CIUDADES Y ARTISTAS  

Albi, la ciudad natal de Toulouse-Lautrec

13/08/2023 - 

VALÈNCIA. Henri de Toulouse-Lautrec ha pasado a la historia por retratar como nadie el París de finales de siglo XIX y ese barrio de Montmartre repleto de artistas y personas variopintas que llenaban las noches parisinas. Retratos en los que representaba a todas las clases sociales y que realizó adentrándose en la vida del Moulin-Rouge, pero también en otros cabarets y teatros de la época. Aunque su fama se gestase en París, Toulouse-Lautrec nació en Albi, una ciudad del Midi-Pyrinées atravesada por el río Tarn y caracterizada por ese ladrillo rojo del que están hechas las imponentes y sobrias construcciones medievales —de ahí que se le llame la ciudad roja—. Han pasado muchos años pero su huella en la ciudad sigue intacta, tanto, que al llegar a la plaza de Santa Cecilia la vista se desvía a la enorme fotografía de Toulouse-Lautrec que hay en uno de los laterales de la puerta del palacio de la Berbie, que hoy alberga el museo Toulouse-Lautrec.

A simple vista, el palacio de la Berbie, del siglo XIII, parece más una fortaleza medieval que una residencia de obispos, lo que lleva a recordar la cruzada de la iglesia contra los herejes cátaros, también conocidos como albigenses. Una idea que se materializa por su altos y recios muros, aunque es cierto que desde el siglo XVIII los prelados han ido transformando la fortaleza en un palacio de recreo, lo que también ha hecho que sea uno de los castillos más antiguos y mejor conservados de Francia. 

Es por el patio de honor, rodeado por dos torres, por donde se accede a la entrada del museo Toulouse-Lautrec, inaugurado en 1922 gracias a Maurice Joyant, amigo y mecenas de Henri. Empezar la visita a Albi por el museo es más que recomendable para conocer en mayor profundidad la vida del artista. Además, se trata de la mayor colección pública del mundo dedicada al pintor albigense —se recogen cerca de mil obras, entre dibujos, pinturas, litografías y carteles— así que es una oportunidad única para admirar cada una de las facetas en las que plasmó su talento. 

La mayor colección del artista 

Entre salas abovedadas, de altos techos y pasillos medievales se contemplan desde sus obras de juventud hasta sus últimos cuadros. Muchas de ellas fueron donadas por la familia y otras son fruto de adquisiciones posteriores y préstamos del Museo de Orsay de París. Además también hay algunas fotografías y objetos personales de Lautrec, como el bastón que escondía un vaso y un depósito para brandy. Precisamente, Henri nació muy cerca de esa plaza, en el Hôtel du Bosc, el 24 de noviembre de 1864. Lo hizo en el seno de una importante familia de la nobleza de la zona y, probablemente, debido a la consanguinidad de sus progenitores, desarrolló problemas genéticos desde bien pequeño. Unos problemas que se acentuaron a los catorce años, cuando sufrió una caída montado a caballo y, al fracturarse los dos fémures, su desarrollo físico se vio afectado. A partir de ahí su vida quedaría marcada para siempre. Quizás por todo ello el artista francés sentiría cierta predilección por las personas vulnerables y marginadas.

Era, por así decirlo, un cronista social de la época al que le gustaba vivir la vida con intensidad, de ahí que en su época parisina —marchó a los veinte años— abrazara una vida bohemia, de burdeles, mujeres, alcohol y personajes un tanto sórdidos. También que desde sus inicios lograra captar los movimientos de sus retratados, incluso su psicología. De esa época es famosa la serie de litografías Elles, donde Lautrec desarrolla su 'pincel fotográfico' para lograr una visión naturalista de la mujer. También se pueden contemplar de cerca carteles publicitarios, como los de Moulin Rouge, Le Moulin de la Galette o Le Chat Noir. De hecho, aquí están treinta de los más famosos que tiene el artista. 

