O unificar el voto, o nada

Miércoles 12 de julio. Las 19:30 horas. Alberto Núñez Feijóo hace su entrada triunfal en el Auditorio de la Diputación de Alicante. Han pasado casi 48 horas del cara a cara con Pedro Sánchez en el que aspirante popular se impuso con claridad a su contrincante (otro debate era la veracidad de las afirmaciones). El PP de Alicante, que está acostumbradO a ser una fuerza mayoritaria, respira optimismo por todos los lados. Los intervinientes adulan al presidenciable y hacen llamamientos para que el líder gallego sea el futuro presidente (pese a la cola de calor y las cosas raras que pasan en Correos, según denuncia). Lo ven hecho. El PPCV está armando la estructura del nuevo Gobierno valenciano en coalición con Vox. Hay sitio para todos. Quién no entre en la armadura del Palau, lo hará en las delegaciones del Gobierno, los puertos o quién si sabe si Madrid.

La historia ya es de sobra conocida. ¿Cuál fue el punto de inflexión? La entrevista de Silvia Intxaurrondo en TVE; las palabras de Abascal sobre una hipotética aplicación de un 155 blando en Cataluña; las fotos de Marcial Dorado, la lumbalgia, etc. Las elecciones no garantizan nada con una victoria si posteriormente no se conforman mayorías suficientes para gobernar. España es un modelo parlamentario, no presidenciable y vale para todas las instituciones. El PP, bien lo sabe, porque se ha beneficiado de ello en muchos ayuntamientos y gobiernos regionales.

Sea como fuere, este 23J ha demostrado, como también el 28, más allá de expectativas y encuestas, que las campañas hay que hacerlas y ser posible, llevar la iniciativa. Y en algunos casos, introducir elementos de época y de ilusión, por años que lleves en el poder. Estarse quieto y no cometer errores se ha demostrado estéril. Le pasó a Ximo Puig -que también renunció a algunos debates- y le ha pasado a Núñez Feijóo.

Y más allá de esos, y de la movilización y desmovilización que ronda en cada cita electoral -ahí están los 250.000 votos que se quedaron en casa el 28M en la Comunitat Valenciana del espacio de la izquierda del PSPV-, está el elemento Vox.

El PP ha pagado en sus carnes la toxicidad que supone Vox para tejer alianzas en el Congreso de los Diputados. Es un elemento que resta más que suma. Mientras la formación de Santiago Abascal esté en la ecuación para la mayoría necesaria, al PP le va costar gobernar. Y máxime si no entran en juego dos elementos que han marcado las campañas electorales de los últimos años: sin crisis territorial -o al menos apaciguada- y sin crisis económica -disimulada, si queremos, por los excelentes datos de empleo-.

Sin todos estos elementos, cada chirigota de Vox ha sido un elemento para la movilización del electorado progresista, que no sólo no ha evitado esa mayoría entre PP y Vox, sino que ha validado muchas de las políticas de Pedro Sánchez. En el campo doméstico, ahí están los casos de Borriana, Nàquera, la pancarta de las Cortes o José María Llanos negando la violencia de género.

Y a ello se suma, que el PP no tiene claro qué modelo quiere en su relación con Vox, si es que le conviene tenerla. La de JuanMa Moreno, en Andalucía; que es evitarlos a toda costa y ensanchar el electorado por el centro o incluso la izquierda; la cohabitación liberticida de Castilla y León; o la comunión a martillazos, como en Extremadura. El caso de la Comunitat Valenciana será analizado en el futuro.

Así que este ha sido el panorama, y este el resultado. En el futuro, el PP deberá aclarar qué relación debe tener con Vox y si es uniforme. De lo contrario, se expone a lo que le ha pasado a Feijóo. Y es lo que le puede suceder al PP en otras citas electorales si alguna de las dos patas no está boyante. Podrás ganar, pero otra cosa será gobernar. Así el PP tendrá que ir haciéndose el ánimo de que, o unifica el voto, o nada, o muy complicado. Podría recuperar aliados del pasado, pero con Vox en la fórmula, muy complicado. El PNV se lo ha dicho muy clarito. A todo ello, Pedro Sánchez ha conseguido lo que quería.