VALÈNCIA. El conserje de un edificio de viviendas y un grupo variopinto de excluidos sociales son los protagonista de El encargado (Disney+) y División Palermo (Netflix), respectivamente, dos series argentinas llenas de humor negro y mala leche, además de las habituales buenas interpretaciones de los actores y actrices argentinos (¿pero por qué son tan excelentes intérpretes siempre?), que harían bien en no perderse. Les cuento por qué.
El encargado: lucha de clases en un microcosmos
El encargado ya lleva unos meses en Disney+ y es de esas series que va sonando cada vez más gracias al boca-oreja. Está creada por dos conocidos cineastas, Gastón Duprat y Mariano Cohn. De su querencia por la ironía y el humor negro ya sabíamos gracias a unas cuántas excelentes películas como Competencia oficial (2021), El ciudadano ilustre (2016) o El hombre de al lado (2009). Todas ellas y el resto de su filmografía, así como sus series, a las que se han dedicado especialmente en los últimos años, son un amplísimo muestrario de las miserias humanas y la expresión de una mirada más bien misántropa que no deja títere con cabeza, estés en el lado que estés de la pirámide social.
Bueno, matizo. Si estás en la parte de abajo de esa pirámide, en el mundo de Duprat y Cohn puedes ser perfectamente una persona miserable o tener un feo lado oscuro, como el protagonista de esta serie o el de El hombre de al lado, pero también serás víctima de un sistema de clases que, claramente, te está machacando y en la que tienes todas las de perder. Esta es una perspectiva social que nunca pierden de vista los cineastas. Y de esto va El encargado, la historia de un conserje de un rico edificio de viviendas, lleno de abogados, arquitectas y gente guapa y culta con éxito social y laboral, que ve amenazada su continuidad en el trabajo y decide tomar cartas en el asunto. La lucha de clases en el microcosmos de un edificio, como en El hombre de al lado. Si recuerdan (y si no, no dejen de verla), en esta película estupenda, la necesidad de luz natural de un hombre que decide abrir una ventana en la pared medianera de su casa dispara una batalla campal con su vecino, siendo el primero un vendedor de coches de extracción popular, el segundo un diseñador de gran éxito, culto y refinado, y el edificio en cuestión una obra de Le Corbusier.
Lo cierto es que esa mirada social y la ironía se unen en Duprat y Cohn a una muy precisa utilización visual de los espacios y la arquitectura, esencial en sus obras. La arquitectura moderna les sirve para contrastar líneas y formas depuradas con esos comportamientos nada edificantes de sus personajes. Lo vemos en El hombre de al lado, en esta serie y también en Competencia oficial o en El ciudadano ilustre. La arquitectura y el diseño son estatus y también un lenguaje y por eso no solo ilustran sobre la clase social de cada personaje. Los juegos con la profundidad y el contraste entre la escala humana y la arquitectónica, los picados y contrapicados, expresan las relaciones de poder y dominio y la violencia soterrada que esconde la convivencia. O recurren a espacios vacíos que revelan la soledad o el aislamiento o, por el contrario, encierran en reencuadres constantes a través de ventanas, paredes o columnas a los personajes, negándoles la salida o el aire.
Y no sería justo hablar de la serie sin mencionar a su protagonista, el gran Guillermo Francella, que construye un personaje inolvidable, lleno de recovecos y matices, como el propio edificio (¿he dicho ya lo de los actores argentinos?).
División Palermo: se puede hacer humor con todo
División Palermo cuenta la historia en clave de humor de la creación por parte de las autoridades de una guardia urbana que actúa en el barrio de Palermo de Buenos Aires, constituida por personas de diversas minorías: un ciego, una mujer en silla de ruedas, un enano, un anciano que no se entera de nada, una mujer trans, un migrante boliviano, un gordo, un manco y un judío.
Sí, material sensible muy arriesgado. Supongo que el párrafo anterior habrá levantado todas las alarmas, con tantos conceptos fuera de la corrección política, pero es que División Palermo es un magnífico ejemplo de que, contra lo que piensan los ofendidos del “es que ya no se puede hacer humor de nada”, “es que la cultura woke”, “es que la generación de cristal” y demás zarandajas, se puede hacer humor de todo cuando se hace bien. Y este es el caso.
En la serie, la guardia urbana inclusiva es una operación de marketing para lavar y mejorar la imagen de las fuerzas del orden y de los responsables políticos y dar una apariencia de diligencia y participación ciudadana, bajo el lema “Prevención e Inclusión”. La serie nos atrapa con la interacción de este improbable grupo de personajes, magníficamente interpretados con la naturalidad y veracidad habituales (¿he dicho ya lo de los actores y actrices argentinos? Sí, ¿verdad?), y ofrece, además de muchas risas, una sátira contra la política que solo ve a la ciudadanía como una herramienta para sostenerse en el poder y una denuncia de la corrupción institucional y su incapacidad para resolver los problemas reales, entre otras cosas.
División Palermo es una creación del cómico y actor Santiago Korovsky, quien también la protagoniza. El modo en que su personaje, Felipe, acaba de manera casi fortuita en la guardia urbana es un buen ejemplo del tono de la serie. Dado que Felipe es un hombre blanco cis heterosexual, los responsables han de buscar cómo integrarlo en una guardia urbana inclusiva. La cosa se salva cuando descubren que es judío, y eso, como dicen en el diálogo de esa escena, no cuenta como una discapacidad pero sí es una minoría, y para las fotos se le puede poner “uno de esos gorritos especiales” y así quedará claro. Les reviento este gag que está al principio de la serie para que entiendan de qué va esto: desde aquí hasta el final los chistes sobre discapacidad, minorías, exclusión o discriminación no hacen más que crecer.
¿Por qué esos chistes y gags funcionan y, con toda su incorrección, humor negro e incluso virulencia, no son ofensivos contra esas minorías? Porque están hechos desde ellas y no hacen más que señalar el paternalismo y la hipocresía con que se trata a las minorías de todo tipo. Porque no van contra quienes están en cualquiera de esas situaciones, sino contra el poder, contra la autoridad, que es contra quien debería ir siempre el humor, sea un jefe de policía, un director general, un medio de comunicación o una ministra (impagables sus apariciones en la serie) y las instituciones que representan. Porque no se ríe del ciego, del anciano, del enano, de la persona en silla de ruedas, de la mujer trans, sino de una sociedad que no sabe qué hacer con quienes no encajan en la norma y cuya sola presencia incomoda al poner en evidencia las fisuras y desigualdades del sistema. Y porque, como le dice el ciego a otro personaje que hace un chiste sobre el hombre con acondroplasia, cállate, tú no has de hacer ese chiste, yo sí puedo.