaturgia se nutría a pie de escenario de las improvisaciones de los actores de su compañía, Timbre 4, que dotaban las representaciones de verdad. La reverberación de aquel torbellino teatral llegó hasta nuestro país, que cayó rendido a su espontaneidad y a su sarcasmo. Ahora, 17 años después, su responsable retoma la obra con un elenco de actores españoles. Carmen Ruiz, Natalia Verbeke, Carlos Blanco, Nuria Herrero y Gerardo Otero reponen aquel montaje genial en las tablas del Teatre Talia, del 6 al 9 de octubre.
- ¿Compartes con tus personajes alguno de sus miedos?
- Todos sus miedos son los míos. Yo escribo ficción, creo que no podría escribir autoficción por pudor y porque me gusta el misterio. Pero detrás de mis obras están mis pesadillas expandidas y potenciadas. Sobre todo la incapacidad para vivir como un adulto y la profunda sensación de que los demás están preparados para la vida y yo no.
- ¿Ya has llegado a alguna conclusión sobre las razones que nos llevan a complicarnos tanto la vida?
- Podría decirse que la vergüenza funciona como una razón. Pero suponer que existen razones sería simplificar la vida. Estamos solos, tenemos miedo, sentimos nostalgia, frustración, deseos, envidias, culpas. Esto es justamente lo más maravilloso del teatro. Indagar sobre la complejidad del alma humana.
- En tus obras hay, precisamente, un estudio pormenorizado de los comportamientos de los seres humanos. ¿Eres un observador habitual de lo cotidiano?
- Nada me interesa más que mirar a las personas. Sobre todo si no saben que están siendo observadas. Me produce una ternura infinita la manera en la que todos nos desenvolvemos. Y al imaginar un personaje junto con el actor o la actriz intentamos que tenga tantas facetas y contradicciones como cualquier persona.
- ¿Corren entonces el riesgo tus conocidos de colarse en tus montajes?
- No de manera ostensible. No les doy cuenta de los robos que realizo hasta que ya es demasiado tarde. Pero jamás dañé conscientemente a alguien conocido.
- Esta obra fue presentada en 2008 bajo tu dirección con los actores de Timbre 4. ¿Cómo ha cambiado en su traslación a otro momento histórico y personal y con otro elenco?
- Es una obra escénica espejo de actores. Cambiaron los actores, así que cambió todo. Siempre pretendo que entre el personaje y quien lo interpreta se produzca una fusión única e irrepetible. Una alquimia exacta. La estructura es similar. Todo el tejido interno es diferente.
- Tu teatro siempre se ha caracterizado por una espontaneidad que nace a pie de escenario en improvisaciones con actores, pero no todos tus textos se han gestado directamente en ensayos. ¿De qué depende que apliques esa práctica que es tu sello o no?
- Depende del tiempo, de la complicidad y de la paciencia de los actores, y sobre todas las cosas, de que exista esa necesidad. Muchas veces improvisar no es necesario, otras es imprescindible. Pero hay otro plano de improvisación que es con el texto aprendido en donde los actores van tejiendo vínculos y reacciones que no tienen que ver con lo verbal, sino con lo que sucede entre los cuerpos y el espacio. Esa improvisación es tan necesaria como la otra.
- Imagino que ese trabajo de improvisación también sirve para conectar a los actores entre sí. ¿Cómo has forjado la conexión con los de esta obra, para los que el texto ya estaba escrito?
- El texto es solo una parte de lo que sucede en el espacio. Todos los secretos, los impulsos reprimidos, los pensamientos que desarrollan y evolucionan en los personajes son realmente la materia de creación. Dedicamos mucho tiempo de los ensayos a crear un vínculo real de comunicación entre los actores y a través de las escenas. Hasta que lo que se dice y lo que no tengan al menos el mismo valor.
- En estos últimos años, el miedo se ha hecho muy presente en nuestra sociedad, más al menos que cuando la concebiste. ¿De qué manera afecta a la recepción del público?
- No se si el miedo creció o lo que sucede es que se habla más de ello. La posibilidad de decir y compartir con el mundo que uno tiene miedo dejó de ser tan violentamente vergonzoso. Supongo que eso es positivo. Aunque queda mucho camino por andar en relación al tratamiento de estas cuestiones.
- Parte de la pieza se ambienta en una oficina de muebles antiguos donde no hay presencia de ordenadores. ¿A qué responde tu decisión de situar la acción en un territorio suspendido en el el tiempo y el espacio?
- Hay algo anacrónico en el espacio y que tiene que ver con ellos. Sus vidas están fuera de tiempo. La oficina, como ellos, dejó de tener sentido y ese rasgo simbólico me resulta conmovedor. No saben qué hacer, nadie los necesita y el mundo siguió adelante sin ellos. Sin duda yo sigo siendo una persona analógica y se nota en lo que hago.
- ¿Cómo resuelves escenográficamente la complejidad de que la trama suceda en varios espacios simultáneamente?
- Con buenos actores y buenos espectadores todo es posible. Si algo sostiene al teatro es la posibilidad, como con la literatura, de completar los espacios desde la mirada del espectador. Me conmueve este juego primitivo, tan simple y tan complejo. Si al final del recorrido quién presenció la función estuvo en todos esos lugares sin que haya cambiado la luz ni la escenografía, habrá ganado la magia del teatro.
- Timbre 4 fue la sala donde se gestó La omisión de la familia Coleman, pero también tu domicilio. Este pasado mes de junio inauguraste en Madrid tu nuevo Timbre 4, que es escuela y teatro. ¿Cómo ha cambiado tu aproximación a tu oficio desde aquella etapa genial pero en precario a la situación consolidada del momento presente?
- La precariedad en este oficio nunca nos abandona y en mi caso es casi un caldo de cultivo para la creación. Siempre que me siento un poquito confortable salgo corriendo hacia una nueva precariedad. Quizá porque me siento más estimulado en las construcciones de los proyectos que cuando estos se consolidan. Lo cierto es que cuando uno cierra la puerta de la sala de ensayo nada cambia. Solo existe el deseo, la valentía, la inspiración. Esto puede existir con o sin recursos. Y es el verdadero valor del teatro.