“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, le dijo Ilsa a Rick en una de las más célebres frases que el cine ha incorporado al acervo popular. Esta máxima es extrapolable a cualquier situación en la que somos conscientes de nuestra pequeñez ante los infortunios que se avecinan en el horizonte. Cada vez que oigo la frase se me vienen a la mente esas yerbajos que se resisten a la dictadura del asfalto alzando sus flores, a pesar de todo, entre las junturas de los adoquines. Y pienso en Ápunt, emergiendo en medio de la tormenta. Los vientos recentralizadores se han desatado en todas direcciones pero arrecian especialmente en el sector de las radiotelevisiones públicas autonómicas.
Quizá es una estrategia estudiada milimétricamente que se despliega desde diversos frentes y a diferentes velocidades pero siempre en una misma dirección. Sospecho que el desmantelamiento de una España multicultural y plurilingue está en el origen del ataque frontal contra los medios de comunicación públicos subestatales. La crisis económica y el acceso ilimitado a la información solo actúan como testaferros que ocultan las verdaderas intenciones. Los estados se resisten a compartir el poder y la voz con otras instituciones que pudieran tener discursos alternativos pero no lo pueden expresar abiertamente sin entrar en contradicción con la Constitución del 78 que con tanto ahínco reivindican cuando les interesa. La línea recta no siempre es el camino más eficaz para llegar de un punto a otro. Para desmantelar el estado autonómico de la comunicación pública existen otros métodos. Asfixiar económicamente las radiotelevisiones regionales exigiéndoles el déficit cero cuando este requisito no se aplica en RTVE.
Con presupuestos exiguos, las plantillas se reducen y se precarizan, los contenidos audiovisuales pierden calidad y las audiencias caen en picado. En este círculo maldito surge, por fin, la demagogia más barata. Para qué mantener con dinero público unos medios autonómicos que no gozan del favor del público: ¿Qué prefieren ustedes, una televisión pública o un hospital?. “Barrabás, Barrabás”, grita la plebe en los foros mediáticos afines, como si ambas ofertas fueran incompatibles. Aún escuece ese recuerdo a pesar de que muchos sabíamos que era una falacia, que el cierre de RTVV solo era una meta volante dentro de una carrera que no había hecho más que empezar. Las expectativas eran más ambiciosas. Caerían torres más altas, como TV3, que se está empezando a desmoronar. El ahogo político-financiero, con las cuentas de la Generalitat intervenidas y sin gobierno autonómico, viene precedido por una brutal campaña de despretigio. La despellejan quienes no la han visto nunca, bien por razones políticas o idiomáticas. La acusan de manipulación, de adoctrinamiento y de despilfarro los que no soportan su liderazgo de audiencia, su calidad informativa y programática, su resistencia a convertirse en una televisión puramente antropológica.
Porque TV3 se empeña en tener voz propia y contar a su audiencia, en catalán, lo que pasa en el mundo. Con la que está cayendo, mantiene ocho corresponsalías internacionales como si fuera una televisión de ámbito estatal. Sus telenotícies no tienen rival dentro de Cataluña. La gente les cree, porque a pesar de las difamaciones, en su pantalla se pueden oir argumentos de todos los colores y no solo los monocromáticos de las televisiones estatales donde llevan meses ejerciendo el despotismo mediático: todo sobre Cataluña pero sin los catalanes. Estos últimos meses ha sido imprescindible acudir a TV3 para contrastar la información monolítica que llegaba desde el resto de canales españoles. Sus programación marca tendencias y los más prestigiosos comunicadores de este país proceden de su cantera, desde la Barceló, Évole, Franzino o Buenafuente. Y además, son tan egocéntricos que no permiten que nadie les critique. Ya lo hacen ellos mismos con programas de alto valor añadido como el Polònia que, según el director de la cadena Vicent Sanchis, tiene los días contados por falta de presupuesto. Imposible ver programas así en cualquier otra televisión estatal, más interesadas en buscar esposas a granjeros o en peleas barriobajeras entre tertulianos.
La batalla para enterrar TV3 o bajarle sus ínfulas de televisión de país ya ha llegado a la superficie. El terreno está bien abonado. Sin embargo, como ocurrió en el 1-O, quizá no contaban con la resistencia de la gente que se está movilizando para impedir que esa estrategia de luz de gas les prive de la televisión con la que han crecido, con la que se identifican desde que J.R. y Sue Ellen aparecieron en sus pantallas hablando en catalán. No dudo de que lo conseguirán, igual que hicieron ese referéndum que no existió, que pagan a escote las fianzas de sus políticos encarcelados o que reúnen cada año un dineral en la Marató. Y créanme, me muero de envidia. @layoyoba