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Poética, nostalgia y fuego en el adiós con teatro de objetos al oficio de calero

Tian Gombau se inspira en su propia infancia para la producción familiar de Escalante L'home que cremava pedres

6/12/2023 - 

VALÈNCIA. Un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la Universidad de Harvard concluyó a principios de este año que el Coliseo de Roma aguanta ya 22 siglos porque se construyó con cal. Dentro de 2.000 años, apostillan los expertos, el anfiteatro seguirá en pie, pero no el perfil urbano de Nueva York tal y como lo conocemos, porque a diferencia de los monumentos de culturas clásicas, cuya supervivencia está garantizada por su fragua con mortero, la Gran Manzana se edificó con cemento. Con la desaparición del oficio de calero, la arquitectura perdió, por tanto, perdurabilidad y la humanidad, conexión con la naturaleza.

“De pequeño, ir al horno de cal significaba salir de Vinaròs en bicicleta o en la moto con mi padre, porque estaba en las afueras. Por los caminos de tierra íbamos atravesando campos donde veía abubillas y cultivos de secano: algarrobos, almendros y oliveras. Quemar la piedra era un ritual que te unía con el entorno, y las sombras que proyectaban las llamas durante la noche, tenían un punto de alquimia”, recuerda uno de los dos hijos del último calero de la comarca del Baix Maestrat, el dramaturgo, director de escena y manipulador teatral Tian Gombau.

Este próximo 6 de diciembre vuelca sus recuerdos de infancia y adolescencia en la obra de teatro de objetos L'home que cremava pedres, una producción de Escalante con la colaboración del Terrassa Arts Escèniques, la Casa de Cultura d’Almassora y el Teatre Municipal Francesc Tàrrega de Benicàssim. El espectáculo está programado hasta el 16 de este mes en Ribes Espai Cultural y está dirigido a un público de entre cinco y nueve años.

Según los responsables del proyecto teatral de la Diputación de València, “el objetivo es ayudar a reconstruir vínculos entre la ciudadanía y la tierra que, con el paso del tiempo y la evolución de la forma de vida, se han debilitado”.

La fabricación artesanal de cal se realizaba en pequeñas estructuras de mampostería con una boca de carga «parecida a la del horno para pizzas» y una bóveda interior donde la piedra caliza se convertía en óxido de calcio tras 48 horas de fuego a unos 1.000 grados. Los hornos se construían donde estaba la materia prima para quemar, en el término municipal de Vinaròs, por ejemplo, estaban repartidos cerca de las aliagas. En los paseos por el monte, todavía se puede reparar en restos de estas construcciones, hoy en desuso por la industrialización de su producción y el empleo de nuevos materiales.

La fascinación de quemar piedras y santos

El director Jordi Palet ha creado una ficción a partir de las vivencias y recuerdos de Gombau. Esas memorias se han dispersado en el montaje y ordenado para hablar tanto del gremio de los caleros al que pertenecieron su padre, su abuelo y bisabuelo, como de las fiestas de la Santantonà de Forcall, una celebración medieval del fuego declarada Bien de Interés Cultural Inmaterial.

“La fascinación que siente el niño protagonista por el fuego se mezcla con este auto sacramental, una fiesta sincrética donde lo pagano se mezcla con lo religioso y hay pasacalles donde los diablos llevan atados a los santos y los meten en la hoguera”, detalla Gombau.

Su alter ego en esta propuesta se llama Sagal, una palabra que se utiliza para referirse a los chavales en algunas partes de Teruel y en la comarca castellonense de Els Ports, pero también, según ha descubierto el creador, en Vic. Con la bajada de la demanda de cal por la irrupción del cemento, la familia ha de reinventarse y de un pueblito del interior, en la montaña, debe emigrar hacia la costa, como tantos otros grupos que protagonizaron el éxodo rural en los setenta por la desaparición de oficios con miles de años de tradición.

El desempleo es un lugar frío

“Siempre intentamos que los espectáculos tengan una lectura muy directa para los niños, pero en los adultos arrancamos lágrimas porque tratamos temas de supervivencia y superación. Qué familia no ha vivido el momento dramático de que uno de sus miembros perdiera el trabajo... En esa época, además, trabajaban sobre todo los hombres, con lo que la familia entera se quedaba sin sustento. Ese vacío en tu vida puede convertirse en existencial y es un tema universal. Resulta duro para la persona que lo sufre y para los que están alrededor. Pero en este caso, además de perder el medio para ganarse la vida, también se deja atrás un oficio, con la carga emocional que eso implica”, avanza Palet.

Tian no cae de lleno en la nostalgia al recordar aquella época. El de calero era un oficio muy duro. Según cuenta, para construir la cúpula donde se llevaba a cabo el tratamiento térmico, había que picar la piedra en la pedrera. La quema de la piedra caliza suponía dos días sin dormir, alimentado el fuego con leña. El hoy hombre de teatro cubrió algún turno de tres o cuatro horas a su padre durante la adolescencia. A la puerta de su casa, había una piedra pintada de blanco que daba el aviso de que allí se vendía cal. Había de dos tipos, viva y muerta.

“Los que tenemos entre 50 y 60 años estamos a caballo de esa época. El Estado era muy rural, había poca industria y el turismo estaba por extenderse. Se dio un cambio brutal, marcado por el desarrollismo franquista, el turismo y la producción a gran escala. Somos los únicos testigos, pronto nadie podrá recordar de primera mano esas prácticas”, considera este creador al que avalan más de tres décadas de trayectoria.

Gombau aprecia el resurgimiento de los morteros en la construcción. Su uso está ligado al respeto al medio ambiente y a la salud. “Hay grupos que lo están revalorizando y están, incluso, recuperando la tradición del estucado hecho con cal. Es un material que permite que la humedad de la casa salga fuera, no deja entrar el frío, pero permite que la construcción respire, mientas que el cemento bloquea, no hay intercambio entre el interior y el exterior”, aprecia.

L'home que cremava pedres ya se ha representado en sesiones escolares donde la compañía ha comprobado la empatía que la trama despierta entre los niños y las niñas. “Parece que sea un espectáculo muy antropológico, porque ese es el contexto, pero la historia es otra: todo está visto desde el punto de vista de un chaval que por primera vez ve triste a su padre, así que decide aliarse con su madre para buscar alternativas -comparte Jordi Palet-. Se entiende el conflicto aunque no reconozcas el oficio. En ese sentido, ha sido muy chulo asistir a la curiosidad, no solo del alumnado, sino también del cuerpo docente, que desconocía esta tradición que pasaba de generación en generación”.

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