Para poder trabajar por el futuro que merecemos para nosotros y para los nuestros es indispensable mirar atrás con el fin de conocer y analizar lo que queremos recuperar, lo que requerimos apartar y lo que necesitamos ser. Es muy importante patear las plazas y las calles de nuestros pueblos y ciudades y preguntar sobre todo aquello que hoy inquieta y que es el resultado de un camino torcido que en no pocas ocasiones hemos sido obligados a seguir. Es vital conocer el testimonio de nuestros mayores y que nos aclaren qué es lo que está fallando.
Como sociedad hemos perdido los valores de defensa de lo nuestro. El individualismo extremo donde el bienestar de uno en una sociedad de consumo se ha convertido en una meta personal y no en una herramienta para alcanzar el bien común. Y el trabajar por la libertad, la cooperación y el trabajo por el futuro de nuestra provincia y de nuestra Nación pasa inexorablemente porque nuestra seguridad esté garantizada. Nos hemos acostumbrado muy rápido a escuchar noticias sobre salvajes agresiones, violaciones grupales, robos con violencia o asesinatos. Desgraciadamente para muchos -para todos- escuchamos, leemos y vemos reportajes diarios sobre este tipo de sucesos con la misma naturalidad que el divorcio de un matrimonio famoso. Y eso, sin opinión válidamente fundamentada en contra, es malo para esa meta del bien común.
La seguridad -o mejor dicho la falta de ella- no es una cuestión de estadísticas sino de percepción. Desgraciadamente ya no es “conspiranoico” el afirmar que los números son concienzudamente manipulados y puestos al servicio de los gobiernos para vendernos falsa tranquilidad. Sin embargo, una servidora, cuyo trabajo es precisamente el escuchar las preocupaciones reales de nuestros vecinos y luchar por las soluciones ve el miedo en muchas personas a los que de facto se les ha negado el derecho a salir a pasear, a comprar o a sacar dinero del cajero por temor a que un indeseable le amargue el día. O la vida. Parece mentira que hoy muchas de nuestras calles sean intransitables a determinadas horas y, sin embargo, es algo tan real como doloroso para aquellos que vivieron una realidad absolutamente opuesta hace apenas unos años.
Y es que la ligereza con la que en nuestro país se sueltan centenares de violadores y pederastas condenados a la calle o se deja entrar a cualquiera que desee acceder ilegalmente en España sin saber quién es ni qué quiere hacer aquí es lo que nos está condenando al miedo como ciudadanos y al fracaso como sociedad. Se ha perdido el valor de entender España como nuestro hogar y se ha arrebatado a los españoles el decidir quién queremos que entre y deambule libremente entre nosotros. Y con ello me refiero a personas condenadas por delitos muy graves en sus países de origen que entran sin pasar ningún tipo de control así como a la proliferación de ideas radicales que consideran que las mujeres somos una posesión y carecemos de una dignidad a proteger.
Y esta cuestión y sus devastadores efectos no los pagan los políticos que lo promueven y que viven subidos a un avión privatizado o encerrados en chalets con altos muros, cámaras de seguridad y rodeados por guardias civiles. No. Que no nos engañen. Las consecuencias de una política de prisiones y fronteras abiertas la estamos pagando nosotros. A diario. Las pagamos en nuestros barrios teniendo que acompañar a nuestros hijos al colegio o quedándonos despiertos esperando escuchar las llaves de la puerta a su retorno a casa tras una salida con sus amigos. Las pagan nuestros mayores que tienen que ir acompañados al banco a sacar el dinero de su pensión y que tanta sangre, sudor y lágrimas les ha costado conseguir con décadas de trabajo y esfuerzo para sacar adelante a su familia. Las pagan las personas que han tenido que irse a vivir a casa de un familiar porque hay delincuentes ocupas viviendo en su hogar al retorno de sus merecidas vacaciones.
El bien común y la libertad se consiguen con seguridad. No hay otra. Se consiguen protegiendo a nuestras familias con toda la contundencia que tenemos a nuestro alcance. Se consiguen respondiendo a la responsabilidad que tenemos cada vez que somos llamados a las urnas. Y se consiguen votando seguro.