VALÈNCIA. El guionista Javier Olivares, autor, entre otras, de esa serie magnífica que es El ministerio del tiempo,
ha dicho muy recientemente: “Si quieres que algo no lo tenga [impacto], escribe una novela o haz un documental. Pero con la ficción no ocurre. No es lo mismo que en un documental te digan lo que pasó a que en ficción veas cómo pasó. Acaba siendo la interpretación más realista e impactante de cara al espectador de los hechos que pasaron. Por eso The Crown impresiona tanto y cualquier documental que hagan de Isabel II no. (…) Los documentales me parecen muy correctos, pero carecen de metáfora”.
Aunque supongo que muchos documentalistas no estarán de acuerdo con la última frase, no queda otra que darle la razón. Él no logra sacar adelante una serie de ficción sobre el rey emérito, pero, mientras tanto, el documental Salvar el rey, que puede verse en HBO Max, cuenta y muestra cosas realmente escandalosas y terribles sobre el (mal) funcionamiento de nuestra democracia y la connivencia de demasiada gente con la corrupción. Cosas que serían motivo de interpelación parlamentaria o, directamente, de proclamación de la Tercera República, con levantamiento de barricadas y quema de mobiliario urbano incluido, y no pasa nada, oiga. Pero nada de nada. Sin embargo, ¿una serie de ficción? No, eso sí que no.
Tenemos ahora en los cines En los márgenes, el debut de Juan Diego Botto en la dirección, una película sobre la terrible realidad de los desahucios, algo que sigue sucediendo todos los días y que no suele aparecer en las noticias, por lo menos en los informativos que dependen de los grandes grupos de comunicación, que son casi todos. Sin embargo, los nombres involucrados en el film, nada menos que Penélope Cruz, Luis Tosar y el propio Juan Diego Botto, y el gran esfuerzo que han hecho por recorrerse todos los medios, desde el más grande y glamuroso al más pequeño y militante, ha traído de nuevo los desahucios a la actualidad informativa. Bien por la película, pero lamentable como sociedad. Solo cuando se ha convertido en ficción el derecho a la vivienda parece interesarnos algo que, como ciudadanía, debería movilizarnos cotidianamente.
Va a ser que vivimos en una permanente confusión entre realidad y ficción. O más bien que la ficción nos parece la realidad. ¡Elfos negros! ¡Targaryens negros! ¿Cómo es posible? Que haya dragones, anillos con poderes, orcos, por supuesto que sí, pero que no se cumplan las leyes de Mendel en un mundo imaginario lleno de magia no se puede consentir.
Creo que ya lo he dicho muchas veces, pero nunca serán las suficientes: una película, una serie, tiene muchas lecturas. Las obras audiovisuales son complejas, tienen muchas capas y su interpretación depende de multitud de factores, incluido el bagaje del espectador y el lugar y el momento desde donde la ve. Poniéndonos estrictos, podríamos decir que tiene tantas lecturas como espectadores.
¿Y por qué me repito? Pues porque parece que tendemos cada vez más a la interpretación literal de lo que vemos en la pantalla o a borrar los múltiples sentidos que una imagen más su sonido o sin él pueden contener. Fuera el subtexto, fuera la complejidad. Último caso de interés: Blonde, la polémica película de Andrew Dominik sobre la novela de Joyce Carol Oates que recrea, en forma de ficción, la vida de Marilyn Monroe.
En forma de ficción. FICCIÓN. Sí, si hay polémica es porque hay diversas interpretaciones, pero no me estoy contradiciendo, porque lo que sucede es que esas lecturas que se defienden a capa y espada pretenden ser la única. Si Marilyn habla con un feto, en una de las secuencias más cinematográficamente pobres de la película, y siente que ha matado a su hijo, ¡ale hop! ese momento convierte a Blonde en un discurso antiabortista, así en general y Marilyn ya no es Marilyn, ella y su circunstancia, sino todas las mujeres. Es la maldita metáfora de la que hablaba Olivares, que aquí quedó avasallada por la literalidad.
Pero no solo ahí. Podemos estar de acuerdo o no con la visión de Marilyn casi exclusivamente como víctima que ofrecen tanto la novela como el film, una mujer que demuestra ser inteligente y entender la situación, pero sometida por un sistema implacable profundamente machista que la convierte en objeto y la destruye. Es una visión concreta, una forma de abordar el personaje. ¿Hay otras formas? Por supuesto, y hasta puede que nos gusten más, pero ese es el punto de vista del film y desde ese punto de vista toma determinadas decisiones narrativas o de puesta en escena, como la famosa escena del feto, que, más allá de ser una de las peores del film, resulta coherente con la propuesta estética y con el personaje construido y su necesidad de ser madre y no conseguirlo. O el punto de vista de la brutal escena con Kennedy, incomodísima de ver, ese encuadre que la coloca como protagonista de un porno, congruente con el lugar que ocupaba en las fantasías masculinas y en el idealizado Camelot que nunca fue el mandato de Kennedy. ¿Provocador? Sí, mucho. Toda la película lo es, no busca nuestra indiferencia.
Si medimos constantemente a la ficción según su grado de aproximación a la realidad estamos traicionándola y matándola. A la ficción, me refiero. Porque su esencia es, justamente, aunque se utilicen elementos de ella, no ser realidad. Nos permite contar la complejidad del mundo y del ser humano y eso requiere subtexto, complejidad y libertad creativa. La dichosa metáfora.