VALÈNCIA. Estamos en el Año Berlanga, conmemorando el centenario del nacimiento del director valenciano Luis García Berlanga, una de las grandes figuras de la cultura española del siglo XX. Y aprovechando la coyuntura, la RAE ha tenido a bien incluir el término “berlanguiano, na” en el diccionario (Word, actualízate y no me subrayes la palabra). Esta es la definición:
1. adj. Perteneciente o relativo a Luis García Berlanga, cineasta español, o a su obra. Estudios berlanguianos.
2. adj. Que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga. Una situación berlanguiana.
No se han esforzado mucho los de la RAE, no, que la definición les ha quedado más bien indefinida, porque, a ver, ¿cuáles son esos rasgos característicos a los que hace referencia? Con el agravante de que quién no conozca la obra de Berlanga no a va a ser capaz de reconocer una situación berlanguiana, a pesar de que sufrirá, inexorablemente, unas cuantas a lo largo de su vida. Porque la vida en España en pleno siglo XXI sigue siendo muy berlanguiana.
El actor Juanjo Puigcorbé dio hace unos años una buena definición de berlanguiano: «Dícese de la situación coral aparentemente caótica o esperpéntica donde los caracteres muestran o ponen en evidencia su monstruosidad sin categoría moral pero de una forma vitalista». También el profesor de Universidad Miguel Hernández de Elche, Ignacio Lara Jornet: “todo aquello que sucede en un ambiente de caos sainetero, sin sentido pero totalmente posible”.
Coral, sainete, esperpento, caos, sin sentido, monstruosidad, moral, vitalista, posible. Esta sería la nube de tags que nos permite calificar algo como berlanguiano. Algunos de estos términos recogen tradiciones culturales hispanas previas a Berlanga, como el sainete o el esperpento. Y es que su obra, como gran parte de la comedia cinematográfica española, entronca con estas formas literarias y teatrales, muy especialmente el sainete, de enorme influencia en nuestro cine. También el costumbrismo le sirve de base para una carga de crítica social que lleva a cimas insospechadas como El verdugo (1963), un contundente alegato contra la pena de muerte en forma de película costumbrista.
El peso de Berlanga es tan grande en el cine español, dada su combinación de cine popular (en el mejor y más noble sentido de la palabra), y una mirada agudamente crítica, que es difícil sustraerse de su influjo. Da la sensación de que cualquier comedia española tendrá inevitablemente algún rasgo berlanguiano, dado que lo berlanguiano surge de la observación de lo cotidiano. Pero lo cierto es que no es tan fácil de encontrar en las series, pero tampoco en el cine español, la dimensión política y social que su cine contiene. A veces, lo berlanguiano es solo apariencia.
No tuvo suerte Berlanga con la televisión. En fecha tan temprana como 1959, prepara, junto a Rafael Azcona, una serie titulada Los pícaros. Su episodio piloto, Se vende un tranvía, codirigido con Juan Estelrich, es puro Berlanga, una destilación en 30 minutos de lo que su cine suponía en aquellos años. Pero la serie tropezó con la censura y nunca se realizó, como tantos otros proyectos del cineasta.
No volvió al mundo de las series hasta 1994, con Villarriba y Villabajo. Se inspira, nada menos, que en la famosísima campaña publicitaria del lavavajillas Fairy, en la que dos localidades vecinas, Villarriba y Villabajo, rivalizaban fregando platos. La verdad es que más berlanguiano no puede ser el concepto, en todas sus acepciones. Así que nuestro querido director agarra la idea de la rivalidad y la amplia de forma que los pueblos de la serie están unidos geográficamente, pero separados administrativamente, porque cada uno pertenece a una Comunidad Autónoma; solo comparten la plaza, la fuente y el bar. Aunque parece encajar en su mundo, hay que reconocer que la serie no saca lo mejor de Berlanga, en una época en que, obviamente, ya había dado lo mejor de sí mismo. Digamos que, epidérmicamente, es puro Berlanga (el caos, la coralidad, la cacofonía, el esperpento), pero sin el punch político y altamente incisivo que, por ejemplo, acababa de demostrar en Todos a la cárcel (1993), su película inmediatamente anterior, o en la trilogía nacional. La serie solo tuvo una temporada de 26 capítulos.
Su último intento televisivo fue Blasco Ibáñez, la novela de su vida (1997) para la extinta Canal 9. Permítanme que, en honor al recuerdo de un cineasta imprescindible, pasemos de largo por esta producción, sin duda un retrato personalísimo, pero muy alejado de lo que podíamos esperar de él.
Es fácil identificar los rasgos que comentábamos antes con algunas series españolas, deudoras, sin duda, del negro sentido del humor y de la forma de ver la vida y lo humano del cineasta valenciano (y también del guionista Rafael Azcona). Quizá las que primero vienen a la mente son Aquí no hay quien viva (2003-2006) y su continuación La que se avecina (2007-presente), ambas creadas por Alberto y Laura Caballero junto con Iñaki Ariztimuño en el primer caso y Daniel Deorador en el segundo. Entre 13, rue del Percebe, Berlanga y Mariano Ozores van, hasta ahora, 17 temporadas y 260 episodios de caos sainetero, monstruosidad sin categoría moral, vitalismo y sin sentido.
Costumbrismo, esperpento y humor negro encontramos también en 7 vidas (1999-2006) y, sobre todo, en su spin off Aida (2005-2014), creaciones ambas de Nacho G. Velilla. Especialmente en esta última, más cercana al esperpento que al sainete, brilla la crítica social a través de una sátira que ofrece un retrato nada halagüeño de la desigualdad y la miseria que permanecen en la sociedad española.
Quede constancia de que estamos quedándonos aquí exclusivamente con el contenido y el tono, no con la forma. El uso del plano secuencia y la profundidad de campo que caracterizan la obra del cineasta y con los que alcanza cotas de virtuosismo, no está en estas series, que emplean otras formas menos complejas y más convencionales de construir la imagen o impuestas por el propio formato de sitcom.
El verdadero legado televisivo de Berlanga está mucho más en la obra de otros autores que en la suya propia. En las series citadas y en otras como El vecino, Vota Juan y Vamos Juan o Arde Madrid, donde encontramos todos o algunos de sus rasgos características. Con mayor o menor intención de crítica social o de molestar a los poderosos, con más o menos humor negro y con poco o mucho acierto. Esto no quiere decir que haya en ellas una influencia directa, una pretensión en sus autores de hacer algo al estilo Berlanga. Considero que en la mayoría de los casos no es así, no es deliberado. Es solo que Berlanga elaboró una mirada con la que podía contarse nuestra realidad y esa mirada, tan poderosa, permanece en nuestra producción audiovisual, sean los creadores y los espectadores conscientes o no. Así que, sí, somos berlanguianos.
* El próximo viernes 23, los creadores de algunas de las series que aquí hemos comentado debatirán sobre estas y otras cuestiones vinculadas a Berlanga en una mesa redonda que se celebrará en la Filmoteca a las 18 horas.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame