EL SUR DEL SUR  / OPINIÓN

Cuando equivocas el registro

30/10/2022 - 

La política suele tener diferentes registros. Dependen del ámbito en el que se mueva el actor u actora. No es lo mismo que moverte en el ámbito local, que en las Cortes Valencianas, o en el Senado o el Congreso. Cada lugar tiene su registro. Y todas esas diferencias se han acrecentado todavía más desde 2014, con la irrupción de los nuevos partidos políticos, pese a que alguno de ellos estén ahora en sus horas más bajas. Quizás el éxito de un político, como actor individual, sea empatizar con su elector: hablar el mismo registro, mantener el mismo horizonte de visión, compadecerle en la injusticia, motivarle en la solución, ejemplarizar en la acción, mostrarse como uno más...

Quién haya olvidado esto, ya sabe que tiene mucho perdido. Si el político/a está en responsabilidades de gestión, más difícil todavía, pues debe mantener el doble juego de saber moverse con lenguajes técnicos en unas esferas y en uno más terrenal, con la ciudadanía, y, además, con su propia militancia, a la que no sólo debe cuidar, sino además motivar e ilusionar, exhibiendo, además, orgullo de pertenencia y de las decisiones tomadas (compartidas emocionalmente y por su puesto ideológicamente).

Expongo todo ello para referirme al sonado cese de Mireia Mollà como consellera de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica. Mucho se ha escrito sobre las razones de la destitución, y de las disonancias mostradas entre la titular del cartera de Agricultura y diferentes partes del Gobierno. Que si negociación del presupuesto a las espaldas del resto de compañeros de Compromís; la sonada polémica de las renovables; perlas contra los socios en alguna que otra entrevista, etc. Quizás haya muchos más motivos que desconocemos, pero frenadas en la carretera hay unas cuantas. 

En este caso, en favor de Mollà haya que decir que su circunscripción en el sector que gestionaba le convirtió en una aventajada en determinadas materias, al tiempo que le alejaba de los contrapesos del partido al que pertenecía, además de la coalición llamada Compromís. En ese caso, puedo hablar bien de su apuesta por la reutilización de aguas depuradas que había proyectado para la provincia de Alicante, que junto al uso de energía fotovoltaica, sí que conformaba un plan alternativo a los efectos del cambio climático y una apuesta por la soberanía hídrica sin renunciar a los trasvases. Me consta que es responsable de parte del éxito de que València sea hoy Capital Verde 2024 y su posicionamiento en determinados asuntos.

Ahora bien, su apuesta por acelerar la instalación de las instalaciones de energía fotovoltaica -algo que ella misma denunció y responsabilizó a otros departamentos- sí que chocaba con uno de los sellos de identidad de su partido y coalición, es decir, renovables, sí, pero no a costa de manchar el paisaje de placas por ser el/la más guay, algo a lo que se han levantado en armas viticultores, ecologistas, pequeñas empresas de energía, y municipios de todo signo político -Castalla e Ibi, gobernados por el centro-derecha suspendieron licencias urbanísticas para evitar que las grandes corporaciones camparan a sus anchas-.

Por mucho que la cesada haya minimizado el impacto de ese choche (y otros), hay que reconocer que su atrevida y snob apuesta embiste no sólo con sus compañeros de coalición, sino contra el mensaje del propio Botànic y de la propia ciudadanía que ha votado o votó por algo diferente: por un gobierno humano frente al del rodillo de una mayoría absoluta, que escuche, que contemporice, que haga posible el desarrollo de las renovables, pero no ante la necesidad de tener resueltos más megawatios de energía solar porque el tema está de moda.

En este aspecto -por citar este ejemplo, y posiblemente en muchos otros-, lo que si parece claro que es los objetivos de Mollà no coincidían ni con los de la coalición, ni mucho menos con los de su partido. Y si coincidían, lo que también ha quedado evidente es que maneja otro registro que no era el de las tres patas de Compromís. 

Después está la cuestión personal, bien explicada tanto por Rosana Crespo y por Cristina Medina. Hay una cosa que da la sensación que Mireia nunca aceptó ni asumió: y es que Aitana Mas fuera la vicepresidenta. Y desde entonces, dicen los entornos, había una lucha soterrada, más allá de los renglones torcidos de la cohesión, que hacía la convivencia insostenible. Y en ese escenario, mejor cerrar cuatro meses de histeria a vivir otros seis de agonía, con el riesgo de que la cosa fuera a más. El acto del traspaso de carteras y su ausencia hablan por sí mismo. ¿Era rebajarse demasiado?

La destitución se ha producido, y tampoco ha habido una avalancha de adhesiones en favor de la política ilicitana. La moqueta suele tapar muchas cosas, pero la izquierda y sus facciones suelen airear las miserias. Con el tiempo lo veremos, pero lo que parece evidente es que era un choque, en la que una parte parecía no respetar (ni aceptar) la jerarquía de la otra y lo más importante en una coalición, la acción coordinada de todos los elementos. 

¿Qué puede pasar ahora?

Mireia Mollà no está muerta políticamente. Está muy tocada. ¿Qué puede hacer ahora? Lo más normal es que se refugie en Elche, su principal feudo; ahora bien, el feudo de los Mollà era mucho más amplio; lo era el Baix Vinalopó, y ese espacio ahora está compartido, con Aitana Mas. Otra opción es que dé el salto a la política nacional, de la mano de Yolanda Díaz o Íñigo Errejón. Pero eso también tiene riesgos: tener que pasar por unas primarias o vencer la resistencia del propio Joan Baldoví, al cual tanto Díaz como Errejón tienen más ascendencia. 

Para ser respetado en un partido deben tener números, y territorio. Sin eso, en un partido en el que los cargos en las listas se eligen en primarias, no hay nada que hacer. Y si Mollà quiere seguir teniendo protagonismo en Compromís, con los actuales caras visibles, sólo puede hacerlo con el aval de unas primarias. Para ello, debe volver a (re)conectar con la militancia, al menos, la suya, la de Elche, y ver con qué fuerzas cuenta. O ir a las primarias para la lista autonómica, o a las generales. Hasta hace unos años, el clan era un especialista en disputar las elecciones internas. Habría que ver ahora. 

Y si va por cuotas, como pudiera ser una hipotética lista al Congreso, pactar, para los que los Mollà también se desenvuelven bien. Ahora bien, no hay que olvidar que el origen de todo es el aislamiento interno dentro de Iniciativa: sólo lograron un 20% de las adhesiones en el congreso que consagró a Aitana. Importante, pues desde entonces las diferencias se han ido agrandando hasta la degradación. Una puede estar en lo cierto, pero si no tiene votos, poco tiene que hacer, salvo debacle y que empieza una partida nueva. Otra cosa es que atempere hasta un nuevo ciclo. No creo que a Mireia (and cia) le falte olfato para aprovechar y saber el momento.

También puede marcarse un Pedro Sánchez: coche y mochila, y recorrer territorio para comprobar que mantiene o no un mismo registro con la militancia y los simpatizantes. Ella misma saldría de dudas. Por ello, y por el desgaste del propio Compromís.

P.D. He de anunciar que el polifacético Juan Carlos de Manuel ultima su regreso a esta tribuna de Alicante Plaza. Tras una larga recuperación, echamos de menos su prosa para hacer más livianas estas destituciones de sobremesa y los coitus interruptus en los pactos de Estado.

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