La tercera planta del museo está dedicada a una colección de arte moderno que presenta las obras de amigos y contemporáneos de Toulouse-Lautrec (como Degas, Vuillard, Bonnard…), así como un grupo significativo de artistas de Poetic Reality. Además, al estar ubicado en el palacio de la Berbie, también se conocen las antiguas salas de los pretores y su hermoso jardín de inspiración francesa. Desde sus muros se contempla el río Tarn y el otro lado de la ciudad, cuyos edificios se reflejan en sus aguas. 

De vuelta a la plaza de Santa Cecilia hay que visitar la catedral, la más grande del mundo construida íntegramente en ladrillo —tardaron dos siglos en construirla— y que posee la mayor superficie de frescos y decoraciones de toda Europa (18.500 metros cuadrados). Vale la pena entrar para admirar la bóveda, la pintura de El Juicio Final y sus órganos, por cuya atractiva decoración han sido catalogados como los más hermosos de Francia. Una obra maestra que junto al palacio forman un conjunto hermoso del que se abre la ciudad, Patrimonio de la Humanidad desde 2010. Sus calles estrechas transportan al medievo y llevan a la colegiata Saint-Salvi, que rodea la colegiata y donde se sitúa el mercado cubierto. 

Un paseo que te lleva a descubrir la casa del Vieil Alby, una de las más bellas de la ciudad. Además, en ella hay una exposición permanente dedicada a la infancia y juventud de Toulouse-Lautrec en la que se pueden ver los primeros cuadernos del artista albigense, en los que ya se apreciaba su peculiar personalidad. También es muy interesante el mapamundi del siglo VIII por ser, junto a un mapa del mismo periodo conservado en el Vaticano, una de las representaciones conocidas más antiguas del mundo. En él, se presenta un mundo con forma de herradura de caballo, que se asienta alrededor del Mediterráneo y contiene una cincuentena de nombres de regiones, ciudades, pueblos, ríos, mares y vientos.

Toulouse-Lautrec, un gastrónomo ilustrado

Menos conocida es la faceta gastronómica de Henri de Toulouse-Lautrec. Y es que, el artista era un gastrónomo ilustrado y gran conocedor de la cocina francesa, a la que amaba cocinar y comer. Afición que también heredó de su padre Alphonse, que coleccionaba libros de cocina de todo el mundo. Un amor que Henri plasmó en sus recetas, que ideaba como si se tratara de un lienzo y luego daba a probar a sus amigos. Entre ellas destaca la sopa de albaricoque con almendras frescas, paté de conejo artificial, paloma estofada rellena de aceitunas,… 

Una faceta que se conoce gracias a su gran amigo y marchante de arte, Maurice Joyant, pues fue quién coleccionó las recetas inventadas por Lautrec, así como algunas de sus favoritas de la cocina tradicional francesa. Lo recogió en el libro La Cocina del Señor Momo, del que se imprimieron 100 ejemplares en 1930 (casi 30 años después de la muerte de Toulouse-Lautrec) y fue reeditado en 1966 por Henry Holt and Company, bajo el título El Arte de la Cocina, con ilustraciones del mismo artista. En él se recogen más de 200 recetas, que plasman su creatividad. Hoy es posible degustar la cocina del artista en el restaurante Le Lautrec, ubicado en una antigua casa del siglo XVIII de la rue Henri de Toulouse-Lautrec.

Una ciudad donde el río Tarn ha marcado su historia, al igual que el Puente Viejo que, edificado en 1035, logró que la ciudad se convirtiera en un importante centro de comercio durante el Medievo. Desde él hay unas increíbles vistas de la ciudad, en las que sobresale la catedral de Santa Cecilia. De hecho, cruzarlo y seguir paseando sin rumbo te lleva a descubrir la urbe y a recorrer otras zonas, como al Castelnau, el barrio “nuevo”, construido en el siglo XI. Unas vistas que al atardecer se vuelven mágicas, con el rojo del cielo haciendo espejo en el río y los edificios acentuando aún más esa tonalidad.

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