VALÈNCIA. El paso de los 70 a los 80 supuso una catarsis en Estados Unidos. Tras las crisis del petróleo, se impuso la sociedad dual, esa en la que el Estado se desentendía de las capas de población menos favorecidas. Hubo muchas bandas sonoras para este fenómeno, como es normal en un país con una poderosa industria musical, pero de todas ellas la más singular fue el hardcore, un hijo americano del punk. Un libro reunió la historia oral de este género, American Hardcore, a tribal history, de Steven Blush. Después, se hizo un documental, American Hardcore, dirigido por Paul Rachman y con guion del propio escritor. Son casi dos horas que hoy, en una época en la que el mundo se asoma otra vez al abismo tanto de las amenazas nucleares como de la desigualdad, merece la pena ver. Hay que aprender del pasado para entender el futuro.
La clave más importante, tal y como se refleja en esta obra coral, estaba en la cultura. Con la llegada de Reagan, el hombre que lo iba "a solucionar todo", surgió un regreso a los años 50. Atrás quedaron los revolucionarios 60 y sus ecos en los 70, ahora todo se trataba de "mira mi coche, mira mi pelo, mira mi ropa, mira mi cóctel, mira mi coca". La reacción de los grupos de hardcore era de "meteros todo eso por el culo".
La expresión fue musical y también tuvo su importancia el estado de esta industria en aquel momento. Los protagonistas de la escena hablan de lo mucho que les aburría la música disco, grupos como Fleetwood Mac, Journey o Eagles, propuestas contra las que no tenían nada, a priori, pero escucharlas constantemente y por todas partes les daba ganas de vomitar. Su punto de partida fue el punk, pero no les ocurrió como a los que les pilló el movimiento todavía con las lentejuelas y el maquillaje del glam y ya sabían tocar, sino que ellos aprendieron a tocar con el punk.
Socialmente, era un "odio a la normalidad reinante". El discurso parece del 15M, dicen: "te prometían que si ibas a la escuela, luego irías a la universidad, tendrías un trabajo, una casa, una familia, un perro, un gato, un coche... pero no era así". La realidad se parecía más a "trabajo de lunes a viernes, odio a mis padres, odio a mi jefe, odio al gobierno, odio a la policía". Si quisieron llamarlo hardcore fue como en el porno, porque era lo más duro, la esencia. También, era un género que no parecía un saqueo de la música negra.
Como aquí, odiaban la new wave, los grupos que aquí se engloban dentro del término Movida. Esa puesta en escena novedosa a ellos les parecía más de lo mismo. Buscar que te admiren, enriquecerte y tener acceso a sexo y cocaína. Esta era música de adolescentes, hecha por adolescentes para adolescentes. Tenían en torno a 15 años. Todo en un contexto de absoluta marginalidad. La gente se dedicaba a esnifar speed y tener sexo en callejones. Los conciertos eran en gasolineras abandonadas o el patio trasero de alguien que diese una fiesta en su casa, a veces en sótanos. En la serie de YouTube excelente The New York Hardcore Chronicles tenemos a Jack 'Choke' Kelly de Negative FX que dice que no echa de menos ningún club ni ninguna sala de conciertos, que lo que añora de la época era tocar en un trastero sin escenario muerto de calor.
Nadie hacía nada pensando que el día de mañana iba a sonar en la radio. Los sellos discográficos no estaban al acecho buscando nuevos talentos. Los discos se grababan en un día, en pocas horas. Parece muy atractivo, pero no me hubiera apetecido estar allí. Gente peleándose, meándose unos encima de otros, profanando tumbas, arrasando casas ajenas... solo ver los pogos de los conciertos impagables que aparecen en el documental ya me dan una pereza infinita, pero ese era el ambiente. Hasta llegaron a ponerse bombas, pero sin darse tanta importancia como en el black metal, por diversión. El resumen era que se trataba del hastío de los barrios residenciales. Pura frustración. Adolescentes que ya ven que la vida no va a ser ningún sueño y detestan madrugar. Chicos que odiaban todo.
La parte del do it yourself es de sobra conocida. Si quieres algo nuevo, hazlo tú mismo. También las giras, durmiendo en casas de otros grupos, y la solidaridad entre ellos, que venían a ser embajadores de su ciudad. Mucho más interesante son las letras de Minor Threat, como Straight Edge, en la que abogaban por una vida sana. Ahora, mucho ha llovido desde el sex, drugs and rock and roll, pero entonces era lo más cool que podía haber y un objetivo en la vida. Eric Clapton le había cantado a la cocaína y Lou Reed a la heroína, como los Rolling Stones, y aquello se consideraba lo más.
Ian Mackaye, sin embargo, cantaba en Straight Edge, en resumen: "tengo mejores cosas que hacer que salir con muertos vivientes, esnifar mierdas por la nariz, ríete de la idea de comer anfetas, ríete de la idea de oler pegamento, nunca quiero usar muletas". Eso, dicho a catervas de yonquis de baja estofa, era lo más punk de lo punk que jamás haya habido. En los 70 el consumo de drogas entre adolescentes estaba muy extendido. Duff McKaggan, que aparecen en el documental, ha contado recientemente en sus memorias que empezó a consumir desde los once años.
Por otro lado, el documental echaba por tierra la imagen de una California tranquila y apacible, llena de viviendas unifamiliares con jardín. Como se explica, si se vivió en la escena hardcore de los 80 en ese estado, la experiencia fue de todo menos bucólica. Hasta los Suicidal Tendencies se quejan de que se tenían que pelear con alguien "todas las putas noches". Muchas veces con la propia policía. Llegó a suceder un episodio, la Punk Riot de Huntington Park, que acabó con decenas de detenidos y policías heridos. Se vieron palizas como las de Rodney King diez años después. El legado de toda esta música ahora se disfruta mejor analizando toda la escena en su totalidad. Sobre todo porque se aprecia cómo sus hallazgos fueron deglutidos, como siempre, por el mercado. Incluso en los noventa, muchas de las ideas de estos chavales fueron rentables trucos de la industria musical para obtener dividendos. En 1999, un comportamiento así era totalmente mainstream pero estaba originado en un entorno de opulencia, todo lo contrario que el caldo de cultivo de la parroquia hardcore de los 80. Esa fue la gran diferencia, en fondo y forma.