CRÍTICA DE CINE

'Almas en pena de Inisherin': La comedia negra más triste del mundo

3/02/2023 - 

VALÈNCIA. Bienvenidos a Inisherin, una remota isla (ficticia) de la costa este irlandesa durante el final de la guerra civil. Allí no llegan las bombas, solo se escuchan las detonaciones, pero el ambiente resulta mortecino y lúgubre. Dentro de este entorno tan bello y agreste como desolador comenzará una contienda interna, la de dos amigos que dejarán de serlo porque uno de ellos decide poner punto final a su relación de forma tan drástica como contundente. 

Pádraic (Colin Farrell) es pastor de ovejas, algo bobalicón, pero bueno. Colm (Brendan Gleeson) es músico, amante del folclore y se ha convertido en un hombre hermético. Ambos están solos, aunque el primero vive con su hermana Siobhán (Kerry Condon), que aspira a abandonar el lugar y el segundo con su perro. El bar es el centro neurálgico y allí se desatan todas las habladurías. También se bebe, y mucho. En un sitio tan pequeño como Inisherin, ¿cómo esquivar a alguien que no quiere hablarte? Nunca sabremos por qué Colm no quiere saber nada más de Pádriac, pero su decisión tiene algo de punto de no retorno, tanto es así que anunciará que cada vez que se acerque a él, se cortará un dedo. 

A Martin McDonagh, el director de Almas en pena de Inisherin lo conocimos en cine gracias a Escondidos en Brujas, aunque ya por aquel entonces era un prestigioso dramaturgo. Precisamente su última película correspondería a una de las obras de teatro que nunca llegaron a estrenarse dentro de una trilogía que, a través del humor negro, pretendía explicar las contradicciones de su país de origen, Irlanda. En este caso, la metáfora no sería otra que la forma absurda en la que comienzan las contiendas entre hermanos y amigos que terminan convirtiéndose en irresolubles. Pero la forma en la que aborda McDonagh esta reflexión es, como suele ser habitual en él, de lo más inesperada. Sus guiones nunca resultan evidentes, quizás porque siempre pone el foco en los personajes, en su cotidianeidad, en situaciones aparentemente irrelevantes y triviales que poco a poco van adquiriendo una forma contundente dentro de una narración en la que aparentemente no pasa nada y, en realidad, pasa de todo. 

Después de su aclamada Tres anuncios en las afueras (gracias a la que Frances McDormand y Sam Rockwell ganaron sendos Oscar) regresa a sus orígenes y vuelve a trabajar con sus dos actores fetiche, Colin Farrell y Brendan Gleeson, situándolos de nuevo en el centro del relato para interrogarse cómo surge y se desvanecen los afectos, así como la presión que ejerce el entorno sobre ellos. 


Hay algo realmente magistral e inescrutable en Almas en pena de Inisherin y es la forma en la que el director utiliza elementos de comedia para componer una de las películas más tristes del mundo. Las peripecias de Pádraic para intentar comprender por qué su mejor amigo lo ha abandonado, su resistencia a la hora de conseguir a toda costa respuestas y volver a conectar con él, así como la insistencia de la otra parte a acabar con esa relación de amistad cimentada durante toda la vida está repleta de absurdo, pero también de un abismo de melancolía, la misma que llevan incrustada todos los personajes, encerrados en una vida que no saben si es o no feliz. 

En realidad, se trata de una película casi existencial, que habla sobre el vacío, sobre la muerte, sobre la depresión de no encontrar nada a lo que aferrarse y, lo más importante, sobre adquirir una verdadera conciencia de eso. Por eso resulta, en el fondo, tan trágica y dolorosa, porque los personajes se dan cuenta de que están solos y de ellos brotará el desencanto. 

McDonagh es un director austero y preciso. Y, aunque a veces su cine no lo parezca, también muy humano a la hora de captar las miserias e inquietudes de sus criaturas. También es un gran director de actores y, por esa razón, tanto Colin Farrell como Brendan Gleeson componen dos interpretaciones memorables (sustentadas por los no menos virtuosos Kerry Condon y Barry Keoghan en sus pequeños, pero importantes papeles). 

Pero ese duelo interpretativo protagonista lo sustenta todo, tanto a través de lo que se dice, como de lo que no, con esas miradas de incomprensión (por un lado) y de hastío vital (por otro) hasta configurar un panorama que contiene al mismo tiempo un poso de sinrazón, pero también de sensatez y que nos llena de amarga clarividencia, así como de muchas preguntas sobre nosotros mismos a través de un lirismo apesadumbrado. 

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