Hay que ver cómo se han puesto algunos con el Nobel de Literatura a Bob Dylan. Y “El predicador” sin aparecer. Muy propio en él. Por aquí también contratábamos galardonados a talón de 72.000 euros para los ágapes institucionales en la Valldigna. Los Premios Nacionales o el Cervantes casi se quedan sin dotación
Que se sepa, y por lo general, aquí casi nadie renuncia a nada si suena calderilla. Y si uno es artista, menos. Para eso existe el ego. Los tiempos que corren tampoco son para dejar escapar una oportunidad. Aunque existan excepciones. Si no recuerdo mal muy pocos artistas se han negado a recibir la pasta que supone un Premio Nacional, esto es, 20.000 euros aparecidos por sorpresa.
La Generalitat de entonces pagaba en los comienzos del 2.000 a los artistas 72.000 eurillos para que les acompañaran y se fotografiasen con las autoridades en el Monasterio la Valldigna. Era con motivo de ese premio que denominaron Mundial de las Artes, tan surrealista y pomposo que se entregaba sin más o porque sí en sábado para gloria y entretenimiento de aquellos vividores de lo público. La lista sería interminable.
Por allí pasaron para recoger el talón, por ejemplo, Pina Bausch, Manoel de Oliveira, Luciano Berio, Peter Brook. Mucho compromiso unido además a un consejo asesor de auténticos juglares. Estos premios, comentaban airosos, suponían un calidoscopio de la cultura del mundo mundial. Y tanto. Mareaba el dinero entregado, las consabidas fiestas en torno a él y las botellas de vino y cava que corrían. Por cierto, ninguno de los premiados regresó. Había reparto y pacto. Por tanto, silencio. Nada de crítica y menos autocrítica.
Hasta al Nobel Dario Fo, fallecido estos días, por muy rebelde y divertido que resultara al estilo de Albert Boadella o viceversa, esto es, cuanto más me das más me pongo, no se negó tampoco a venir por aquí cuando le animaron a actuar en la Valldigna siendo ya socio de la Academia sueca. Saldría por un pico. A Alfonso Rus también le dieron un premio allí de la UNESCO por su servicio “al bien común del Mediterráneo”. En fin. Vamos a los premios nacionales que los anteriores sólo son hemeroteca o despilfarro general.
Salvo Javier Marías, en el apartado de las letras, Jordi Savall en el de Música o Colita en el correspondiente a Fotografía, pocos más, que recuerde en este momento, han puesto su independencia económica por bandera o protesta ante recortes, desinversiones, ausencia de credibilidad, rebeldía…. o como simple rechazo a una gestión política y pública de cualquier signo. Observen los que aún continúan cobrando de la nómina de la Generalitat de forma vitalicia -ya no tienen dotación los premios que han pasado a ser honoríficos- por un reconocimiento que se entregaba y entrega el 9 de Octubre al estilo Loterías del Estado.
Con esto de los premios, lo bien cierto es que estos últimos días me he divertido mucho leyendo a detractores, fanáticos y opinadores inmediatos de todo discutiendo si el Nobel a Bob Dylan era o no oportuno. Ya se sabe, con Dylan no existe apenas término medio. Muchos se atreverían con el puenting si él lo pidiera. Otros quemarían sus discos en un acto de fe contradylaniano.
Hace tiempo que algunos premios Nobel, no todos, son un auténtico cuento que por lo visto ya no se creen ni los propios galardonados. Más aún el literario que parece un juego de intereses que sólo preocupa ya a las editoriales correspondientes por los beneficios que supone la venta de libros pero para nada alentadores ni excitantes, aunque suponga un auténtico chorro de dinero en forma de conferencias, actos, cenas, comidas, debates, documentales, libros, merchandising y apenas nueva producción creativa. Hasta Cela dejó de lado la palangana.
Dylan hace tiempo que está a lo suyo y cada año resulta más complicado entenderlo. Cuestión de edad y aburrimiento estructural del sistema y el propio negocio de la música.
Se queja la Academia en voz alta para que todos se enteren. Algo inusual. Han hablado con el agente del músico y con otras personas de su entorno, pero no han podido hacerlo con él. El músico tampoco ha efectuado declaración pública alguna -al menos hasta cuando escribo estas líneas- ni comentarios al respecto en los conciertos que ha dado en los últimos días en esa gira que decidido llamar Neverending tour, una fórmula para dejar caer que no sólo no para sino que no sabe hacerlo.
Comenta la Academia, que cada día se parece más a la valenciana de San Carlos y en la que cualquier día estalla una auténtica revolución sin precedentes, que no sabe si el cantante aceptará el premio o acudirá en diciembre a Estocolmo a recogerlo. No sería el primero. Dos renunciaron con anterioridad al Nobel de Literatura: el escritor ruso Boris Pasternak, eso sí, forzado por el Kremlin, y el francés Jean Paul Sartre en 1964, que también era como para llevarlo de cañas y bravas. Se habían puesto modernos los de la Academia sueca y el asunto les ha salido respondón.
No quiero imaginar o sí cuántos creadores habrían renunciado este año a los Premios Nacionales de las Bellas Artes en caso de que al final la dotación económica de los mismos -125.000 euros del Cervantes y los 20.000 de los nacionales- se hubieran quedado finalmente sin dotación debido al bloqueo institucional que sufre el país. Hasta por ahí han apretado algunos con la escusa de la provisionalidad. Yo no daría ni uno. Bastante es un reconocimiento nacional como para también poner el cazo.
Me sumo a Dylan. Su leyenda vale más que una foto real por mucho protocolo, comercio y propaganda que suponga. Además, ya le pagó en su día muy bien Bancaixa, aquella entidad que era puro descontrol institucional y económico. No olvide tampoco señor mío lo que nos ha contado en sus canciones de rebeldía pese a ese carácter avinagrado logrado tras lustros de gira metido en un autobús y sobre esos escenarios desde los que ya ni saluda.
Por cierto, no se pierdan las reacciones en las redes sociales. Eso sí es de premio. Pura charlotada. Además, gratis y sin necesidad de acompañamiento musical de mi añorada Banda del Empastre
Medio siglo después, el retrato de Bob Dylan realizado por Donn Alan Pennebaker en ‘Dont Look Back’ no ha perdido vigencia