He leído en Alicante Plaza que el Ayuntamiento de Alicante está intentando impulsar una ordenanza municipal para la regulación del uso cívico del espacio público. Entre las sanciones económicas que se proponen para compeler al ciudadano de que sea una persona educada y cumplidora con las más mínimas normas de convivencia me llaman la atención, entre otras, las que sancionan el ir desnudo por la vía pública, que se podría multar con 750 €; el orinar o defecar en la calle, que tendrá un coste de 300 €; o la de realizar actos sexuales en los mismos sitios antes indicados, que podría acarrear una multa entre 750 y 1.500 € (incluyendo el ofrecimiento, solicitud y negociación de estos servicios, sancionando tanto a la oferente como al cliente potencial).
Lo realmente llamativo de todo esto no es que un ayuntamiento persiga este tipo de actos u otros que también recoge la ordenanza municipal, sino que a estas alturas sea necesario sancionar a algunos ciudadanos por carecer del más mínimo sentido del decoro y de la higiene, porque presumo que si el Ayuntamiento se ve forzado a gastar su tiempo y el dinero de los ciudadanos en reprimir el incumplimiento de las más mínimas normas de conducta, que deberían ser conocidas y respetadas por todos, ya no sólo en aras del bien público sino de la propia dignidad, ha de ser porque este tipo de conductas deben ser bastante más habituales de lo que pensamos.
Si existen elementos en nuestra sociedad que no son capaces de reprimir o evitar por sí mismos ese tipo de conductas, ¿cómo vamos a esperar que cumplan con otras normas que nos vienen impuestas actualmente por la pandemia que estamos sufriendo?
Porque, qué quieren que les diga. Yo no me imagino al supuesto ciudadano que deambula desnudo en plena Explanada llevando la mascarilla protectora durante su paseo. Ni al incontinente que derrama por doquier sus fluidos interiores haciendo uso, antes y después, del gel hidroalcohólico. Ni a las partes negociadoras de los servicios sexuales manteniendo la distancia de seguridad.
Algo debe estar fallando por algún sitio en este barco. Algún eslabón de la cadena de nuestra formación como seres sociales debe andar más flojo de lo habitual, si hay gente que es capaz de tirar piedras contra su propio tejado que, de rebote, golpean en las cabezas de los demás.
Mientras lo descubrimos, y van cayendo multas, no estaría de más empezar por lo más sencillo. ¿Qué tal si decimos “buenos días” cuando entramos a algún sitio, al menos para que los que nos observan sepan que tenemos la capacidad de hablar? No es obligatorio, pero es un principio. Poco a poco puede ir llegando lo demás.