ALICANTE. Mariano Sánchez Soler tiene ganas de jugar. En El pintor ciego lo demuestra prestando su nombre y oficio de escritor al protagonista del primer relato, quien a su vez escribirá un libro con el que transportarnos a los orígenes de la novela negra. Presentándolo está estas semanas, como la parada que hizo el viernes en el teatro Wagner de Aspe.
Este género, su favorito, lo retoma ofreciendo su punto de vista naturalista, como en Carne Fresca. “Si se toman una copa, lo hacen después de comer”, bromea. Lo que sí les da es intensidad a su carácter, “de lo cotidiano no tiene sentido hacer una novela”. Por su carácter social, los sitúa en escenarios “comprometidos con decisiones que pueden poner en riesgo su vida”. La diferencia entre la negra y la de misterio “es justamente ese buscar la verdad, tratando de mostrar lo que no se ve, bajando a la calle”. Y en ellas ¿qué se encuentra? “La ciudad: la delincuencia organizada, la violencia, la pobreza…”.
“Siempre me ha interesado la mezcla de la realidad y la ficción”, cuenta. Esta vez lo que quería era una reflexión sobre la escritura y el género, visitando el paisaje creado hecho hasta ahora en sus novelas. Por eso recupera personajes como el comisario Nomdedéu, que ya apareció en Festín de tiburones, “y con ello reflexiono sobre cómo en la realidad no se llega a cosas porque hay coincidencias, no hay causa-efecto, hay errores como pruebas que se pierden… Y en la ficción, no. Pones una pregunta y la tienes que contestar en la obra. Por eso dice que “la literatura es más generosa que la vida, porque en ella lo puedes resolver con los intereses que haya detrás”. Lo cual le permitiría que “el banquero sea el criminal, por ejemplo, y en el mundo real eso no se puede demostrar”.
El juego da paso a otra motivación, hablar de la memoria. “Me han dicho que es como un cajón de sastre, porque lo que he hecho es poner las cosas de narrativa que me interesan”, comenta, “aprovechas el inventar situaciones para tratarlas”. Entre ellas, “explicar esa realidad del escritor que trata de hacer su obra pero en el fondo no la ve”, es decir, “la imposibilidad de llegar al fondo de todo”, sigue, “porque allí está la verdad y esta es inalcanzable para un escritor”.
Alicante es un escenario ideal para estos temas: “Cuando la gente es incapaz de situar la acción en un territorio como este, porque al mirar alrededor se ve el dinero que se mueve; si es incapaz de hacerlo, es que no ve la realidad”. Alicante es el mundo, uno que se desvanece. “Pero al mismo tiempo participas en eso”, argumenta, “y quería explicar ese camino sobre la memoria y la amistad en historias muy diversas”.
En una de estas, los medios de comunicación tienen su reflejo entre las páginas desaparecidas de la historia local. En el primer relato visita una redacción ya desaparecida, a la que quiso homenajear en la figura de su redactor de sucesos, Tirso Marín, a su vez ya fallecido. “Hay trozos de sus crónicas, escogidas y organizadas para este homenaje a La Verdad”.
En otros relatos elegidos hay mucho cine y crímenes, claro. Como el no resuelto de Santiago Madrona, el sobrino de una de las familias más poderosas de la ciudad. Sí, el mundo anterior ha desaparecido, “como los empresarios que eran capaces de poner fábricas de zapatos donde no había materia prima”. Situándose como escritor que reconoce la imposibilidad de retratar la realidad, decide que ese material descartado sea el que el propio lector encuentra. “Aquí se ha visto el capitalismo salvaje, ese que mola si lo ves en Chicago o Nueva York, cuando aquí está igual”, compara. “Es la parte oscura que no se ve. Además en mi ciudad, que la conozco magníficamente”.
Acaba de publicar esta y ya está planteando la siguiente. Tomando notas y apuntes, viendo cómo sería el argumento “porque las ideas no entran a espuertas, tienen que interesarte”. La suya es una visión de “la escritura como trabajo social, escribo para que la gente pueda leerme, no para ser yo feliz. Y que de esa lectura salgan sensaciones, emociones, certezas. Con un estilo directo pero que tenga un alcance poético”. Nueve ilustraciones que acompañan el libro subrayan ese aspecto. Dibujadas por su amigo Mario Paul, “un artista absoluto”. Cuando estaba construyendo el libro le pasó los textos y de aquello salieron estos trabajos de línea clara, buscando la poética del relato. “Él marcó, de alguna manera, el sentido y ritmo del libro”, cuenta.
“Quería que el libro tuviera un sentido unitario, para ver ese sentido global oculto”, y para ello llegó a omitir capítulos enteros, “que luego he colocado de otras maneras para que no frenaran la lectura”. De todas estas reflexiones, concluye que “he hecho lo que quería, no ha habido una pérdida del rumbo. Cuando ves que eso es lo que quieres, es una gran satisfacción”.